Anya Taylor-Joy en la cabeza: de Gambito de Dama a las estrellas

Como buena desarraigada al cambiar muy chica de país no abandona contar que les encantan las empañadas, la provoleta y los churros con dulce de leche

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Anya Taylor-Joy
Anya Taylor-Joy

Una pequeña aclaración: no vengo descubrir nada. Medio mundo vio Gambito de Dama, la serie de más audiencia en menos tiempo- 98 millones- y su admirable protagonista Anya Taylor-Joy, de 31, nacida en los Estados Unidos con sus primeros años en nuestro país, padre de origen escocés y funcionario alto de banca: de allí el traslado a Londres cuando tenia 6. No es una noticia si se juzga a las noticias como cometas y a otra cosa. Pero las noticias duran, viven en ocasiones y con distintos ámbitos y personas mucho tiempo. Reconozco que veo pocas series, me pierdo muchas por impaciencia -temporadas, temporadas-, aunque a mi juicio es fantástico que existan y no tengo la menor nostalgia por las salas grandes, codo con codo y prójimo al ladito.

Fotografía cedida por Netflix donde aparece la actriz Anya Taylor-Joy como Beth Harmon, durante una escena de la serie limitada "Gambito de dama". (EFE/Netflix)
Fotografía cedida por Netflix donde aparece la actriz Anya Taylor-Joy como Beth Harmon, durante una escena de la serie limitada "Gambito de dama". (EFE/Netflix)

No había visto Gambito de Dama y me zampé las siete en un día. Fascinado y admirado. Bien cierto, sí, que había visto Witch, Anya en el papel de Thomasin, película debut del director Robert Eggers, de tan puro terror sobrenatural que se mete en los huesos y las neuronas. Le siguieron Split y Glass, también del arte de crear miedo -en algún lugar vas a encontrar el miedo, es nuestro perro fiel- con productos mayores menores, géneros como brujería, asesinos seriales, chicos demoníacos, gritos calculados para inventos bizarros fabricados para que los adolescentes se partan de risa. Podía seguir en el camino del terror de calidad nuestra actriz, pero no. Ella, no la serie que donó al planeta es quien me interesa a mí, si me lo permitan. Anya Taylor-Joy, con su rostro fuera de cualquier estereotipo, muy atractiva, ojos algo saltones y sonrisa con un destello de timidez -se ve claro en entrevistas, en la tapa de “Elle”, cuando estuvo aquí-, viene a ofrecernos un tránsito de época, como si Picasso fuera desde la época azul hasta el cubismo, que no es lo mismo, lo sé, pero tiene que ver en asuntos de transformaciones. Y de verlas al mismo tiempo que quien escribe y los que en una de esas lean. Verlo ahora. Ese es el objetivo. Ya están los elementos que ofreció en la serie en abundancia: una gran realización -no convendría dejar de lado a la protagonista cuando chiquita en el orfanato, formidable-, al ajedrez , millones de personas ahora mismo juegan ajedrez en toda la Tierra y la poética de Borges lo incluye, y seguir a Anya Taylor-Joy como son lanzados al espacio los elegidos. No es para perdérselo.

Como buena desarraigada al cambiar muy chica de país no abandona contar que les encantan las empañadas, la provoleta y los churros con dulce de leche. Lo dice en argentino, idioma fuente del español, sospecho. No lo olvida, como la camiseta de San Lorenzo que seguramente se pone para dormir Viggo Mortensen. Guiños al paso que nos caen como lluvia sobre tierra reseca ahora que no tenemos hacia dónde vamos ni si existe aún nuestra identidad cordial, un poquitín melanco y amiga de la vida.

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