Desde 2017, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de Salud (PAHO), alertó sobre los índices en aumento trastornos de ansiedad y depresión como los más frecuentes en la población latinoamericana: entre el 2,4% al 18,2% y en un 1.5% a un 6,7%, respectivamente. Lo que convierte estos dos trastornos en el centro de la atención terapéutica.
Habitualmente los pensamos como dos trastornos diferenciados e incluso en el imaginario popular parecieran ser opuestos, especialmente por sus manifestaciones en la conducta de las personas. Este trastorno mixto puede desconcertar tanto a quienes los padecen como a sus allegados.
Los síntomas: cómo reconocerlos
La aparición de sentimientos de tristeza, vacío y desesperanza , lo que llamamos ánimo deprimido, que están presentes de forma sostenida por al menos dos semanas y en combinación con la pérdida de interés y/o placer por todo aquello de lo que solíamos disfrutar, son las características principales de la depresión.
Y a estos síntomas se le suman la tensión y el nerviosismo, una inquietud permanente como si algo malo fuera a ocurrir o la sensación de no encontrar paz ni confort en ningún lado. Preocupaciones constantes que nos impiden concentrarnos y sentimos que no podemos hacer foco en nada y a la vez estamos con mil cosas en la mente, sintiendo que hemos perdido la capacidad de memorizar o retener la información que nos interesa. Todo ello puede hacernos sentir que estamos perdiendo el control de nosotros mismos. Estos son los síntomas ansiosos que con más frecuencia aparecen asociados a la depresión,
Lo que hace que en vez de ver una persona triste y desanimada que se encuentra tirada en su cama como único lugar seguro, nos encontramos con personas desanimadas, tristes, con pensamientos negativos, inquieta y moviéndose de un lugar a otro, que empiezan mil actividades a la vez y todas dejan inconclusas. A su vez, están irritables y tiene la sensación de encontrarse incómodos en su propio cuerpo.
Sabemos que en ambos diagnósticos están presentes factores biológicos predisponentes, pero no todo aquello que a lo que tenemos predisposición se manifiesta, esto depende de la aparición de factores desencadenantes.
En este caso el desencadenante es siempre una pérdida, puede ser de un ser querido, de un trabajo, de una relación, de un periodo o momento de nuestra vida que sentimos que dejamos atrás, o incluso una valoración sobre nosotros mismos. Y es ese sentimiento de pérdida el que activa la aparición de dichos cuadros.
La pronta consulta a un profesional de la salud es fundamental para evitar el deterioro que esto puede provocar en nuestras vidas.