En América Latina y el Caribe la pandemia gatilló una explosión en el uso de plataformas digitales para aplicaciones de salud. La Argentina amplió el uso de la telemedicina pública para atender a pacientes en zonas rurales. Uruguay apalancó un sistema nacional de Historia Clínica Electrónica para agilizar diagnósticos y vacunas. Brasil integró bases de datos clínicos para acelerar la clasificación de riesgos de pacientes.
Hoy, los gobiernos en toda la región entienden que sin una transformación digital permanente será imposible mejorar la equidad en el acceso y la eficiencia del gasto en salud. La digitalización también es esencial para asegurar la calidad y continuidad de la atención de enfermedades crónicas como el cáncer y la diabetes. Pero la evidencia indica que muchos intentos por “digitalizar” la salud han fracasado, por ejemplo, cuando hay un cambio de gobierno o de equipo, y la dirección inicial de un proyecto de transformación digital toma otro rumbo. ¿Qué podemos aprender de países que han avanzado en este tema?
Primero, es necesario dar el salto completo. Una inversión parcial o simbólica produce resultados parciales o nulos. Las transformaciones exitosas requieren inversiones que van más allá que el costo de la tecnología y que abarcan la gobernanza, modernización del marco normativo, gestión del cambio y mejoras en la interoperabilidad y la infraestructura digital.
Para digitalizar, es necesario dar el salto completo. Una inversión parcial o simbólica produce resultados parciales o nulos
Segundo, antes de asignar el presupuesto y seleccionar un software, es vital definir a dónde se quiere llegar y tener una idea clara de la situación actual. Eso requiere una visión consensuada con todo el ecosistema de salud, sin excepción—un gran reto en contextos de salud altamente fragmentados como los de nuestra región. Los casos de éxito tienen en común que las autoridades priorizaron el diagnóstico y el diálogo con doctores, pacientes, clínicas y otros actores, para conocer sus dudas y explicar cada aspecto del cambio.
Tercero, el sector privado tiene que ser un socio estratégico en estos esfuerzos. Desde la expansión de la banda ancha hasta el diseño de software y nuevas aplicaciones digitales, la experiencia y el ecosistema de innovación de las empresas son vitales. Una buena alianza público-privada también permite que los gobiernos obtengan recursos para las inversiones necesarias en momentos en que los presupuestos del Estado son muy limitados.
Cuarto, ninguna transformación de este tipo se logra durante una sola administración política. La clave es poner en marcha un proceso de creación conjunta que genera algunas ganancias en el corto plazo, pero que se sostenga más allá de un gobierno o una gestión. En países que lo han logrado el proceso típicamente exige entre 10 y 15 años para rendir frutos a gran escala, además de estructuras dedicadas a su cumplimiento.
El error más frecuente es “digitalizar los procesos existentes”, basados en papel. Para evitar esta trampa, se debe buscar un rediseño completo que involucre a todos los actores relevantes—no solo los del área de tecnología—para así generar nuevos procesos que mejoran la experiencia y satisfacción de los usuarios
La transformación digital se debe construir sobre un marco legal habilitante, con una sólida gobernanza que defina las responsabilidades de cada actor. Hoy, solo 11 países de la región cuentan con una legislación que defina y dé validez a la historia clínica electrónica, y solo 14 de los 26 analizados cuentan con una estrategia de salud digital. Asimismo, solo 9 países cuentan con una normativa avanzada para el ejercicio de telemedicina. Durante la pandemia Perú, la Argentina y Colombia impulsaron proyectos de ley para cerrar estas brechas. Una visión estratégica también alineará a distintos actores más allá del sector salud—como, por ejemplo, los proveedores de banda ancha—para evitar que los beneficios de la transformación digital incrementen las desigualdades en el acceso.
Quinto, a la hora de diseñar aplicaciones y sistemas, el error más frecuente es “digitalizar los procesos existentes”, basados en papel. Para evitar esta trampa, se debe buscar un rediseño completo que involucre a todos los actores relevantes—no solo los del área de tecnología—para así generar nuevos procesos que mejoran la experiencia y satisfacción de los usuarios.
Por último, iniciativas de este tipo solo funcionan cuando se acompaña a los trabajadores de todo el sector y a los pacientes con capacitaciones continuas, comunicación efectiva, apoyo técnico y procesos de retroalimentación para hacer ajustes en el camino. Sin esta buena gestión del cambio, es típico que los supuestos beneficiarios de nuevos sistemas se resistan a adoptarlos.
Ninguna transformación de este tipo se logra durante una sola administración política. La clave es poner en marcha un proceso que se sostenga más allá de un gobierno o una gestión. En países que lo han logrado el proceso típicamente exige entre 10 y 15 años para rendir frutos a gran escala
Hoy, además de los países ya mencionados, Chile, Colombia, Jamaica y Surinam están apostando por la transformación digital en salud con estrategias que reúnen muchas de estas lecciones. El BID, además de apoyar acciones inmediatas durante la pandemia, está proporcionando créditos y asistencia técnica en 18 países de la región para implementar estos planes, como parte de su Visión 2025.
El impacto de estos esfuerzos será enorme. Los latinoamericanos podrían vivir cuatro años más con calidad si los países de la región operaran con los estándares de eficiencia de los países de OCDE. La salud digital nos puede ayudar a llegar a dichos estándares al producir mejoras en la calidad de la atención y reducciones en los errores médicos. No perdamos esta gran oportunidad para mejorar el bienestar de nuestra gente.
El autor es Vicepresidente de Sectores y Conocimiento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)
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