Hola Lali: en 1988 vos tenías 3 años. Eras muy chica. Ya sos grande. Y por eso, porque me pareces tan grande como para bancarte un ataque presidencial y tan chica como para que te cuidemos, te escribo esta carta. Ahora en Twitter se dice “ustedes eran muy chicas, pero las mujeres no podían tener sexo sin pagar un precio demasiado alto”. Y es verdad. Hoy las más chicas no saben todo lo que pasamos para que hoy se pueda tener sexo sin ser castigadas. Y por eso te lo quiero contar: para que no te castiguen a vos, salvo que la “disciplina” sea elegida y bailada con tu hitazo.
En 1988 una mamá de San Martín me contó, por primera vez, que los médicos le habían dicho “si te gusta el durazno bancate la pelusa”. Tenía tantos hijos y tantas rayitas de cesárea en la panza que si se volvía a embarazar se podía morir. Estaba a punto de parir y no le querían ligar las trompas en la operación. Los médicos se negaban. No fue la única. La frase me la contó otra mamá al borde de dejar huérfanos a sus hijos en San Miguel. En el 2006 la ligadura se convirtió en un derecho. Seguías siendo chica. Pero ya trabajabas. Y la frase se seguía usando.
La misma frase (”Si te gusta el durazno bancate la pelusa”) me dijeron que se las dijeron las parteras a las mujeres que fueron a parir y no les quisieron poner anestesia o les quisieron poner anestesia sin que ellas quisieran o las quisieron apurar o callar, que no griten si les venían contracciones que le retorcían el cuerpo o si se querían sentar para tomar impulso. “Si te gusta el durazno bancate la pelusa”, un latiguillo convertido en látigo. Una y otra vez, en lugares distintos, en situaciones distintas, ante decisiones diferentes. Pero la misma fruta.
En Chaco, ese territorio que hoy se nombra no como interés, sino como excusa, como distracción, como ejemplo de mentira, de lo que no importa, pero resulta funcional a los que no vieron su cielo estrellado, su bosque talado, el chipá en la plaza y su dolor y dignidad en las arrugas de un territorio que merece un apoyo sin amagues, una enfermera me contó que era anti aborto hasta que escuchó “Si le gustó el durazno que se banque la pelusa”. Ahí cambió.
Cambió cuando un médico le dijo que iba a aceptar a una adolescente que fue con sus padres a pedir una Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) porque se había quedado embarazada. Él le dijo que se lo iba a hacer, pero que le dio la orden de no ponerle anestesia, porque quería que la chica, apenas de 15 años, la edad en la que muchas de las chicas bailan tus temas y se pasan tardes sacando coreos y probándose looks para ir a verte o corear tu música, sufriera. Sí, le dijo que sin anestesia para que sufra. ¿Adivina? Sí. Si le gusta el durazno que se banque la pelusa.
Hice un emblema contra esa frase. Si la manzana de Eva es el corazón de la culpabilidad de las mujeres, las que arruinan el paraíso, las que muerden por tentación, las que hablan de más, las que piden demasiado, las que tienen un deseo indomable y por eso se merecen la muerte, el silencio, el desprecio y no poder decidir, el durazno es la manzana moderna.
“Si te gusta el durazno bancate la pelusa” es la biblia moderna contra las que quieren ser madres, contra las que no quieren, contra las que buscan sentir el dolor de parir, contra las que no quieren sufrir por parir o abortar, contra las que necesitan dejar de tener hijos para cuidar a los que tienen, contra las que quieren tener sexo y nada más, contra las que quieren decidir lo que sea que decidan.
“Bancarse la pelusa” es el castigo a las mujeres, quieran lo que quieran, hagan lo que hagan, aunque hagan o quieran cosas diametralmente opuestas, por querer, decidir o disfrutar. Es el ensañamiento contra el placer de las mujeres. Es el castigo por tener sexo, por abrirse de piernas o por abrir la boca. Es la idea misógina del castigo por el placer y del sufrimiento como precio por el deseo. No es pelusa, es la mugre que encorsetó a las mujeres a bajar la cabeza y esconder sus cosquillas.
En el 2017 escribí el libro “Putita golosa, por un feminismo del goce” y le dediqué un capítulo especial a la frase: “Nos gusta el durazno y no nos bancamos la pelusa”. Ahí escribí: “La revancha es contra las mujeres libres. No importa si deciden ser madres o abortar. “Si te gusta el durazno bancate la pelusa” es la frase que les decían a las madres de 5 hijos, que pedían que les liguen las trompas”. Y preguntaba: “¿Será que la diferencia es por abrirse? ¿Será que los varones no se abren?”. Así cerraba en el libro: “La gran conquista de las mujeres no es solo que les guste el durazno (los y las que le gustan a cada una, que ya no hay una sola fruta), sino que ya no hay por qué bancarse la pelusa”.
Te dijeron lo mismo Lali y me da tanta bronca. Tantas ganas de protegerte y agradecerte, igual, te juro, que cuando conocí a esas mamás a las que les ponían un gatillo en la cabeza en donde su parto podía salir mal y sus hijos e hijas convertirse en huérfanos, porque si ellas habían sentido esa química bendita del acto sexual -incluso la sospecha de orgasmo era una invitación al calabozo sanitario- tenían que pagar el precio más alto: hacer lo que quisieran los médicos y sufrir por cada presunto gemido.
Últimamente a los que nunca les importaron las mujeres, las asesinadas, las golpeadas, las abusadas y las empoderadas, les gusta decirnos de qué nos tenemos que ocupar -aunque nunca leyeron ni leeran- ninguna de las notas o libros que escribimos sobre todas ellas. Nunca escucharon lo que decimos sobre las mujeres desaparecidas, asesinadas, abusadas, hambreadas en Chaco, en Formosa, en Córdoba, en Buenos Aires y en todos los lugares a donde fuimos o desde donde nos cuentan sus historias.
Pero les gusta decirnos que no nos ocupemos de vos para ocuparnos de otras. No necesitamos que nos digan qué hacer, ni ser heroínas, ni el interés de quienes siempre se desinteresaron de vos, de nosotras, de todas. Sí necesitamos que no te callen, ni a vos, ni a las que quieran hablar. Por eso, si te gusta del durazno, disfrutalo. No te banques nada. Y si te lo bancaste -porque el daño deja huellas que no se pueden maquillar- que sea para que juntas sigamos intentando que las más chicas disfuten sin precios a pagar.
Lali, vos naciste ocho años después del regreso de la democracia. En 1983 había un 4,3% de mujeres en la Cámara de Diputados. En 1993, 10 años después, apenas un 5,7%. Si las mujeres esperaban a que les dieran el reconocimiento que esperaban nadie les daba nada y a pesar de ser la mitad del país -la mitad más una- la representación política era ínfima. Y una década después, tampoco, casi no se movía la aguja. ¿Para qué te lo cuento? Para que sepas que si las mujeres nos sentábamos a esperar la igualdad, la igualdad no llegaba. Hubo que pararse, marchar, protestar, escribir y reclamar. Y eso es lo que estas haciendo vos ahora.
“Ella empezó”, dijo Javier Milei. Y la verdad, es que parece una respuesta de jardín de infantes, pero sin estar en jardín de infantes, sino en la Casa Rosada. El tuit con el que te dicen que empezaste decía: “Qué preocupante”. Y tenías razón. Es preocupante que la libertad de las mujeres ya retrocedió. Y que es un gobierno obsesionado en combatir la libertad de las mujeres. “Si te gusta el durazno bancate la pelusa”, te dijo Javier Milei, el Presidente de la Nación, en un acto de violencia de género institucional, simbólica y mediática, inédito en la historia argentina de un Presidente de la Nación a una cantante popular.
“Te haces el guapo”, te dijo. Y no te haces, sos guapa. Claro. A pesar de llamarse liberales ejercen un liberalismo sin libertad y sin respetar a las mujeres que se hacen a sí mismas, que trabajan para Netflix, para Amazon Prime Video con (El fin del amor, de Tamara Tenenbaum), en mercados extranjeros y que llenan estadios solitas. Es un liberalismo que ataca la meritocracia. Parece que está bien hacerse a sí mismo, pero no a sí misma. Y que Twitter es solo para likear lo que le gusta. Es preocupante, más que preocupante, ya es una realidad la amenaza que nos preocupaba.
Si las mujeres se quedaban sentadas nadie las invitaba a bailar, morocha, rubia, o lo que quieras ser, cuando quieras, como quieras. Después vino el cupo, la paridad, el derecho a tener sexo y poder cuidarse y para las que no la tienen, para las que se van de fiesta y les dan ganas y para las que tienen un novio con el que se quieren casar.
También vino el matrimonio igualitario para las que quieren casarse con la novia o se animan a probar lo que les gusta ser o deshacer y vino el aborto legal. Vino la identidad de género para mirarse como quién cada uno o una desea, vino la lucha contra la violencia de género y la ley de trata, para que no le pase a las que necesitan venir a trabajar a Argentina todo lo que vos desafiaste en Sky Rojo, la serie de Netflix que se estrenó en el 2021.
La trata y la explotación no se terminan con leyes, ni con series, no es una novedad. Pero nadie miró para otro lado cuando te miraba contando una historia de mujeres encerradas y forzadas a tener sexo sin escapatoria ni respeto a su dignidad. Si hoy se puede denunciar -como el gobierno denuncia en Chaco- no es gracias a que las mujeres tuvieron miedo o fueron calladas o les preguntaron qué hicieron con el dedo levantado por lo que los demás señalan como una falta (porque siempre a las mujeres nos dijeron que nos callemos o que no estábamos limpias para desafiar) sino gracias a las que fueron más valientes que el poder político y se animaron a hablar.
La trata es un delito que antes de la lucha de Susana Trimarco, la mamá de Marita Veron, no estaba ni tipificado en Argentina y se perpetuaba en la corrupción política y policial, en La Rioja, en Tucumán, en Santa Cruz y todos miraban para otro lado. Todavía no se sabe si a Marita la pudieron llevar a España, como en tu serie, y encerrarla sin que pudiera escapar (no vamos a spoilear así te ven más de los que ya te vieron) o si está viva o enterrada en Argentina. Por eso, falta.
Los derechos no llegaron solos. Llegaron con muchas que lucharon, que abrieron camino, que pelearon, lloraron y rieron, que se juntaron y que fueron castigadas por querer que las más chicas vivan una vida mejor a las que ellas vivieron. Yo te hubiera dicho que lo logramos y que incluso tu paso por Cosquín Rock, un show que quedara en la historia porque tu voz se sigue escuchando más allá del eco del recital, fue también por las que hablaron, denunciaron y escribieron contra los abusos en el rock y los que decían que no había mujeres para convocar a festivales.
Y eso también fue ley. Y vos arriba con tus botas plateadas mostraste que tenes más rock y ovarios que muchos a los que la rebeldía los encontró midiendo sus agallas en la comodidad de no enfrentar el poder.
Por eso, Lali, te escribo esta carta, para que si te gusta el durazno, lo disfrutes.
Sexo, durazno y rock and roll.