Célebre por su novela En busca del tiempo perdido (À la recherche du temps perdu), Marcel Proust es autor de una de las creaciones literarias más colosales, tanto en volumen como en importancia lírica; una obra cumbre de las letras francesas, y de la literatura universal.
Marcel Proust nació en París el 10 de julio de 1871, y falleció el 18 de noviembre de 1922. Fue hijo mayor de un reconocido epidemiólogo, Adrien Proust, quien era profesor de la Facultad de Medicina de París, y de Jeanne Clemence Weil, una mujer muy culta, erudita en literatura, que influyó grandemente en la vida y en la vocación del escritor, y cuya figura y presencia se trasluce en gran parte de sus obra.
Se ha señalado a Proust como uno de los narradores más destacados de todos los tiempos. No obstante, a pesar de que la narrativa es el eje fundamental en su obra, en ella confluyen tanto la poesía como la prosa, no como entidades complementarias o excluyentes, sino de naturaleza singular, cada una desde sus características intrínsecas.
En este conjunto creativo, por supuesto destaca En busca del tiempo perdido y las siete grandes partes que la conforman, una obra magna considerada la novela más extensa del mundo, con más de 3 mil páginas —dependiendo de la edición—, y cuyas partes fueron publicadas en un periodo de catorce años (de 1913 a 1927): “Por el camino de Swann”, “A la sombra de las muchachas en flor”, “El mundo de Guermantes”, “Sodoma y Gomorra”, “La prisionera”, “La fugitiva” y “El tiempo recobrado”.
Antes de publicar En busca del tiempo perdido, Proust ya había dado a conocer una parte importante de su creación, desde la aparición de su primer libro, Los placeres y los días (Les plaisirs et le jours), un compendio que incluye ocho poemas sobre pintores y músicos.
Además de En busca del tiempo perdido y Los placeres y los días, Proust también escribió una novela que quedó inconclusa, publicada en forma póstuma en 1952, Jean Santeuil, y también una serie de artículos periodísticos y crítica literaria. La construcción de esta obra le dio tiempo de escribir más de cien mil cartas, que se publicaron en 1993, reunidas en 21 tomos, e incluso tuvo tiempo suficiente para ser un lector apasionado, perspicaz, y gran aficionado al teatro.
Luego de publicar la parte más destacada de su obra, Proust siguió escribiendo prosa y poesía, aunque siempre en un rango mucho menor al que tuviera su obra fundamental, medular. No obstante, su creación poética merece una aproximación profunda. Aunque por supuesto la obra narrativa de Proust es en sí una creación acentuadamente poética, vale la pena acercarse a su poesía como una entidad única, incluso disociada de su prosa, ya que conforma un universo muy distinto.
Siendo la obra de Proust una de las más reconocidas en la historia de la literatura, ha sido analizada por muchos especialistas. Uno de los estudios más representativos es el realizado por Samuel Beckett en su libro Proust, que desmenuza de manera elocuente distintos ángulos en torno a la obra mayor de este escritor. Este es un libro que aborda la obra de Proust en general, y que Beckett escribió en 1931, con una mirada lúcida que da un recorrido por la soledad, la percepción del pasado y el presente, la amistad, el miedo.
Este libro de Beckett abreva en la configuración de la memoria voluntaria y la memoria involuntaria, cuestiones clave en la obra de Proust, de quien también señala su memoria excepcional, sobre todo para la poesía, ya que podía recitar numerosos poemas de sus poetas favoritos, entre los cuales se encontraban Victor Hugo, Musset, Baudelaire y Leconte de Lisle. Mucho de esto lo cultivó en su niñez de salud frágil, al lado de su madre.
Nos dice Beckett que la obra de Proust surge de una taza de té. Y por supuesto, en toda la obra de Proust el conocido y emblemático episodio de la magdalena y el té es uno de los momentos álgidos. Este tipo de episodios ocurre varias veces más, construyendo una amalgama donde convergen la sensación del mundo físico por medio de un momento de afortunada —y trascendente— percepción.
Beckett define a la memoria involuntaria como “una maga díscola que no admite presiones. Es ella quien escoge la hora y el lugar en que habrá de suceder el milagro. Ignoro cuántas veces se produce este milagro en Proust. Creo que en doce o trece ocasiones. Pero el primero —el famoso episodio de la magdalena mojada en el té— justificaría ya de por sí la afirmación de que todo el libro es un monumento a la memoria involuntaria y a la epopeya de su acción. Todo el universo de Proust surge de una taza de té, no sólo Combray y su infancia”.
Muchos otros autores han analizado la obra de Proust, como Gilles Deleuze, quien en su libro Proust y los signos, publicado en 1964, señala que la búsqueda del tiempo perdido está implicada con un ímpetu por alcanzar la verdad, pero no una verdad externa, sino el conocimiento en que el ser se refleja en el mundo que le rodea. Esto por supuesto es parte de su obra poética, y está reflejado en una cita de Proust, incluida en el volumen 2 de En busca del tiempo perdido, que es “A la sombra de las muchachas en flor”, donde señala: “El ser humano no es un edificio que pueda ir añadiendo más pisos a sus superficies, sino un árbol cuyo tronco y follaje son la expresión de su savia interior”.
O cuando nos dice en el volumen 3, “La fugitiva”, que el ser humano adquiere su identidad sólo en sí, y a partir de sí, más allá de todo reflejo que pueda encontrar de sí mismo en el mundo: “El ser humano es el ser que no puede salir de sí, que no conoce a los otros sino en sí, y si dice lo contrario miente”.
Según Paul Valéry, en Tel quel (1936), la poesía es la “tentativa de representar o restituir, por medio del lenguaje articulado, esas cosas que intentan oscuramente expresar los gritos, las lágrimas, las caricias, los besos, los suspiros”. Y la obra de Proust sin duda lo logra, tanto la poesía como la prosa, como dos caminos diferentes que sin embargo van en la misma dirección.
En su poesía, Proust demostró un claro dominio del género, pues escribió parodias, epigramas, poemas breves, acrósticos, poemas de largo aliento, poemas burlescos. Y hay un tránsito de una poesía clásica a estructuras formales que se acercan al simbolismo, y a una propuesta muy peculiar. Incluso emplea el alejandrino divido en hemistiquios, medida métrica muy usual en la poesía francesa, como al español podría ser el romance octosílabo, por ejemplo.
Sus ocho poemas acerca de pintores sin duda son una pauta en la obra poética de Proust, y están incluidos en Los placeres y los días, entre ellos un poema sobre Antoine Watteau (1684-1721), pintor y grabador francés, de quien una destacada parte de su obra se encuentra en importantes museos del mundo, como el Louvre.
Otro poema importante de Proust es el dedicado al músico polaco Frédéric Chopin (1810-1849), quien fue uno de los compositores más admirados por el escritor; ambos yacen en las peculiares tumbas del cementerio Père Lachaise, en París.
Mientras que en su narrativa florece la imaginación, la poesía de Proust profundiza en una minuciosa intención por observar la realidad. También nos da un acercamiento a personas de carne y hueso, e incluso nos permite comprender su vida, acercarnos tanto a facetas sombrías de su existencia, como a momentos que iluminan toda su obra, como cuando nos dice, por medio del título de uno de sus poemas: “Contemplo a menudo el cielo de mi memoria”.
SEMBLANZA:
* María Vázquez Valdez. Poeta, editora, periodista y traductora mexicana. Autora de once libros publicados, entre los cuales se encuentran los poemarios Caldero, Estancias, Kawsay, la llama de la selva, y Geómetra. También es autora de Voces desdobladas / Unfolded voices (libro bilingüe de entrevistas a mujeres poetas de México y Estados Unidos, 2004), Estaciones del albatros (ensayos, 2008), y de cinco libros para niños y jóvenes.
Doctora en Teoría Crítica, maestra en Diseño y Producción Editorial, y licenciada en Periodismo y Comunicación. Ha traducido varios libros del inglés al español, y ha recibido becas y apoyos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), del Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos y de la Secretaría de Cultura de México.
En distintas etapas, colaboradora en diversos medios, entre ellos las revistas Mira y Memoria de la CDMX; los periódicos Tiempo (San Cristóbal de las Casas), El Nuevo Mexicano (Santa Fe, Nuevo México), La Opinión (Los Ángeles, California), y el colectivo Bedröhte Volker, de Viena, Austria.
Ha sido parte del equipo editorial de la Academia Mexicana de la Lengua, y de diversos medios, entre ellos la revista GMPX de Greenpeace y la Editorial Santillana. Fue jefa de publicaciones de la Unión de Universidades de América Latina (udual), cofundadora y directora editorial de la revista Arcilla Roja, miembro del consejo editorial de la revista de poesía Alforja desde su fundación, y directora de la Biblioteca Legislativa y de la Biblioteca General del H. Congreso de la Unión.