“Acá no estamos para cumplir los caprichitos de los padres”, “A ver mami, ponele voluntad, así no va a nacer nunca el nene”
Estas y otras frases que atentan contra los derechos de madres e hijos/as durante embarazo, parto y puerperio; son moneda corriente en boca de profesionales de la obstetricia, dentro de nuestro sistema de salud público y privado.
“¿Con que te vas a cuidar para no volver a quedar embarazada?”, “Quedate tranquila y haceme caso, yo estudié para esto, vos no”
Argentina ha sido observada por la ONU en el año 2019 por los altos índices de “violencia obstétrica”, una forma de violencia de género que implica, entre otras cosas, el maltrato verbal y físico y el abuso de intervenciones médicas sobre el cuerpo de la mujer embarazada y la persona recién nacida.
Es una violencia naturalizada en nuestra cultura, que puede comenzar incluso antes de la gestación (cuando se está en busca de información sobre salud reproductiva) atravesando parto, puerperio y también situaciones de aborto. La violencia obstétrica, sea sutil o explícita, impide el desarrollo del potencial humano durante este período de la vida y quita muchísimos beneficios para la salud de madre e hijo/a, en lo inmediato y también a mediano y largo plazo (fuente OMS y OPS).
“¿Vos querés un parto respetado o un hijo vivo?”, “Mirá si vos me vas a decir a mí lo que necesita tu bebé”.
El abuso de poder por parte de los profesionales de la obstetricia está tan naturalizado en nuestra sociedad que quienes trabajamos en visibilizar la violencia obstétrica -incluso basándonos en leyes vigentes, estadísticas y evidencia científica- convivimos con el ninguneo permanente, la indiferencia y muchas veces el ataque de nuestras propias congéneres.
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Es muy común recibir agresiones de mujeres que tienen la necesidad de defender a sus obstetras o parteras/os cuando, desde los espacios de difusión, alertamos sobre los riesgos de las intervenciones que se hacen por rutina durante el parto y nacimiento.
“Tenemos un programa de parto seguro, sin intervenciones, pero lo tenés que pagar aparte”, “Si a mí me pagaran 300 lucas también te espero 20 horas el trabajo de parto, qué viva”
Cuando tratamos de visibilizar que los partos en la actualidad, tal como son intervenidos, están atravesados por la violencia obstétrica. La mayoría de las mujeres madres se enojan, niegan haberse sentido sometidas o se desesperan por justificar las intervenciones que recibieron, como si alguien les estuviera pidiendo explicaciones.
Por el contrario las personas que no han atravesado un embarazo o parto tienen mucha más capacidad de procesar y reflexionar sobre esta información. Y esto es absolutamente lógico, pues estamos tan atravesadas por el mandato patriarcal que nos impone alegría en la maternidad, que la sola idea de registrar “ese día” como algo molesto, nos resulta insoportable.
“Sí, conozco la Ley de Parto Respetado, pero en esta clínica tenemos otras reglas”, “Dejá de gritar como una loca, le vas a hacer mal a tu bebé”.
Se pueden discutir muchas cosas en relación a las elecciones a la hora de gestar, parir y maternar, pero hay dos puntos que son, hoy por hoy, indiscutibles: el primero es que en ninguna etapa de la vida, ni en la escuela, ni durante el embarazo, ni siquiera en los cursos de preparto, se nos enseña a las personas que el parto es un acontecimiento sexual e íntimo, ni cómo funciona su fisiología. Lo otro es que, dentro de una sala de partos y en pleno siglo XXI, la persona que más poder tiene sobre nuestro cuerpo, es el/la obstetra, después, el resto del equipo médico y, por último, la parturienta, a quién con mucha suerte se la trata amorosamente, se le permite elegir una música de su agrado y se le dice que, por eso, tuvo un “parto respetado”.
“¿A que te referís con que querés un parto respetado? Todas las personas de mi equipo son profesionales impecables, siempre tratamos a la mujer con respeto”
El buen trato verbal se vende hoy como parto respetado cuando, en realidad, el parto respetado es el acompañamiento médico adecuado y seguro que respeta la fisiología humana, garantizando la salud física y psíquica de las personas.
No tiene que ver (solamente) con el buen trato verbal. Sugerir a la mujer que se acueste para parir, por ejemplo, y realizarle una episiotomía (corte en la vagina) de rutina, es una agresión al cuerpo, aunque se realice con anestesia, aviso previo y amorosidad. La violencia obstétrica es violencia sexual. El sometimiento de nuestros cuerpos en las salas de parto es, casi siempre, consentido por la propia parturienta por cuestiones culturales pero el cuerpo tiene memoria. La fisiología y la psiquis hacen su trabajo y, antes o después, pasan factura.
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Por todo esto es que ayer fue un día histórico. Por primera vez, madres, mujeres, disidencias, agrupaciones, víctimas y denunciantes de violencia obstétrica, marchamos juntas, dentro de la columna del movimiento #NiUnaMenos y esto, para quienes hemos padecido la invisibilidad de la violencia obstétrica, no sólo en el ámbito social sino también en el judicial, es profundamente esperanzador.
Ayer sentimos el apoyo de agrupaciones y activistas que nos vieron, nos entendieron y nos cobijaron.
Ayer el movimiento feminista con más visibilidad de la Argentina reconoció a la violencia obstétrica como un problema que hay que abordar de manera urgente.
Ayer miles de mujeres nos vieron y ahora saben que no están solas en sus percepciones de parto, que no están falladas por no sentirse felices aunque hayan tenido un hijo vivo, que no fue su culpa si sus hijos e hijas no pudieron vivir.
Hoy podrán salir de la vergüenza que genera la mirada social cuando nos quejamos y de la culpa que implica no haber podido defendernos.
Este #8M levantamos una bandera enorme que dice “BASTA DE VIOLENCIA MÉDICO-GINECO OBSTÉTRICA Y NEONATAL”, y nos mostramos porque tenemos con qué. Porque hay leyes, hay evidencia científica y hay hartazgo de que nos dejen siempre para después. Ayer salimos a marchar para recordarles que tienen una deuda y que esa deuda es con nosotras, las madres.
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