Han pasado cinco años desde que la familia LeBarón sufrió una de las peores tragedias vinculadas a la violencia que se vive en México por grupos criminales. En un ataque brutal en los límites de Sonora y Chihuahua, tres mujeres y seis niños fueron asesinados el 4 de noviembre de 2019 mientras viajaban en tres vehículos.
La masacre conmocionó a México y Estados Unidos, donde la familia tenía raíces y una presencia significativa. Hoy, nuevos testimonios de uno de los sicarios involucrados arrojan luz sobre un error que desató la tragedia y revelan las complejidades de la disputa territorial entre cárteles en esta región clave de la Sierra Madre Occidental.
Un territorio en disputa
El ataque ocurrió en una zona montañosa de la Sierra Madre Occidental, donde la falta de presencia estatal y la cercanía con Estados Unidos la han convertido en un corredor estratégico para el tráfico de drogas y personas. Los caminos rurales que atraviesan esta región permiten el paso clandestino de cargamentos ilícitos, lo que ha vuelto a esta área un objetivo de guerra para los cárteles.
El Cártel de Juárez, con su brazo armado La Línea, y el Cártel de Sinaloa, por medio de su célula Gente Nueva, se disputan estas rutas. En noviembre de 2019, la lucha entre ambos cárteles estaba en un punto álgido.
De acuerdo con testimonios revelados en el documental “LeBarón, Muerte en la Tierra Prometida”, de Vix, un rompimiento interno dentro del Cártel de Sinaloa intensificó la pugna, ya que algunos de sus integrantes desertaron para unirse a La Línea, buscando tomar el control de zonas clave en Sonora.
Según Juan Carlos Ruiz Olvera, periodista especializado en temas fronterizos, las brechas hacia la sierra eran peligrosas y se recomendaba no circular por esa zona debido a su importancia estratégica para el trasiego hacia Estados Unidos.
La Fiscalía General de la República (FGR) documentó cómo La Línea organizó una reunión en un rancho entre Janos y Ascensión, Chihuahua, el 3 de noviembre de 2019, un día antes de la masacre.
La reunión fue encabezada por dos exmiembros de Gente Nueva, conocidos como “G3″ y “El Tolteca”, quienes se habían unido a La Línea tras su ruptura con el Cártel de Sinaloa por no haber sido considerados para convertirse en jefes de plaza.
Con experiencia en las operaciones de Gente Nueva y motivados por el conflicto interno de su exgrupo, ambos cabecillas lideraron a cerca de 100 sicarios hacia Sonora, con el objetivo de recuperar territorio y “calentar la plaza” para sus rivales.
Durante la reunión, G3 y El Tolteca distribuyeron a sus hombres en dos grupos: uno se dirigió hacia Agua Prieta, mientras que el otro se posicionó en Bavispe, en espera de interceptar y atacar a miembros de Gente Nueva. La orden era abrir fuego sin distinción, creando un ambiente de caos que obligara a sus rivales a abandonar la zona. Según funcionarios de la FGR que investigaron el caso, la intención era sitiar a sus oponentes y obligarlos a retroceder en su propio territorio para después emboscarlos en otro punto.
La tragedia: el error fatal
La mañana del 4 de noviembre de 2019, el grupo liderado por El Tolteca avistó los tres vehículos de la familia LeBarón. Los atacantes, posicionados y listos para interceptar a miembros de Gente Nueva, vieron pasar las camionetas y, confundiéndolas con un convoy rival, abrieron fuego inmediatamente.
Según un agente de la FGR que habló en el documental bajo anonimato, en el primer vehículo, Rhonita Miller LeBarón y sus cuatro hijos (Howard, Krystal y los gemelos Titus y Tiana) fueron acribillados con 321 disparos antes de que los atacantes prendieran fuego al automóvil. El segundo grupo disparó a los otros dos vehículos que se encontraban más adelante: en el segundo, Dawna Ray Langford y dos de sus hijos, Trevor y Rogan, fueron asesinados, recibiendo 87 disparos; mientras que en el tercer vehículo, Christina Marie Langford Johnson fue ultimada con 41 disparos. Su hija, Faith, sobrevivió y fue encontrada más tarde en su asiento de seguridad.
La brutalidad del ataque dejó un saldo de nueve víctimas y, según los registros, ocho menores lograron sobrevivir a la emboscada, escapando hacia las montañas y escondiéndose cerca del lugar mientras esperaban ayuda; uno de ellos el , mayo, caminó 27 kilómetros en busca de ayuda.
La confesión
Tras el lanzamiento del documental producido por Nmás media, se ha dado a conocer la confesión de uno de los sicarios involucrados. De acuerdo con la información, al día siguiente de la masacre dos sicarios acudieron con Javier Urquidi, un terapeuta invidente.
Uno de los sicarios relató en un momento de tensión y presunto arrepentimiento el impacto que tuvo en él el haberse dado cuenta de que sus víctimas eran civiles, mujeres y niños. Según Urquidi, el sicario llegó a su consulta con heridas en las piernas y un estado de ansiedad evidente. Durante la sesión, reveló que habían recibido órdenes de disparar.
“A mí me lo contaron dos personas que vinieron a terapia y participaron en la masacre. Un día después del ataque vino un joven que tenía unas espinas en la pierna. Yo me lastimé la mano y le pregunté: ‘¿Pues qué trae, qué le pasó?’. Me dijo: ‘Mire, usted no ve, yo no le dije mi nombre, pero ya no aguanto más sin hablar de esto. Pasó esto: yo vi que eran puras cabecitas y una mujer manejando; yo disparé al aire, pero si no disparo, a mí me disparan’. La orden era dispararle a los primeros tres vehículos que pasaran; querían calentar la plaza, pero no querían que se les saliera de control. Y se les salió”.
La imagen de una camioneta calcinada en el desierto quedó grabada en la memoria colectiva de la comunidad mormona y de todo México.
Julián LeBarón, familiar de las víctimas y activista contra la violencia en México, ha señalado repetidamente que el ataque es una muestra de cómo los cárteles operan con total impunidad en la región. “Si ven que se equivocan, queman las pruebas,” declaró LeBarón en su momento, aludiendo a la práctica de los sicarios de incendiar vehículos y cuerpos para borrar evidencias.
La FGR y otras agencias de seguridad han detenido a varios sospechosos, entre ellos a cabecillas y participantes del ataque. Sin embargo, la familia y la comunidad mormona a la que pertenecían siguen esperando una justicia completa que aborde no solo a los autores materiales, sino que garantice la seguridad en esta región donde el crimen organizado sigue operando casi sin control.
A pesar de las detenciones, la región de la Sierra Madre Occidental continúa en disputa. Para los cárteles, el control de estas rutas es indispensable debido a su proximidad con Estados Unidos.