“Venir acá y ver esta realidad me llena de bronca y me parte al medio; pero juntarme con toda esta gente que no conozco, sentir que estamos en la misma y que en dos días podemos construir una casa para que una familia no se empape con esta lluvia me hace sentir que hay algo de esperanza”. El testimonio es de una voluntaria de TECHO que conocí la semana pasada cuando construimos viviendas en la periferia de Posadas junto a cientos de voluntarios de 11 provincias y decenas de familias.
Las construcciones de TECHO son una especie de Aleph de argentinidad, un punto donde todo lo que somos se concentra. El encuentro entre realidades, generaciones, e ideologías, donde la pasión por compartir un mate o una comida conviven con la pobreza extrema a la cual está condenada más de la mitad de la Argentina. Las tonadas de las voces de jóvenes provenientes de distintos rincones del país se superponen con el grito de los que quieren trabajar, progresar y crecer sin que haya oportunidades para hacerlo. El ruido del martillo se fusiona con las músicas del barrio, y el aroma de un chipá recién hecho contrasta con el olor que genera el vivir sin baño, ahí donde las cloacas nunca llegaron.
Está crónica inicial de los contrastes en una construcción con TECHO en Misiones sirve de pequeña muestra del gran y dramático contraste nacional, graficado por los datos recientemente publicados por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA: el 55% de la población es pobre y uno de cada cinco argentinos es indigente. Según el mismo estudio, siete de cada diez niños y niñas de nuestro país viven en un hogar pobre, y tres de cada diez lo hacen en un hogar indigente.
Hoy somos, lamentablemente, un pueblo atravesado por ese gran contraste, y podríamos, siguiendo acaso una tendencia muy argentina, revolvernos en nuestra “miseria” pero no es ese el tono de estas palabras. Hoy quisiera hablar desde otro lugar. Quisiera proponer, desde la experiencia vivida ese fin de semana construyendo en Misiones, algunas actitudes que nos ayuden como comunidad a trabajar por lo único que deberíamos trabajar como país: que ningún niño o niña en Argentina llegue al mundo sin un plato de comida o sobre un piso de tierra.
La primera es el sentido de urgencia. No se puede esperar un día más para actuar con audacia, seriedad y mirada sostenible sobre las bases de la tragedia de la pobreza. Uno de cada dos argentinos es pobre. Cinco millones de personas viven en barrios populares sin agua potable, cloacas y/o electricidad. Ordenar la macro, invertir en infraestructura básica, y generar proactivamente condiciones para que haya trabajo en los sectores populares son tres puntas igual de importantes para encarar con urgencia y seriedad el drama de la pobreza. No se puede pensar ni implementar un esfuerzo coordinado de esta magnitud si no es trabajando colectivamente y desde todos los sectores, por eso es necesaria una segunda actitud.
Esa segunda actitud es la humildad y la apertura para trabajar con quien piensa y es distinto. En el barro en el que estamos metidos, nadie puede tirar la primera piedra. Algo se rompió entre las personas y las organizaciones con las que intentamos representarlas, y la responsabilidad de eso es de todos.
De la política, porque las últimas tres presidencias terminaron con más pobreza de la que empezaron y mientras lea esta nota la pobreza sigue aumentando. De la sociedad civil, porque no hemos logrado aún la escala y profundidad en nuestra acción como para inspirar, orientar y transformar el esfuerzo del sector público y privado hacia soluciones con escala y sustentables al tema de la pobreza. De los medios de comunicación, porque la lógica de profundizar en las grietas y diferencias viene primando hace rato y la búsqueda de una verdad que al menos podamos construir entre todos se abandona por lógicas de posverdad y fake news que venden más. La lista puede seguir con las grandes empresas y cámaras, los sindicatos y las organizaciones sociales.
Todos estos movimientos, organizaciones y grupos que nacieron para potenciar nuestro país, y que muchas veces lo han hecho, hoy no logramos forjar un modelo de desarrollo inclusivo y sustentable. Creo que siempre hay que empezar por casa y reconocer los propios límites.
La tercera y última es enfrentar el desafío con imaginación creadora. Tenemos que innovar. Las soluciones que hemos construido para terminar con la pobreza han sido muy valiosas y potentes, como los procesos de integración socio-urbana pioneros en la región. Sin embargo, no alcanzaron la escala, sustentabilidad y eficacia que necesitamos en estos tiempos. Debemos poner la energía y creatividad de quienes innovan cada día en su barrio, así como de quienes lo hacen de forma constante en el sector privado generando valor, también al servicio de la gesta contra la pobreza.
Hay que explorar nuevos horizontes, nuevas políticas, nuevas alianzas entre el sector público, privado y la sociedad civil para realizar la tarea más importante de nuestra generación: revertir la tendencia de pobreza creciente y construir un país donde cada persona pueda forjar su propio destino.
Ojalá la hora nos encuentre, entonces, con un sentido de urgencia, apertura y creatividad, para lograr lo que hace demasiadas décadas no hemos conseguido: que cada niño y niña que nazca en este suelo pueda desplegar toda su vida en plenitud y libertad.
(*) El autor es Director Ejecutivo de TECHO