Maximiliano de Habsburgo es uno de los personajes más controversiales de la historia de México, pues aunque para unos fue un invasor extranjero que llegó al país para imponer un gobierno monárquico, para otras personas, fue alguien que cayó en el engaño de Napoleón III y los conservadores mexicanos, pero no hizo ningún daño al país.
Maximiliano llegó a México por el puerto de Veracruz, el 28 de mayo de 1864, y su Imperio, que fue el segundo que existió en México, concluyó el 19 de junio de 1867, cuando fue fusilado al lado de sus dos generales conservadores, Miguel Miramón y Tomás Mejía, en el Cerro de las Campanas, en Querétaro.
A lo largo de su gobierno en México, Maximiliano de Habsburgo no estuvo solo, pues además de todo su equipo de trabajo, también estuvo acompañado por su esposa Carlota de Bélgica, una mujer que era hija del rey Leopoldo I de Bélgica.
La pareja real se casó en 1857, cuando ella contaba con apenas 17 años, mientras que Maximiliano ya tenía 25.
Cuando llegaron a México, nadie los recibió en el puerto de Veracruz, lo que parecía ya un mal presagio. Sin embargo, al llegar a la Ciudad de México, una gran multitud los acompañó hasta la Catedral y el Palacio Nacional.
La relación entre Maximiliano y Carlota no era tan buena, pues se sabe que el emperador le era infiel y ella no lograba embarazarse. Se volvió irritable, y como apenas comía, su estado físico se hizo preocupante.
Maximiliano la convenció de que se retirara un tiempo a la ciudad de Cuernavaca, en el estado de Morelos, al sur de la Ciudad de México.
Poco a poco la situación política en el país se fue complicando y en 1866, Bélgica y Francia anunciaron la evacuación de sus tropas, y el nuevo rey belga, Leopoldo II, hermano de Carlota, le aconsejó a Maximiliano que abdicara.
Sin embargo, Carlota se negó a esa opción y se ofreció a ir a Europa para buscar nuevos apoyos.
Al llegar a Francia, la emperatriz notó que el gobierno de Napoleón III se negaba a enviar cualquier tipo de ayuda. Desesperada por la situación, consiguió entrevistarse a solas con el monarca francés y su esposa.
No se sabe con exactitud qué pasó en esa reunión, pero Carlota salió convencida de que habían querido envenenarla y tras ello sufrió una crisis que la mantuvo en cama. Por dos días seguidos se negó a hablar y a probar bocado. En ese tiempo recibió una nota de Napoleón en la que se despedía de ella y recomendaba a Maximiliano abdicar de inmediato.
Carlota decidió regresar a Miramar, lugar en el que vivía al lado de Maximiliano antes de partir a México. Ahí comenzaron a llegarle noticias de la debacle de su marido en México.
El Papa Pío IX la recibió en audiencia para intentar confortarla, pero en ese momento, Carlota mostraba signos de desequilibrio mental muy evidentes.
Durante la reunión con el Papa, no paraba de meterse los dedos en la boca, intentando escupir veneno que, supuestamente, Napoleón le había dado.
De vuelta al hotel, se negó a comer, y cuado tenía sed, salía a la calle para beber agua de las fuentes públicas, pues aseguraba que el agua que le ofrecían en el hotel o en cualquier otro lado estaba envenenada, al igual que los vasos.
Tras una noche en vela, volvió al Vaticano y acabó encerrándose en la Biblioteca, huyendo de supuestos envenenadores. Finalmente, su hermano Felipe, conde de Flandes, la convenció de regresar a Miramar, donde recibió la visita del doctor Riedel, director del manicomio de Viena, quien le diagnosticó un estado demencial incurable.
Por su parte, Maximiliano se veía acorralado por las tropas de Benito Juárez. En mayo de 1867, el emperador de México fue hecho prisionero en Querétaro, y en junio llegó su fusilamiento.
Cuando Carlota se enteró de la muerte de su esposo, se encontraba bajo la tutela de su hermano Leopoldo II, quien a la vista de su estado mental, la había trasladado al palacio de Tervuren, al este de Bruselas. Aunque lloraba desconsoladamente, Carlota seguía pensando que Maximiliano estaba vivo, hasta el punto en el que, en ocasiones, decía que hablaba con él.
Carlota, por su estado mental, murió prácticamente sin saber que su esposo había sido fusilado en México. La emperatriz de México murió el 19 de enero de 1927 a la edad de 86 años a causa de una neumonía.
Se dice que sus últimas palabras fueron: “Todo aquello terminó sin haber alcanzado el éxito“.