En el cortísimo plazo, las exportaciones de soja ayudaron a sortear una crítica situación de falta de divisas. En el mediano plazo, los productores agropecuarios argentinos siguen enfrentando un futuro incierto, afectado por la inestabilidad macro y por una elevada carga tributaria. Esa situación, observada desde el resto del mundo, contribuye a generar una imagen de la Argentina de bajo crecimiento de su oferta de alimentos para la próxima década.
Durante casi un mes (del 5 al 30 de setiembre), la cadena de la soja en la Argentina operó con un tipo de cambio diferencial de $200 por cada dólar exportado. Los exportadores de la cadena son las empresas que venden porotos de soja al mundo y las empresas elaboradoras y exportadoras de aceite, harina de soja y biodiesel. El tipo de cambio diferencial, aproximadamente un 35% superior al tipo de cambio oficial, permitió a esos operadores pagarle al productor un precio más alto por los porotos de soja en el mercado spot o completar operaciones acordadas con “precio a fijar” por ese valor mayor.
El precio resultó lo suficientemente remunerativo como para que los productores vendiesen unos 10 millones de toneladas y fijaran el precio en operaciones por unos 4 millones adicionales. En consecuencia, los operadores ingresaron dólares por sus exportaciones en el orden de los USD 8.000 millones en el curso de setiembre, según informaron las autoridades al anunciar el cierre de la vigencia del “dólar soja”.
Debe notarse que el tipo de cambio del “dólar soja” puede entenderse como equivalente a haber suspendido durante un mes las retenciones a las exportaciones del poroto de soja a los efectos prácticos del pago a los productores. Sin embargo, el tipo de cambio efectivo disponible en la formación del precio al productor era de $200 menos las respectivas retenciones, es decir, un valor neto de unos $148 por dólar.
El tipo de cambio del “dólar soja” puede entenderse como equivalente a haber suspendido durante un mes las retenciones a las exportaciones del poroto
En consecuencia, los productores agropecuarios fueron remunerados con la misma cotización sobrevaluada que se aplica a los exportadores en general y que resulta exigua para mantener los negocios exportadores con algún crecimiento. El regreso a la situación anterior significa que los productores verán formado su precio con un tipo de cambio efectivo equivalente a menos de $110 por dólar por efecto del pago de retenciones.
Así, al atraso cambiario se suma la excesiva carga fiscal. Lo exiguo de ese valor, sumado a la expectativa de devaluación representada por la brecha cambiaria, explican la retracción en los negocios de los productores primarios cuya rentabilidad sólo estuvo apuntalada por los precios internacionales. Aunque también éstos se encuentran en paulatino descenso.
El plazo de vigencia de un mes del “dólar soja” da cuenta del horizonte de cortísimo plazo en el que opera nuestra economía. Mientras esto ocurre, los productores deben proyectar su negocio cotidiano para los próximos seis meses a dos años, aproximadamente, según se trate de producción agrícola extensiva o ganadería. En esos plazos prevalece una alta incertidumbre en nuestro país que lleva a que los productores opten por decisiones de “menor arrepentimiento”, es decir, por decisiones que buscan preservar el negocio más allá de cualquier resultado que, finalmente, prevalezca en la macroeconomía.
El clima y algo más
Así, la campaña agrícola 2022-23 se pronostica con resultados menores a los de la campaña previa, en parte por razones climáticas, pero en parte por acciones precautorias de los productores. Si se pudiera extender el horizonte de planeamiento de los negocios, seguramente aumentarían las inversiones en capital y tecnología que mejorarían la productividad agropecuaria.
La campaña agrícola 2022-23 se pronostica con resultados menores a los de la campaña previa
¿Por qué es importante ese horizonte de largo plazo? Más allá de la respuesta inmediata de la necesidad de prever el futuro y crecer que tiene toda economía, el episodio histórico de los próximos 30 años está inmerso en un proceso de necesidad inédita de pronóstico y previsión debido a las amenazas que plantea la sustentabilidad ambiental y el cambio climático para la continuidad humana. En ese escenario, el sector agropecuario juega un rol esencial en el logro de la seguridad alimentaria. Al respecto, existen muchos ejercicios de prospectiva que muestran resultados diferentes, pero todos coinciden en la necesidad de tomar iniciativas en forma inmediata.
Entre esos ejercicios, recientemente la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) han dado a conocer su Panorama 2022-31 con un pronóstico conjunto para la próxima década. El informe parte de un escenario general de crecimiento económico del mundo por debajo del de la década previa a la Pandemia, de 2,7% anual. Se mantiene la incertidumbre sobre el desarrollo de la invasión rusa a Ucrania y se anticipa que en el corto plazo se mantendrán las dificultades para el sector agropecuario de la economía ucraniana, lo que redundará en problemas para la oferta mundial de alimentos. Los precios de la energía, en cambio, se anticipan a la baja.
En el sector de alimentos se indica un aumento de la demanda de consumo, sobre todo por aumento de la población del 1,4% anual para los próximos 10 años. La mayor demanda se concentrará en países de ingresos bajos y medios. Estos últimos variarán sus dietas incorporando alimentos elaborados y más carnes, mientras que los países más pobres mantendrán su dieta de productos básicos. El crecimiento de la producción de todo tipo de carnes llevará, a su vez, a una mayor demanda de forrajes, particularmente soja y sus derivados. La demanda por biocombustibles crecerá lentamente, siguiendo los cambios en los mercados de energía, debido a la incorporación masiva del auto eléctrico.
La oferta agrícola crecería un 1,1% anual sobre la base del aporte de la producción de los países en desarrollo de Asia, América Latina y Asia. El 80% del aumento se explicaría por cambio tecnológico, un 5% por intensificación productiva (dobles cosechas) y un 15% por aumento de la tierra dedicada a la agricultura. La producción de carnes y de la pesca aumentaría en un 1,5% anual y los productos de granja (pollos y huevos) pasarían a abastecer la mitad del consumo mundial en el capítulo de carnes.
El comercio agrícola será esencial para garantizar la seguridad alimentaria, la diversificación de las dietas y los mejores ingresos rurales
En opinión del informe OCDE-FAO, el comercio agrícola será esencial para garantizar la seguridad alimentaria, la diversificación de las dietas y los mejores ingresos rurales en los países en desarrollo. El comercio de alimentos seguirá creciendo y se espera que la mayor oferta neta provenga de América Latina, Europa y Asia Central. Dentro de América Latina, Brasil sería el país con mayor potencial para dar respuesta a estos aumentos.
Contrastes con el resto del mundo
En el informe se insinúa un contraste importante con respecto al rol de nuestro país. Primero, se destaca el impresionante desempeño de Brasil en la década pasada en su crecimiento como exportador neto de alimentos y se prevé que su oferta neta seguirá creciendo, aunque a un ritmo menor. También se menciona el aporte que provendría de México y Ecuador. Pero el caso de la Argentina no se menciona explícitamente como aportante a la oferta neta agropecuaria ya que, en opinión de los autores, la situación en el país es de pronóstico difícil. Por ejemplo, se caracteriza a la Argentina como un país de alta inflación e inestabilidad cambiaria y se señala el uso de los derechos de exportación en la comercialización agropecuaria. Con todo, se reconoce que el país se mantendría como el principal abastecedor mundial de harina de soja y tendría una mayor oportunidad de aumentar su presencia en el mercado de lácteos. En el Cuadro se puede apreciar que la Argentina es el segundo exportador neto en importancia en la región, luego de Brasil.
Durante la última década, la participación de América Latina en las exportaciones globales de alimentos creció al 17%. Para 2031, OCDE-FAO pronostican una participación del 18%, dentro de un comercio de mayor volumen. Brasil desacelerará su crecimiento, pero seguirá siendo el abastecedor neto más importante de la región. México, Costa Rica y Ecuador harán su contribución en las exportaciones de frutas y verduras. La Argentina no debería resignar su potencial y el ordenamiento de su economía debería acreditarla para reclamar su lugar en la expectativa mundial.
Esta nota es un anticipo de la publicación Indicadores de Coyuntura 646 que elabora la Fundación FIEL
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