Una dieta más saludable puede alargar hasta 13 años la expectativa de vida

Un grupo de investigadores de la Universidad de Bergen, Noruega, diseñó un modelo epidemiológico que permite calcular cuántos años de vida se pueden ganar mediante los cambios en la dieta sostenidos en el tiempo.

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Un dieta equilibrada tiene un
Un dieta equilibrada tiene un impacto directo en la salud

La alimentación es fundamental para la salud. Se estima que los factores de riesgo dietético causan en el mundo 11 millones de muertes por año. Esto es casi el doble de fallecimientos que los que generó el Covid-19 durante toda la pandemia (1).

El mejorar los hábitos dietarios de la población es una importante medida sanitaria que, no solo haría que las personas vivan más años, sino también que estos años sean de mejor calidad y con más salud. Además, mejorar la dieta puede tener un impacto ecológico sustancial.

La expectativa de vida de un individuo es, a partir de una determinada edad, cuántos años se espera que viva. Esto depende de una serie de factores, como lo son la genética (es decir, los antecedentes familiares que tenemos), distintas enfermedades (tanto agudas como crónicas), y los hábitos, en los que incluimos: la dieta, el consumo de tabaco o alcohol, y el grado de actividad física que realizamos, entre otros. También tiene que ver el lugar del mundo donde se vive: no es lo mismo la expectativa de vida en un país en desarrollo, que la que tiene un individuo de un país desarrollado.

Distintos estudios científicos midieron el impacto en el riesgo de muerte prematura (aquella que se da antes de llegar a la edad calculada en la expectativa de vida de un individuo) de cada alimento en particular.

El consumo de frutas, verduras, cereales integrales, cereales refinados o harinas, frutos secos y legumbres (por ejemplo, lentejas, garbanzos, porotos, arvejas, etcétera), pescado, huevos, leche/lácteos, carnes rojas y carnes procesadas (hamburguesas, salchichas, embutidos, etcétera), y las bebidas azucaradas (por ejemplo, gaseosas y jugos saborizados no dietéticos), tiene distintos impactos en la salud.

El Global Burden of Disease Study (GBD), en español, “Estudio de Carga Global de la Enfermedad” (2), es, hasta la fecha, el estudio epidemiológico observacional más completo de todo el mundo. En él se describe la mortalidad y la morbilidad por enfermedades graves, lesiones y factores de riesgo para la salud a nivel mundial, nacional y regional.

Examina las tendencias desde 1990 hasta la actualidad, y hace comparaciones entre poblaciones, permitiendo la comprensión de los desafíos cambiantes de salud a los que se enfrentan las personas de todo el mundo en la actualidad.

Abarca información de 187 países, y es dirigido desde la Universidad de Washington. Los trabajos se remontan a 1993, con la publicación del Informe del Desarrollo Mundial, realizado por el Banco Mundial. Desde entonces, los datos sobre GBD han sido utilizados de múltiples maneras para informar mejores políticas sanitarias, tanto a nivel local como internacional.

En este gran estudio epidemiológico, se incluyen datos de los años de vida que la población pierde debido a la presencia de distintos factores de riesgo dietéticos. Tales mediciones, hechas a nivel poblacional, pierden relevancia al evaluar a una persona en particular (es decir, son difíciles de aplicar cuando un médico está con el paciente sentado en su consultorio).

La comisión EAT-Lancet, formada por un grupo de profesionales de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, presentó una “dieta planetaria” (3), con el objetivo, para el año 2050, de modificar los hábitos dietarios globales. Plantean la necesidad de duplicar el consumo mundial de frutas, vegetales, nueces, semillas y legumbres, y de bajar en más de un 50% el consumo de alimentos como la carne roja y el azúcar.

Una dieta rica en alimentos de origen vegetal, y con menos alimentos de origen animal, confiere una buena salud y beneficios ambientales. Esta es una dieta que equilibra la salud, y las perspectivas ambientales, a partir del concepto de sustentabilidad.

Evaluaron y midieron el impacto de esta dieta, pero no revisaron el impacto sobre la salud y la expectativa de vida de otras, quizás no tan ideales.

Las estimaciones de GBD, y la dieta planetaria, orientan a la población y a las políticas sanitarias hacía dónde deberíamos ir respecto a la ingesta de alimentos, aunque hasta ahora, falta un modelo que permita tomar decisiones a nivel individual, poniendo en una balanza distintas opciones de dietas.

En este sentido, un grupo de profesionales de la Universidad de Bergen, Noruega, desarrolló un modelo matemático para predecir el impacto de distintas opciones de dieta sobre la expectativa de vida de las personas, y sus resultados fueron publicados en Plos Medicine, una importante revista de medicina, el 8 de febrero de este año, en Estimación del impacto de la elección de alimentos en la expectativa de vida: un estudio modelado (4).

Para la confección de este modelo se basaron en distintos meta-análisis (estos son estudios que revisan toda la información disponible para un momento dado, sobre un tema y se evalúa a través de herramientas de calidad metodológica), y los datos de GBD del año 2019 (que fueron publicados en el año 2020), para calcular en cuántos años cambia la expectativa de vida, con los cambios sostenidos en la ingesta de frutas, verduras, cereales integrales, cereales refinados o harinas, frutos secos, legumbres, pescado, huevos, leche/lácteos, carnes rojas, carnes procesadas y bebidas azucaradas.

Compararon 3 dietas:

(i) dieta occidental típica, (ii) dieta óptima u optimizada, y una (iii) dieta intermedia en los cambios, es decir, viable o con un enfoque de viabilidad (seria aquella a “mitad de camino” entre la dieta más saludable, y la que la mayor parte de la población occidental consume, que sería la menos saludable).

A partir de estos cambios y modelos de dieta, calcularon, gracias a la herramienta en línea Food4HealthyLife (5), cómo se modifica la expectativa vida, es decir, cuánto debería vivir una población de acuerdo a lo que come.

Esto puede llegar a ser un elemento muy útil a nivel poblacional, para poder aplicar, con una base teórica adecuada, recomendaciones y políticas sanitarias. También puede ser útil a nivel individual, ya que un paciente, cargando sus datos en esta calculadora, podría saber qué impacto potencial en los años por venir pueden tener sus cambios dietarios, si los sostienen en el tiempo.

En general, el hecho de poder “medir” un beneficio de un cambio de hábito, incentiva al que lo hace a mantenerlo en el tiempo.

Usando este nuevo método, basado en la mejor evidencia disponible, demostraron que la expectativa de vida aumenta (es decir, se podrían vivir más años), si se introducen cambios en los hábitos alimentarios, desde la dieta occidental típica, hasta una dieta óptima u optimizada, como máxima expresión de beneficio en cantidad de años ganados.

Las ganancias se obtienen consumiendo más legumbres, cereales integrales y frutos secos, y menos carnes rojas, y carnes procesadas. Cuanto antes se introducen estos cambios en la vida, mayor es el beneficio en años de vida ganados. Los beneficios máximos se vieron en los que cambiaban la dieta a los 20 años.

No obstante, cambios tan tarde en la vida como los introducidos a los 80 años, mostraron ganar años de vida: hasta un 7% más se puede vivir si una persona cambia los hábitos alimentarios a los 80.

Los beneficios para la salud de los cambios en la dieta están relacionados con la reducción de la enfermedad cardiovascular (enfermedad coronaria, accidente cerebrovascular, etcétera), y de la mortalidad por cáncer y diabetes, todas ellas entre las principales causas de muerte a nivel mundial.

La reducción de la mortalidad cardiovascular puede suceder tras pocos años de cambios. Para los cánceres, probablemente se necesite más tiempo.

En este estudio se asumió que 10 años es un tiempo prudencial, desde el cambio, para obtener un beneficio completo, aunque también se calcularon y vieron beneficios con menos años. Los datos se extrajeron de las poblaciones de Estados Unidos, China y Europa, que son históricamente las poblaciones más estudiadas.

El grado de certeza de la evidencia utilizada (es decir, cuán confiables son los resultados), tras usar una escala especial para medirla (Nutri-GRADE), fue alta para los cereales integrales, moderada para la mayoría de los alimentos, baja para vegetales, frutas y harinas, y muy baja para los huevos y carne blanca (aves).

Se calculó la ganancia en la expectativa de vida para distintas edades de inicio del cambio en la dieta: 20, 40, 60 y 80 años.

Se mejoró la calidad de la dieta a partir de cada alimento, desde una dieta típica occidental, baja en granos enteros (4 veces menos que la dieta ideal), sin frutos secos, sin legumbres, baja en pescado (4 veces menos que dieta ideal), rica en lácteos, leche y harinas o granos refinados (estos últimos, 4 veces más que en la ideal), con carnes rojas y procesadas (ambas casi sin presencia en la dieta ideal), y con bebidas azucaradas, con menos frutas (la mitad que una dieta ideal), y menos verduras, hasta una dieta ideal.

La dieta ideal no tiene bebidas azucaradas, carnes rojas, ni carnes procesadas, tiene muy pocos granos refinados o harinas, y menos productos lácteos, leche y huevos. Es rica en frutas, verduras, legumbres, granos enteros, pescado y agrega un puñado de frutos secos.

Se calculó una dieta de casi 2000 calorías por día para la dieta típica occidental (1931 calorías), versus poco más de 1800 calorías (1818 calorías) por día para la dieta ideal. No se calculó el efecto de la restricción sobre los resultados (es decir, no se vio si se vivía más con menos calorías).

Se vio al cambiar la dieta típica occidental por una dieta ideal, un aumento de la expectativa de vida de hasta 13 años, para los hombres que cambiaron su dieta a los 20 años, e incluso hasta 3.4 años en los hombres que cambiaron su dieta a los 80 años. Los años de vida ganados por las mujeres que cambiaron su dieta a los 20 y 80 años fueron 10.7 y 3.4 años, respectivamente.

A medida que aumenta la edad, el efecto beneficioso es menor, pero igual está presente. Menos años también mostraron beneficios. Los efectos plenos se vieron a partir de los 10 años del cambio sostenido en la dieta.

También se vieron resultados positivos en los que cambiaron de la dieta típica occidental a una dieta factible o intermedia, en todos los grupos de edad: si el cambio se hace a partir de los 20 años, los hombres pueden ganar 7.3 años de vida, y las mujeres, 6.2 años.

Comer más legumbres, cereales integrales y frutos secos, y menos carnes rojas y procesadas, puede ser la forma más efectiva de aumentar la expectativa de vida para una persona con una dieta típica occidental, a partir de los 10 años del cambio de hábito. También ayuda comer más frutas y verdura.

En conclusión, un cambio en la dieta sostenido, es decir, comer mejor habitualmente, puede tener beneficios sustanciales sobre la salud. Cuánto antes en la vida, mejor, y nunca es tarde para cambiar: siempre hay beneficios.

Referencias

(1). https://es.statista.com/estadisticas/1107719/covid19-numero-de-muertes-a-nivel-mundial-por-region/

(2). https://www.thelancet.com/gbd

(3). https://eatforum.org/eat-lancet-commission/#:~:text=The%20planetary%20health%20diet%20is,of%20fruits%2C%20vegetables%20and%20nuts

(4). https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/35134067/#:~:text=Changing%20from%20a%20typical%20diet,males%3A%202.7%20to%203.9

(5). http://158.39.201.81:3838/Food/

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