¿Se puede "morir de cansancio"?

“Estoy muerta de cansancio”, es la queja obligada a esta altura del año. Pero ¿es una simple frase hecha o realmente se puede llevar a la muerte? En Japón tiene nombre: karoshi. Especialistas en salud nos aclaran los efectos de vivir extenuados. 

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Los descuidos en la calidad de vida nos vuelven más vulnerables a contraer diferentes patologías. Foto Latinstock
Los descuidos en la calidad de vida nos vuelven más vulnerables a contraer diferentes patologías. Foto Latinstock

Cuando durante la última semana de la moda en Shanghái, la modelo rusa Vlada Dziuba, de apenas catorce años, murió después de pasar dos días en coma, su familia denunció que hacía meses venía siguiendo un ritmo de trabajo maratónico. "Estaba fatigada, pero posponía su visita al médico porque decía que no tenía tiempo", advirtió su madre. Y el diagnóstico médico final le terminó dando algo de razón: meningitis agravada por un profundo estado de agotamiento.

NO A LOS EXCESOS. En Japón, la muerte por exceso de trabajo se llama karoshi y es una problemática social preocupante que incluye los suicidios. Si bien las cifras oficiales son más exiguas, algunos analistas hablan de 10.000 casos al año, todos con un mismo denominador común: jornadas laborales de más de 14 horas por día, más un largo viaje en tren o en distintos medios de transporte. Claro que esta realidad no es tan ajena a la nuestra.

Pero realmente ¿se puede morir de cansancio?, ¿puede detonar una enfermedad irreversible? ¿Esas frases hechas que repetimos como queja a diario ("me muero de cansancio", "no puedo más", "estoy al borde de un ACV", "no llego a diciembre") presagian un desenlace fatal? Claro que no.

Los especialistas son rotundos respecto a las implicancias que traen los excesos en el bienestar general: los descuidos en la calidad de vida nos vuelven más vulnerables a contraer diferentes patologías. Es que la enfermedad suele llegar por caminos indirectos y el cansancio, entendido como la falta de energía física, emocional o intelectual es una señal de alerta. "El agotamiento y el estrés dañan las arterias y, por lo tanto, aumentan los factores de riesgo. Además de volvernos menos inteligentes y estar más distraídos. Por ende, estamos más propensos, por ejemplo, a tener un accidente", analiza el médico neurólogo Alejandro Andersson, que también es director de Instituto de Neurología Buenos Aires.

LLEGAR ANTES. Es complejo establecer una medida saludable que modere el trabajo. Depende, por ejemplo, si alguien está obligado a trabajar por demás o está feliz y contento porque siente que se desarrolla en su espacio laboral. Sin embargo, países como Suecia, Finlandia o Alemania, donde se trabaja alrededor de seis horas por día y los viernes medio turno, alardean estadísticas positivas respecto a la salud de sus ciudadanos.

Inés Morend, la médica clínica y conductora (junto a Daniel Stamboulian) de A Ciencia Cierta, coincide con varios de sus colegas: cada uno tiene que encontrar la medida interna. Se recuerda, dice, a sí misma, veinteañera, de guardia y con días sin dormir: un deseo brutal activa la energía vital y con él los niveles de dopamina. Pero una pasión arrolladora que se sostiene en el tiempo puede volverse en contra.

Los especialistas proponen como termómetro lógico mantener el equilibrio entre trabajo y el resto de las actividades
Los especialistas proponen como termómetro lógico mantener el equilibrio entre trabajo y el resto de las actividades

UNA CONSULTA FRECUENTE. Por el contrario, aquello de que estar triste o a disgusto te baja las defensas, tiene rigor científico. La angustia y la preocupación sostenidas en el tiempo hacen que decrezcan la dopamina y la serotonina, a la vez que aumenta el cortisol, que disminuye, entre otras cosas, la función de los linfocitos, activos participantes en las defensas de las infecciones. Es decir, disminuye drásticamente la respuesta inmunológica.

Morend da cuenta de que el cansancio aparece como motivo de consulta con una frecuencia abrumadora. A todas las edades y más en la mujer, porque el tema hormonal incide particularmente. El estrógeno (nuestro combustible corporal) y su declive, alrededor de los 45, puede traer aparejado cierto cansancio físico real. Todo cuesta más, incluso –lo sabemos– bajar de peso porque el cuerpo combustiona con más lentitud lo que comemos. Siempre, precisa Morend, hay que analizar cada cotidianeidad y planificar estrategias de abordaje individual y nunca subestimar el cansancio. Más en esta época en la que se impone el non stop y la oferta indiscriminada de vitaminas y suplementos dietarios que terminan por tapar, a veces, una afección grave. Del agotamiento, insisten los expertos, hay que ocuparse y llegar al fondo del asunto antes de que alcance una zona preocupante: cuando no hay una actividad previa que lo justifique. Como explica el médico cardiólogo y presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología, Miguel González, muchas veces el cansancio que expresa un paciente encubre una depresión, que está asociada a las enfermedades cardiovasculares y nos expone a situaciones de riesgo.

CÍRCULO DE ORO. Un desajuste lleva a otro. Los especialistas proponen como termómetro lógico mantener el equilibrio entre trabajo y el resto de las actividades. Como decían las abuelas, los desarreglos se pagan con el cuerpo. Dormir bien (entre seis y ocho horas por día), hacer actividad física (al menos tres veces por semana y de la disciplina que te entusiasme), mantener una vida social plena (con vínculos afectivos positivos y eliminando las salidas por compromiso), no fumar, no tomar demasiado alcohol y comer sano mantienen la rueda virtuosa.

El problema cuando nos fatigamos de más es que perdemos el radar interno o nos exigimos demasiado. Incluso (y a veces más) cuando estamos apasionados por lo que hacemos. El master coach y especialista en motivación y liderazgo, Daniel Colombo, propone una medida en una línea: un nivel de exigencia normal contempla el autocuidado. "Por más excitante que sea mi meta, si no puedo preservarme me estoy haciendo trampa", dice.

¿Te suena? Seguro que sí. Y más porque entre mediados de noviembre y fin de año, el fin de ciclo llega con creces de autopresión desmedida. Inconscientemente se sobredimensiona la urgencia por cumplir con el objetivo planeado, a costa de nuestra salud psíquica y mental. Incluso sin tener en cuenta, dice Colombo, que no somos los mismos que hace unos meses. Además, quizás concretar ese proyecto no era tan importante o fundamental en nuestras vidas como imaginábamos si no lo hubiéramos cumplido. Es sensato, ¿no? Por otro lado, comparte Colombo, el cansancio extremo y el estrés no suelen irrumpir de un día para el otro. El problema es que solemos perder contacto con el balance interior, con el límite que te advierte que, por ejemplo, esa noche tenés que quedarte en casa y no ir a la fiesta o decir que no a ese ofrecimiento laboral que te obliga a no desconectar el fin de semana. Y en tiempos en los que la tecnología nos mantiene sujetos al mundo es prioritario establecer momentos off line y empezar y terminar lo que iniciamos. El efecto es el mismo que el de tener varias pantallas abiertas en la compu a la vez: nos ralentizan la mente. Todas son, por fortuna, habilidades que se entrenan. ¿Empezamos?

El agotamiento
El agotamiento

GESTIONAR EL CAOS INTERNO. "El mayor estresor está dentro nuestro –dice la psicóloga Adriana Waisman–, ligado a nuestros miedos y creencias". La excesiva demanda del resto y la idea de que tenemos que responder a todo "ya y de manera única y genial" nos abruma y nos pone en estado de amenaza permanente. ¿Cómo nos sobreponemos? A esos pensamientos obsesivos y recurrentes que aparecen podés probar dedicarle algunos minutos del día a una hora determinada. De ese modo evitás la sensación fatalista de sentir que los pensamientos te dominan, y no al revés. Otro método tranquilizador consiste en imaginar la peor escena frente a nuestros temores y pensar en cómo la resolveríamos.

textos MARA DERNI (mderni@atlantida.com.ar) foto LATINSTOCK

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