El corazón mismo del pensamiento presidencial

A medida que se fue transformando en un líder poderoso, Milei fue relativizando sus convicciones liberales e introduciendo conceptos bélicos, donde la organización, la verticalidad y el castigo a los disidentes ocupan un lugar central. En esa dinámica la obediencia reemplaza a la libertad individual

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Javier Milei en Roma, Italia
Javier Milei en Roma, Italia

El fin de semana pasado, en Roma, el presidente Javier Milei pronunció un discurso muy revelador acerca de su pensamiento estratégico, durante el cual utilizó un término muy poco habitual: hoplitas. “Tenemos que ser como una falange de hoplitas”, dijo, ante los jóvenes del partido de Giorgia Meloni, su anfitriona.

Hay que estar dotado de una cultura general realmente muy amplia para saber qué es o qué fue un “hoplita”. Quienes carecemos de ella tenemos a mano la inteligencia artificial, que contestará la duda de este modo:

“Los hoplitas eran soldados de infantería griegos que usaban armas pesadas y combatían en formación de falange. La palabra hoplita proviene del griego antiguo hoplítēs y se refiere al equipamiento hoplita, que incluía:

  • Un escudo circular de madera o cuero rígido, revestido de bronce, llamado hoplon o aspis. Los hoplitas espartanos tenían un escudo con una V invertida.
  • Una coraza de bronce.
  • Una lanza.

El equipo de un hoplita pesaba unos 20 kg, por lo que era necesario tener buena condición física para ser hoplita. Además, ser hoplita indicaba un cierto estatus social, ya que el equipo era una gran inversión. El término hoplita aparece en los relatos militares griegos entre los siglos V y IV a.C. Esparta era una ciudad-estado que tenía el mejor ejército hoplita de Grecia, ya que sus ciudadanos se entrenaban militarmente de forma muy intensiva”.

El presidente argentino, Javier Milei,
El presidente argentino, Javier Milei, y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, en un evento de las juventudes de Hermanos de Italia

En la apelación a esa metáfora hay varias transformaciones. Una, tal vez menor, refleja cierto desplazamiento de la tradición hebrea a la cultura helénica. Por una vez, los macabeos fueron desplazados por otra gente: los hoplitas. La segunda es que aparece una estrategia militar –la fuerza compacta que puede perforar a ejércitos más poderosos— en lugar de la apelación mística –no importa el tamaño del ejército si está apoyado por las fuerzas del cielo. Hay un tercer elemento más significativo.

A medida que se fue transformando en un líder poderoso, Milei fue relativizando sus convicciones liberales, que entronizan a los proyectos individuales por encima de cualquier límite impuesto por una organización, un Estado, un partido o un jefe. En su lugar ha introducido conceptos bélicos, donde la organización, la verticalidad, la obediencia al jefe y el castigo a los disidentes ocupan un lugar central. Él explicará que en medio de una guerra nadie puede darse el lujo de disentir porque se necesita una “falange de hoplitas” para ganarla. Como sea, en esa dinámica la obediencia reemplaza a la libertad individual.

Nada de esto es una construcción antojadiza. Se trata exactamente de lo que dice el propio Presidente. En el discurso ante la juventud de la derecha italiana lo puso blanco sobre negro como nunca antes.

Así, dijo:

-“La única forma de combatir el mal organizado es con el bien organizado. Por creer que los liberales no somos manada, muchos han caído en la trampa de no organizarse. En Argentina, ese error nos costó muy caro: todo un siglo de humillación. Por eso, en nuestro gobierno somos implacables”.

-“El que viene con agendas propias y no acata la línea del partido es expulsado”. Voy a tomar una frase de aquí: “Roma no paga traidores”. Y, como dije en el CPAC, tenemos que ser como una falange de hoplitas o una legión romana, que siempre se impone sobre ejércitos más grandes, precisamente porque nadie rompe la formación”.

-“Se trata de una causa justa que nos excede como personas. Por eso, no hay lugar para ambiciones personales, no hay lugar para mezquindades, no hay lugar para el ‘yo’, no hay lugar para el ego. Lo que está en juego es simplemente demasiado grande como para darle espacio a aspiraciones individuales”.

-“Porque, como decía Lenin —que, si bien era un zurdo reventado, a veces decía cosas interesantes y merece ser escuchado—: ‘Sin teoría revolucionaria, no puede haber un movimiento revolucionario’”.

Javier Milei en la Fundación
Javier Milei en la Fundación Federalismo y Libertad en Tucumán

En muy pocos párrafos, el presidente argentino se apoyó en tradiciones que son particularmente ajenas al liberalismo político. La referencia a la “línea del partido” es un homenaje, tal vez involuntario, a los viejos partidos stalinistas y trotskistas. En esas formaciones, la obediencia a la “línea del partido” era el único patrón de conducta aceptado. ¿Cuál es la línea del partido?, era una pregunta habitual respecto de lo que fuera: la relación de la URSS con China, el conflicto de Medio Oriente, la dictadura de Videla o la conducta sexual individual. En esas organizaciones cerradas hubieran aprobado a libro cerrado el párrafo del discurso de Milei donde dice: “No hay lugar para ambiciones personales, no hay lugar para mezquindades, no hay lugar para el ‘yo’, no hay lugar para el ego. Lo que está en juego es simplemente demasiado grande como para darle espacio a aspiraciones individuales”.

El individuo se disolvía así en una causa, en un espíritu colectivo, donde solo podía acatar “la línea del partido”. En ese sentido, es muy interesante que en el mismo discurso, Milei haya citado a Lenin, aun a regañadientes. “Es un zurdo reventado” pero “a veces decía cosas que eran interesantes y merece ser leído”. Que Lenin se haya incorporado a la biblioteca de Milei no es algo que haría sentir cómodos a Mises o Hayek. Pero así es el presidente argentino: creativo e impredecible.

La falange de hoplitas, la imposibilidad de disentir, la disolución del individuo en un proyecto de militantes disciplinados y obedientes, la referencia a “la línea del partido”, el repudio a los disidentes fueron reemplazados en Occidente por partidos abiertos, con líneas internas, disidentes, jefes que son discutidos y reemplazados por otros.

Lo que subyace en las estructuras tradicionales de la democracia occidental es la idea de que nadie es el dueño absoluto de la verdad, y que el sistema político habilita a la convivencia entre distintas ideas donde el bien y el mal están repartidos de manera, digamos, compleja. La dinámica que propone Milei es otra: esto no es una discusión amable de ideas e intereses, sino una lucha despiadada entre el bien, que él lidera, y el mal, que está representado por sus enemigos, que pertenecen a distintas especies que se resumen en una sola: comunistas.

El presidente Javier Milei, habla
El presidente Javier Milei, habla con la vicepresidenta, Victoria Villarruel

Entonces, para Milei, no hay victoria posible contra el enemigo -que en este caso sería el comunismo en cualquiera de sus variantes- sin una extrema homogeneidad interna. El último de los episodios que explican esta lógica tiene como protagonista a la vicepresidenta Victoria Villarruel. El jueves pasado, Villarruel publicó un tuit donde criticaba el manejo que hizo Patricia Bullrich del conflicto con Venezuela por la detención de un gendarme argentino. Luego lo borró. Bullrich le reclamó que se metiera en sus asuntos y le reprochó que tolerara el aumento de sueldo a los senadores. Inmediatamente, un cardumen de tuiteros –algunos de ellos muy conocidos y cercanos al “triángulo de hierro”- empezaban a difundir datos sobre supuestas propiedades ocultas de Villarruel, a nombre de testaferros y referencia a aspectos incomprobables, y muy ofensivos, de su intimidad sexual.

Ese cruce es el último eslabón de una saga eterna. La semana anterior, Milei le reprochó a Villarruel que presidiera la sesión del Senado en la que fue expulsado Edgardo Kueider, detenido por contrabando de divisas en Paraguay. El cardumen oficialista la amenazó con carpetazos, difundió que operaba en España contra Milei, que había expulsado a un empleado por tuitear a favor del Presidente, todo en términos agresivos y amenazantes. Ella se quejó porque desde la Casa Rosada estaban haciendo “inteligencia” sobre su familia, nada menos. Si se va hacia atrás, la encarnizada batalla llega hasta las primeras horas del Gobierno.

Naturalmente, no corresponde juzgar quién tiene razón en esta disputa: tal vez los dos digan cosas ciertas cuando se refieren a su contendiente. Pero lo más interesante de esto es el método. Villarruel rompe el batallón de hoplitas. Es el peor de los pecados. No la pueden echar porque es vicepresidente. Entonces tienen que destruirla. La convivencia con alguien distinto no es considerada en la falange libertaria. Y además es necesario que los demás hoplitas vean en tiempo real los costos de la disidencia. Por lo que se ve de afuera, el método empieza a horadar a la vicepresidenta, que ha empezado a responderle a tuiteros anónimos cuando la agreden. Alguien que no perdió el equilibrio no debería caer en esa trampa.

Patricia Bullrich y Victoria Villarruel
Patricia Bullrich y Victoria Villarruel

Hay aquí una pregunta inquietante. ¿Existe realmente una guerra entre los hoplitas y los comunistas o, simplemente, se trata de una fantasía muy funcional para intentar disciplinar esta sociedad? Esta semana surgió ese debate cuando el ministro de Economía, Luis Caputo, calificó como comunista a Gabriel Boric y dijo que estaba hundiendo a Chile. Parece un poco raro que Boric sea comunista. El Ministro de Economía de Chile, Mario Marcel, es el creador de la regla fiscal chilena, la herramienta ortodoxa que es la piedra basal del exitoso modelo chileno. Boric no abolió la propiedad privada, ni encarceló a nadie, ni mandó tropas a Angola. Puede haber sido comunista, como Milei fue keynesiano y ya no lo es, o Patricia Bullrich cercana a la guerrilla y eso quedó en los tiempos de los tiempos. El pasado de las personas no define su presente. De hecho, Boric no intenta formar una fuerza con los criterios leninistas, ni defiende la línea del partido como un elemento disciplinador. En ese sentido, se parece menos al comunismo que Milei, quien tampoco –obviamente- es comunista.

Además, el comunismo ya no es lo que era desde que cayó el muro de Berlín. La guerra fría no existe. En Europa no hay ningún país comunista. Y el único país comunista relevante del mundo no solo no se propone expandir las dictaduras del proletariado por todo el planeta sino que, además, parece amigo de la Argentina de Milei. El batallón de hoplitas, por suerte, no combatirá contra el ejército comunista chino, que es el que de verdad existe.

Luis "Toto" Caputo y Gabriel
Luis "Toto" Caputo y Gabriel Boric, presidente de Chile

¿Entonces? ¿Tiene algún sentido todo esto? ¿O es un recurso clásico de algunos tipos de liderazgo, donde es necesario construir un enemigo para que a nadie se le ocurra discutir la línea del partido y el yo se diluya en la causa sagrada?

Milei está convencidísimo de que la guerra existe. Así lo explicó en Roma:

“Cuando el adversario es fuerte, la única forma de derrotarlo es con una fuerza mayor. La izquierda es el culto al poder por el poder mismo: prefieren reinar en el infierno que servir en el cielo. Y si tienen que transformar el cielo en el infierno para mantenerse en el poder, lo van a hacer. Ellos no tienen pruritos ni escrúpulos. Por eso debemos ser implacables y responder con una fuerza todavía mayor. No buscamos diálogos que nos lleven a ninguna parte ni establecer consensos que solo les sirven a ellos. No es nuestra metodología intentar apaciguar a quienes buscan dañarnos. Es lo que Popper llama la paradoja de Popper. No se puede ser tolerante con el intolerante”.

Sordos ruidos oír se dejan.

O al menos eso parece.

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