Aprender a convivir en un mundo complejo

Hoy se conmemora el Día de la Convivencia en la Diversidad Cultural, en recuerdo del levantamiento del Ghetto de Varsovia en 1943 y en homenaje a las víctimas del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial

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El Ghetto de Varsovia (AP Photo/File)
El Ghetto de Varsovia (AP Photo/File)

En marzo del 2000, el ministerio de Educación incorporó la fijación de ese día, en recuerdo del levantamiento del Ghetto de Varsovia en 1943 y en homenaje a las víctimas del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. La misma tiene el objetivo preservar la memoria del pasado, además de incorporarse a las conmemoraciones de los calendarios escolares con el fin de realizarse actividades que afirmen el aprendizaje de la tolerancia, del respeto al otro y de la convivencia en la diversidad cultural como valores fundamentales de la vida democrática, desterrando a la discriminación, xenofobia o racismo.

Es posible y necesario enseñar a ser plurales y diferentes ya que todos pertenecemos a grupos étnicos, religiosos, políticos diferentes y, por ende, estamos insertos en un mundo caracterizado por la complejidad cultural, un fenómeno presente en las grandes ciudades donde cada una de las comunidades mantienen su cultura en coexistencia con otras.

García Canclini define a la multiculturalidad como diversas ciudades en una. Sin embargo, este proceso de transculturación en el que dos o más culturas comparten y mezclan sus pautas, objetos y costumbres resulta muy difícil por las maneras desiguales en que los grupos se apropian, combinan o transforman los elementos que las componen.

El racismo y la discriminación tienen su origen en creer que una raza pueda ser mejor que otra. Los antropólogos llaman etnocentrismo a la tendencia que tienen los pueblos de considerarse superiores. Si bien se dice que es una tendencia de la sociedad occidental, se trata, en realidad, de una tendencia universal. Ya los griegos llamaban bárbaros a los pueblos que no hablaban su lengua y los mayas mudos a los toltecas. Los navajos enseñaban que Dios había hecho al hombre de barro y lo había cocinado en un horno; al primer hombre lo sacó crudo: era el blanco, el segundo se le había quemado: era el negro y recién el tercero había salido cobrizo, era el indio, el hombre perfecto para ellos. En 1853 J. Arthur, en “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”, exaltaba a los blancos como superiores y justificaba la matanza y la esclavitud de los negros por pertenecer a una categoría no humana. Muchos más ejemplos se podrían mencionar con la colonización española o con las luchas en Estados Unidos a partir de la guerra de la Secesión. Aún en la actualidad persisten problemas de este tipo dentro de comunidades de “iguales”.

Ahora bien, cabría preguntarse cómo es posible que, en la sociedad occidental y cristiana, heredera de las ideas de la Revolución francesa, esto es, de las ideas de igualdad, fraternidad y libertad, pueda, a pesar de los siglos, seguir sosteniendo prejuicios respecto de las minorías étnicas O, en todo caso, qué hacer desde la escuela para soslayar este obstáculo.

¿Por qué no reflexionar en el aula a partir de los diarios de la semana acerca de los pequeños grupos que están representados? ¿Por qué no pensar las diferencias desde los gustos musicales, deportivos, etc? ¿Por qué no recurrir a un abuelo o al archivo periodístico y buscar qué sucedía cincuenta años atrás frente a un determinado problema? Analizar, reflexionar, expresar opiniones son algunas de las actividades que pueden involucrar al alumno en esta tarea de valorar lo diferente.

Según el sociólogo polaco Zygmunt Bauman (2002), el problema del multiculturalismo puede entenderse de dos maneras: como tolerancia o como solidaridad. Si lo miramos desde el primer significado se aceptaría la vida del otro, aunque se lo seguiría considerando inferior. En cambio, visto desde la solidaridad, se alude a la voluntad de aprender, discutir y criticar. Sólo a través de ella, dice el autor de “Modernidad líquida”, es posible el respeto por la humanidad compartida y el reconocimiento de singularidades que hace de cada cual quién es.

Educarse para la convivencia mundial sólo será posible si se comprende que en la complejidad cultural reside el recurso mediante el cual el género humano se afirma como tal. El rol del docente y de los medios de comunicación está en el reconocimiento de la diversidad y el pluralismo, bases para el disenso en una sociedad que se precie de democrática.

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