El Talmud nos enseña que a una persona se la conoce por tres cosas: “Kosó, Kisó y Kaasó”. El hebreo hace que fonéticamente suene de manera especial por la similitud de las palabras. Pero, más allá de la rima, los ejemplos nos revelan la profundidad del mensaje. “Kosó, Kisó y Kaasó” son “su copa, su bolsillo y su enojo”.
Nada es en sí mismo ni bueno, ni malo. Todo depende siempre de quién gobierna.
La copa (Kisó). Después de una primera copa de vino, el filtro comienza a desaparecer. El carácter y los secretos comienzan a revelarse. Mucho dice lo que se bebe y cuanto se bebe. El alcohol puede transformarse en un arma cargada. Pero, como dijimos, el vino no es ni bueno, ni malo, todo depende de quién gobierna: si la bebida o el que bebe. Porque, a la vez, una copa de vino representa celebración y alegría. La utilizamos para brindar en momentos mágicos. Cuáles son las cosas por las que alguien festeja o por las que sonríe, estas también confiesan rasgos de su personalidad.
El bolsillo (Kosó). Allí se guarda lo que uno atesora. El bolsillo representa las cosas a las que les otorgamos valor. Cómo invertimos esas cosas habla de nosotros. No solo el dinero, sino también el tiempo, la atención, la energía. El dinero no es bueno ni malo, todo tiene que ver con quién gobierna. Lo que se tiene en el bolsillo puede ser visto como un merecimiento o como una responsabilidad. Nos define saber si somos felices con nuestra parte. Si entendemos de qué se trata ser ricos.
Y, por último, el enojo (Kaasó). El enojo puede mostrar la peor versión, la más descarnada. Enojados podemos llegar a decir cosas que al día siguiente jamás reconoceríamos como propias. El enojo puede hacer perder oportunidades, gastar tiempos, desperdiciar amistades, lastimar amores y oxidar el espíritu. Pero, a la vez, si aprendemos a gobernar nuestro enojo, este puede ser una gran herramienta para torcer un rumbo, enfrentar la mediocridad o cambiar la pasividad que nos rodea.
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En el texto de la Torá de esta semana, todo está cruzado por el enojo. El pueblo en el inmenso desierto que tienen enfrente está enojado con su realidad. Se enoja la gente, se enoja Moisés, se enoja Dios. Se ve una sociedad crispada, alterada, frustrada. Una sociedad que no ve salida ni futuro a su presente de desierto. El enojo social toma forma de protesta, bronca y rebelión. Y en algunos casos de hastío, desesperanza y ganas de abandonarlo todo. Enoja la manera en que sus líderes solo pelean entre sí. Enoja la distancia entre la agenda de la política que gobierna y toda esa gente sin esperanza. Es entonces cuando aparecen en el relato personajes que se aprovechan de la fragilidad social para trepar en el poder.
El texto nos habla de un tal Koraj. Koraj es el tipo de líder que lejos de usar su autoridad para servir a la gente, busca servirse de la gente y del poder. Koraj representa a aquellos que creen que el poder es solo para tener poder. Y entonces, poder hacer lo que se quiere. Libres de explicaciones. Impunes en los medios para sus últimos fines. Seguidos por un séquito de aduladores, aplaudidores de todo. Serviles que permiten esclavizar su mente y su voz a ese líder. Koraj se llena la boca de conceptos sagrados, pero que se traducen vacíos en sus labios corruptos. “Democracia, igualdad, derechos”. Detrás del discurso de la demagogia, su verdad es la de creerse con un derecho casi divino a ser bastante más igual que el resto.
El texto bíblico de hace milenios pareciera conversar sobre los temas del diario de esta última semana en nuestro país. Sonrisas y abrazos de todos los que acaban de conseguir un lugar en la boleta o un cargo para la próxima elección. La distancia con la realidad de desesperanza y la agenda de la sociedad resulta más grande que un desierto.
El enojo y la toma de calles de esta semana en diferentes puntos del país pasaron a un segundo plano detrás de los festejos de los triunfadores de cada interna. Mientras la gente aplaude en las marchas en la calle, la política aplaude en sus actos partidarios. Pero es el enojo el que nos define. El que muestra cómo es cada persona y también cómo es cada sociedad.
En Jujuy, una pueblada tomó las calles e intentó a pedradas tomar y casi incendiar edificios gubernamentales. No es tarea de esta nota argumentar acerca de la ley que se había votado y que generó el enojo. Quizá sea injusta, quizá sea correcta. Es irrelevante. En el momento en que el enojo gobierna y levanta una piedra contra algo o contra alguien, la discusión termina. Todos pierden. Cuando las autoridades nacionales, por cuestiones partidarias, se ocupan de defender al que levantó la piedra, queda demostrado quien gobierna. O quien no.
En Chaco, el pueblo también tomó las calles esta semana. Una joven es desaparecida y se descubre que ha sido horriblemente asesinada. Los detalles son una pesadilla. Los autores serían los mismos que, 48 horas después del hecho, aparecían impunemente sonriendo en una boleta partidaria prometiendo una mejor calidad de vida para su gente. El cinismo del poder incita a sonreír a sus jefes políticos mientras votan alegremente. La insolencia del poder hace que, por ser parte de un mismo espacio político, defensores y militantes de los derechos humanos y las igualdades de género no condenen al aberrante femicidio. La desvergüenza hace que las máximas autoridades nacionales del poder se escondan detrás del silencio. Silencios cómplices.
Sin embargo, la madre de la joven llama a marchar por su hija pidiendo que durante la marcha no se corte la circulación de las calles, que nadie tire un solo papel al piso, que no se rompa nada durante la protesta. ¿Quién está más justificado que esa madre para estar enojado? Todo lo que se puede hacer desde el enojo. El enojo define quienes somos.
Como seres humanos, como sociedad. El enojo puede despertar a pueblos enteros que estaban dormidos. Al saber gobernarlo, puede enseñarnos a elegir cómo gobernar nuestra vida.
En el final de la historia, el texto bíblico nos dice que, después de querer quedarse con todo el poder, la tierra abre su boca y se traga a Koraj y su gente. La metáfora es muy sutil. El líder que solo se pensaba por arriba de los demás termina por debajo de todos.
Amigos queridos. Amigos todos.
De gobernar las emociones se trata. De ser creativos con nuestras pasiones para el bien. De aprender a enojarnos por lo que está mal y, entonces, actuar con el equilibrio y la sabiduría que exige la hora.
De decidir con altura y elegir con propósito.
De invertir todo aquello a lo que le damos valor y luchar por lo que es un tesoro.
Para poder mañana levantar una copa de vino al cielo y celebrar lo que, al fin, con el esfuerzo de nuestras manos, hayamos logrado.
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