Atraída por falsas promesas laborales y la esperanza de un futuro mejor, Alison Vivas, de nacionalidad colombiana, aceptó -en 2017- una invitación para viajar a Cancún, México. Sin embargo, desconocía que acababa de ser vendida por una amiga suya y su vuelo la llevó a una red de trata de personas en esa ciudad.
A través del podcast Vos podés, la víctima confesó que le resultó difícil contar su historia, pero gracias al alcance que este podía tener, decidió alzar la voz y hacer público su caso para ayudar a advertir a muchas mujeres, para que no vivan lo mismo que ella.
Así se desarrolló el caso
Durante el episodio, Vivas contó que llegó al aeropuerto de Cancún para trabajar como recepcionista en un restaurante. Ahí le indicaron que debía pasar por el filtro uno. “Te va a atender una mujer, a ella le dices que vienes a visitar a tu novio que está en México. Cuando te pregunte su nombre tú le dices este nombre (no se especifica en el podcast) y vas a decir que él es representante de eventos”, cuenta.
Describe que salió del aeropuerto para intentar llamar a sus contactos y avisar que ya estaba en México, pero el complejo era muy precario y no contaba con wi-fi ni con teléfonos. Entonces, un hombre se le acercó y le preguntó si ella iba con “Melisa”, a lo que ella asintió y se fue con él. En el estacionamiento esperaron a otra mujer procedente de Barranquilla, Colombia, por dos o tres horas.
“No sé la hora, no tuve noción del tiempo, pero llegó una chica preciosa, una muñeca de 18 años. Llegó súper feliz y abrazó al ‘hombre misterioso’. Él subió su maleta a la camioneta. En la parte de atrás (del vehículo) empezamos a platicar y ella me contó que la invitó una amiga suya, que habían estudiado teatro juntas. Su sueño era ahorrar dinero e irse a la Ciudad de México a presentar un casting o contactarse con alguien porque ella quería ser actriz. Era su primer trabajo. Que hubiera otra colombiana conmigo me hacía sentir en confianza”, relata.
Hospedaje y primera noche
Alison cuenta que las llevaron a una casa muy bonita y que hasta ese momento no había nada que le causara desconfianza. Entonces apareció otra mujer colombiana, de nombre Angélica, quien sería la encargada de ambas chicas. En la casa ya pudieron comunicarse con sus familiares y tenían wi-fi. Posteriormente, les asignaron una habitación, pudieron bañarse, cenar y dormir.
Después aparece en la casa un hombre que se presentó como Édgar, quien sería el encargado de la elaboración del contrato. Este hombre solicitó a Alison su pasaporte, así como a la otra mujer. Después, les solicitó el dinero que ellos les habían enviado previamente por si había algún contratiempo en Migración.
“Ustedes van a firmar un contrato por 170 mil pesos mexicanos -unos 40 millones de pesos colombianos-, nos dijo. Después de que yo termine de prepararles todos los papeles les devuelvo el pasaporte. Luego se van acomodando las habitaciones y a mí me tocó compartir con Angélica, la señora que nos cuidaba. Me comuniqué con mi amiga y me dijo que llegaría, llegó la noche y no llegó. Pasaron dos días y volvió el señor de los contratos, venía con unos uniformes blancos, no eran vulgares pero debieron darme idea de que yo estaba en problemas”, revela.
No había nada extraño
Al otro día deberían estar “arregladas” e “impecables” a las dos de la tarde. Alison explica que llevaba una semana en el lugar, pero aún no notaba nada extraño, le parecía que había reglas que cumplir y que era parte del trabajo. Fue hasta que solicitó permiso para salir y le fue denegado cuando se dio cuenta de que algo estaba mal. Por otro lado, su amiga, por quien viajó a México, se mostraba distante e indiferente. Llegó la hora y arribaron al “sitio de trabajo”, que en realidad se trataba de un restaurante. Ahí se encontró con otras 22 chicas que portaban el mismo uniforme.
“Recibíamos a los clientes en una escalera. Lo que me pareció extraño fue la cantidad de personas que entraban. Al principio entraron por lo menos 15, todos hombres. Yo pensaba esto está mal, pero no está mal porque es un restaurante. La mayoría de las chicas eran colombianas, pero había dos venezolanas y algunas mexicanas. Alguien pidió una botella y dos fichas, yo no sabía qué eran esas fichas hasta que alguien me explicó. Ese día trabajamos desde las 2-3 de la tarde hasta las 4 de la mañana”, cuenta en el video.
Una semana de trabajo
Posteriormente, luego de una semana de trabajo, todo comienza a ser más explícito, relata Vivas. Cuenta que las otras chicas que laboraban en el sitio le preguntaban cómo es que no sabía lo que tenía que hacer. Una de ellas le explicó que todas pasaron por ese proceso y que al principio era difícil, pero después “ya no pasaba nada”. En este punto es donde se dio cuenta que su amiga era pareja del hombre que “era dueño de todo” el entramado de trata. Cuando ella cuenta sus intenciones de volver a Colombia, el hombre que les había hecho el contrato le dijo: ¿por qué son tan ilusas? ¿por qué son tan inocentes? Luego le explicó que ella tenía “una deuda con ellos” y en cuanto le pagara podía ser libre.
“Cuando saqué cuentas, noté que eran más de 40 millones de pesos -colombianos-. Mi mamá, ni vendiendo todo lo que tenía, iba a poder pagar esa deuda. Esto no tenía solución, sólo la tenía yo y era pagar esa deuda. Empecé a hablar con todas las que podía para que me dieron tips (para generar más dinero), todas coincidían en que tenía que ver el lado amable y sacar la ventaja que pudiera”, dijo.
Alison cuenta que su amiga no volvió a contestarle el teléfono y se dio cuenta de que no tenía opción. Explica que todos los días hablaba con su mamá, pero nunca le contó lo que estaba viviendo. Por el contrario, le hacía creer que le estaba yendo muy bien en su trabajo. Manifiesta que después fue a trabajar a otro lugar, explícitamente un bar en el que tenían que bailar en un tubo dos veces por noche, “quieran o no”.
“Yo me quería morir, yo no era capaz. Cada vez veía más lejos el hecho de salir de ahí y no tenía otra opción. No puedo contar cuántos servicios hacía al día, no me siento capaz, ya no aguantaba más. Empecé a pensar en contarle a alguien, a pedir ayuda en mi casa”. Después de esta declaración, Alison cuenta que una de sus compañeras le explicó que muchas chicas no habían regresado a su casa; no porque hubieran terminado de pagar la deuda, sino porque “se portaron mal” y “no siguieron las reglas”.
Refirió que su deuda no disminuía, por más que trabajara y los días eran una tortura. Alison subraya en esta parte de la charla que la trata de personas, la prostitución y la explotación sexual no existirían si no hubiera consumidores. “Lo que yo vi en los ojos de todos esos hombres ahí fue como ver a un león hambriento, algo tan vulnerable sobre esa tarima y que todos lo quisieran tocar”, lamenta.