El G20, frente a una prueba de madurez

Las tensiones geopolíticas impactan de lleno en la agenda de sostenibilidad global, pero la Cumbre de Líderes de Indonesia le ofrece una oportunidad histórica al mundo emergente

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Los principales líderes del mundo
Los principales líderes del mundo volverán a reunirse en Bali (Firdia Lisnawati/Pool via REUTERS)

En pocos días más, cuando los principales líderes del mundo se vuelvan a reunir en Bali (Indonesia), el Grupo de los 20 (G20) que integra Argentina quedará ante un dilema vital: ¿continuará este foro siendo relevante para dar respuesta a los múltiples desafíos globales o se sumergirá en la irrelevancia, hasta su disolución?

En 2008, una crisis financiera mundial sin precedentes dejó en claro que el poder de decisión global ya no podía quedar restringido a un grupo reducido de países reunidos en el G7. El G20, creado una década antes, comenzó a celebrar entonces sus Cumbres de Líderes como una instancia valiosa de encuentro de países desarrollados y emergentes para lograr un foro multilateral de mayor representatividad, un ámbito más plural y diverso de cooperación.

En la Cumbre de Roma, el año pasado, se asumieron compromisos para converger y aunar esfuerzos, lanzar una recuperación post pandemia y promover un crecimiento sostenible e inclusivo para todo el mundo frente a los desafíos del cambio climático. Entonces, en medio de crisis tan amplias e interconectadas, pensamos que la necesidad llevaría a una inmediata cooperación mundial. Hoy parece algo inalcanzable.

La fuerte desestabilización política y económica causada por los impactos de la guerra en Ucrania desvió la atención de los tres temas prioritarios fijados por Indonesia para su presidencia de turno del G20: cooperar eficazmente para mejorar la respuesta sanitaria de eventuales pandemias, transitar hacia la digitalización, promover nuevos avances en energía sostenible, y mitigar y adaptarnos a los efectos del cambio climático.

Así, a la próxima Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del G20 en Bali se le imponen dos desafíos cruzados. Por un lado, lidiar con un conjunto de desafíos transnacionales que afectan a las personas en todas partes, desde el cambio climático hasta la inseguridad alimentaria, las enfermedades transmisibles, la transición energética y la inflación. El propio Banco Mundial, en su resumen de 2022, advirtió sobre este preocupante escenario de “crisis superpuestas” que implicaron un retroceso en la reducción de la pobreza global tras tres décadas y la aceleración del aumento de las desigualdades.

Por el otro, construir esos proyectos comunes en el marco de una creciente polarización y prácticas confrontativas entre las grandes potencias. Así, el multilateralismo -que ya estaba en estado crítico en 2019- es actualmente la última garantía contra un mundo que estructuralmente esté menos interconectado, sea más volátil y cuyas relaciones internacionales sean inusualmente reactivas.

El desafío más inmediato que enfrentamos es la posibilidad de recaer en una gran recesión económica mundial como la causada inicialmente por la pandemia de 2020 (durante la cual solo 16 economías crecieron, según el Fondo Monetario Internacional), que alteró todas las cadenas de suministro. Esta vez, sería consecuencia de la guerra en Ucrania y las sanciones económicas que parte de la comunidad internacional adoptó como respuesta. Primero se interrumpieron los sistemas comerciales y financieros en Europa, pero ahora los efectos ya son planetarios.

Estos desafíos compartidos no son cuestiones marginales o secundarias a la geopolítica, sino que operan en un mismo plano. Es ahí donde el G20 se debate sobre cómo equilibrar la tensión entre la búsqueda de los intereses nacionales de sus miembros y un compromiso genuino con el bien común global, con el cuidado de nuestra “casa común”. Lograrlo hace a la propia existencia del foro.

La invasión rusa de Ucrania opacó el proceso del G20. Desde entonces, ninguna de las reuniones ministeriales o de grupos de trabajo ha podido llegar a un consenso para acordar una declaración final. La pregunta crítica es cómo tratar con Rusia, uno de los miembros del foro, y si este es el ámbito para debatir la agresión a Ucrania.

La cuestión divide y fragmenta al G20. Algunos países, en particular los del G7 que han condenado enérgicamente a Rusia y adoptaron sanciones económicas importantes, promueven redoblar la apuesta. Otros miembros del G20 que se abstuvieron de cuestionar a Rusia en las diversas resoluciones de las Naciones Unidas sostienen que este foro debe excluir, como ámbito exclusivo de cooperación económica financiera, las cuestiones geopolíticas o de seguridad internacional.

Adoptar este segundo enfoque sería como ignorar al elefante en la habitación. Desde el 2009, el G20 se autodenominó como un espacio de cooperación económica-financiera, pero con los años fue progresivamente expandiendo su agenda a otras cuestiones como el medio ambiente, las migraciones, el empoderamiento de la mujer, la salud pública global, y otros temas relevantes de la agenda internacional.

Si bien el G20 no es el ámbito para debatir cuestiones de seguridad internacional más propias de otras instituciones internacionales, las tensiones geopolíticas impactan de lleno en la agenda de sostenibilidad global, con consecuencias potencialmente devastadoras para todo el planeta, y en particular para países en vías de desarrollo como la Argentina.

Con todo, no debemos desaprovechar una histórica oportunidad: la presidencia de Indonesia durante 2022, a la que seguirán las de India en 2023 y Brasil en 2024, abre una continuidad sin precedentes de países emergentes al frente del foro que podría, por fin, desplazar la atención mundial hacia las necesidades de los países del Sur global.

Por ello, promovemos que el marco de referencia -como en otras cuestiones que se abordan en el G20- para el tratamiento del conflicto en Ucrania sea la Agenda 2030 de las Naciones Unidas y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). De este modo, buscamos rescatar como pilar fundamental la paz y la seguridad internacional: no hay desarrollo sostenible sin paz y no hay paz sin desarrollo sostenible.

Como lo adelantó el presidente Alberto Fernández al mundo, en su intervención en la última Asamblea General de Naciones Unidas: “Debemos robustecer un multilateralismo cooperativo que nos asegure el fortalecimiento del Estado de Derecho, el imperio de la no violencia y una mayor equidad para reducir las brechas sociales. Para enfrentar semejantes desafíos, debemos recuperar el imperio de la paz”.

Los miembros del G20, incluida Rusia, son los principales actores con incidencia sobre los bienes comunes globales. Combinadas, las economías del foro representan más del 80% del PIB mundial, el 75% del comercio internacional y el 60% de la población mundial.

Sigue siendo importante que se expresen en todas las áreas críticas en las que ejercen influencia, entre ellas la nutrición, la salud, el clima, el medio ambiente o la energía. Un acuerdo sustantivo, allí donde sea posible, será favorable al bienestar global.

Indonesia dio el primer paso al insistir en que el G20 se reúna a pesar del conflicto en Ucrania y las rivalidades geopolíticas, sin exclusiones. Ahora, es una responsabilidad compartida cooperar para la paz, la supervivencia y la prosperidad global.

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