Tan abierto fue el informe de la Comisión de la Verdad que luego hubo una oleada de investigaciones sobre el tema, todas ellas revelando la dificultad y la imposibilidad para producir un relato global y único.
La segunda comisión investigadora de la violencia política fue creada por el presidente Virgilio Barco en 1986. Su dirección fue encargada al historiador Gonzalo Sánchez hasta hace poco director del Centro Nacional de Memoria Histórica, quien conformó un equipo con profesores de la Universidad Nacional conocidos como los "violentólogos".
La violencia política se había convertido para entonces en algo monotemático y omnipresente, una moda, como un sufijo según apunte del fallecido historiador Germán Colmenares. Se buscaba una explicación científica, pero el resultado no cumplió esa meta. En vez de un discurso homogéneo, el libro Colombia Violencia y Democracia compiló una serie de ensayos sobre todo tipo de violencias que afectaban a la sociedad colombiana dando una apariencia de igualación de todas ellas.
Además, en lo que respecta a la violencia política insistió en la tesis de que la tierra está en la base de los conflictos contemporáneos del país, como también las falencias del Estado, el carácter excluyente del régimen político, todas las cuales configurarían las llamadas "causas objetivas" del levantamiento armado.
Más aún, Sánchez reiteró su tesis según la cual los colombianos somos propensos a la violencia y el país se ha configurado endémicamente a partir de la violencia, como si se tratase de una enfermedad y todas las situaciones de violencia política y guerras civiles tuvieran el mismo leit motiv o circunstancialidad y procesos económicos, constitucionales, infraestructurales, educativos, urbanos e industriales carecieran de valor.
El sociólogo francés Daniel Pécaut en uno de sus ensayos posteriores a esta investigación escribió sobre la imposibilidad de explicar la violencia de mediados del siglo XX a partir de un solo enfoque o paradigma. Que curiosamente es lo que quiere reintentar la Comisión de la Verdad del jesuita De Roux.
Recordemos que desde La Habana hacia el final de las negociaciones entre el gobierno Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se ordenó a un grupo de académicos escribir un ensayo sobre el conflicto armado. Los miembros elegidos por las partes produjeron textos que confirmaron la diversidad de enfoques y visiones sobre el "conflicto armado", dando al traste con la pretensión de las FARC que rechazó algunos porque no se adecuaban a su narrativa, reconfirmando la tesis de Pécaut.
Por estos días la opinión ha estado informada de las dificultades que ha tenido el presidente Iván Duque para nombrar el nuevo director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) por presiones de intelectuales, activistas de ONG, profesores nacionales y extranjeros, organizaciones de diversa naturaleza que han vetado los nombres de posibles candidatos al cargo alegando que tales personajes tienen una visión contraria y negacionista sobre los problemas de violencia política vividos en el país en las últimas décadas.
La posición de quienes han propiciado el veto a estos candidatos apunta a dejar por sentado que lo realizado bajo la dirección de Sánchez es incuestionable y corre peligro si llegase a quedar en manos de quienes tienen puntos de vista diferentes a los de quienes han trabajado en la institución. Han llegado al extremo de exigirle al Estado y al Gobierno "respetar" la autonomía académica del Centro y negar el carácter controversial de la verdad y la memoria.
Retomando el tema de la Comisión de la Verdad, pienso que si lo que el país quiere es estudios académicos sobre la violencia política y el "conflicto armado", lo correcto, lo adecuado y lo pertinente es que se cree una línea macro de investigación dirigida por Colciencias con adecuadas finanzas para que investigadores de todas las disciplinas sociales y humanas, y equipos de investigación reconocidos propongan proyectos multi e interdisciplinarios, desde diversos enfoques y evaluados por expertos que se rijan por criterios estrictamente disciplinares.
No llegaremos a una verdad o una explicación definitiva o única, ni a un relato homogéneo porque siempre tendremos varias versiones o enfoques, pero, con seguridad, tendremos como sociedad la posibilidad de enriquecer nuestra mirada y valoración de lo sucedido sin tanto apasionamiento y con más criticidad.