El director Luis Fernando Portales presentó su cortometraje Correr el riesgo de la infancia en la más reciente edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), que concluyó el pasado 26 de octubre. Un cortometraje de ficción que destaca por su sensibilidad y su exploración íntima de temas como el duelo, la memoria y la conexión entre generaciones, ambientado en el contexto del norte de México.
Es un rancho ubicado en el estado de Sonora que Luisito un niño de apenas 8 años de edad observa cómo su madre regala la ropa que su padre dejó antes de morir. Aquel momento es un catalizador para que el infante observe de frente una suerte de duelo a la que le ha dado la espalda.
Desde la perspectiva del niño, la cámara observa en todo momento la visita y partida de un migrante, los sueños de su madre, las dinámicas sociales de los mexicanos en el contexto de las familias y más detalles que en tan solo 17 minutos consiguen marcar al espectador desde diversos frentes.
Infobae México tuvo la oportunidad de charlar con Luis Fernando Portales en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia. Durante la conversación el cineasta mexicano compartió detalles sobre la inspiración detrás de su segundo audiovisual de corta duración y cómo su propia historia familiar fue clave para construir el guion.
“Esta película es un intento por volver a Sonora y reconectar con mis recuerdos y mi familia”, comentó el director. A través de la cotidianeidad ruidosa de sus reuniones familiares, Portales se dio cuenta de que había una narrativa constante: la muerte como algo simbólico y la dificultad de cerrar un ciclo tras la pérdida de un ser querido. Esa idea inspiró la esencia del cortometraje. “Mi mamá tardó ocho años en deshacerse de la ropa de mi papá, y yo quise capturar ese momento y convertirlo en una historia”, explicó.
Portales decidió filmar en el rancho de su familia en Sonora, para mantener la autenticidad del ambiente y las dinámicas de la región. “Era fundamental trabajar con actores naturales para que el tono de la película se mantuviera fluido y genuino”, añadió. El proceso de casting duró dos meses, y desde el principio fue claro que el enfoque no sería con actores formados, sino con personas de la comunidad.
Durante la proyección del cortometraje en las salas de Morelia, Luis Fernando se dio cuenta que el público conectó con facilidad con una escena en donde una familia numerosa comparte la comida, habla ruidosamente, ríe, se pelea y baila, todo al mismo tiempo. La audiencia mostró risas e identificó rápidamente a aquella familia mexicana como la suya.
“La escena en la mesa fue uno de los mayores retos”, recuerda Portales con entusiasmo. Para lograr que la cámara girara 360 grados alrededor de la mesa y capturara las interacciones familiares, tuvieron que diseñar una mesa especial con un fondo hueco. “Todos estábamos detrás de la cámara siguiendo al niño, y la sincronización fue clave para que el momento se sintiera natural”, explicó.
En ese momento el cortometraje también introduce un personaje migrante, una adición inspirada por las historias recurrentes en el norte del país. “Sonora es un territorio de paso, y la presencia de migrantes refleja la fractura de muchas familias. El encuentro entre el niño y el migrante simboliza la pérdida compartida: uno perdió a su padre, y el otro, a su hijo”, comenta el director.
Portales subraya que más allá de una simple locación, el norte de México debía ser un espacio activo en la narrativa: “No se trataba solo de filmar allá; queríamos conectar con la gente y el territorio de manera ética”. La producción se nutrió de colaboradores locales, respetando la oralidad y los acentos de la región, elementos fundamentales para lograr la atmósfera auténtica del cortometraje.
Para Luis Fernando era esencial transmitir esa perspectiva infantil, por lo que la fotografía por lo general se compone de planos muy abiertos y espectaculares, sobre todo en las planicies de Cananea. “El fotógrafo Tulio y yo trabajamos sobre la idea de la infancia como un territorio por descubrir. Por eso elegimos filmar en formato amplio, buscando que el encuadre reflejara esa amplitud y descubrimiento”.
A su vez la imagen es rica y dinámica en ideas, como por ejemplo el uso de los espejos, los cuales juegan con la perspectiva del espectador y explican a su vez una parte reprimida de Luisito, el personaje central que no ha logrado expresar la tristeza tras la pérdida de su padre.
Por su parte, la música era importante para el cineasta. A pesar de que en muchos círculos académicos cinematográficos se afirma constantemente que la ausencia de música permite la correcta construcción de emociones y situaciones, para Luis Fernando era claro que necesitaba tener musicalidad y drama en su obra.
“Esta vez decidí ser más barroco. Hay películas con scores muy presentes que me encantan... Trabajé la música con Arturo Capur. Él tocó el contrabajo, ya que desde el principio tenía claro que quería ese instrumento por la profundidad que transmite. Para mí, su sonido evoca algo subterráneo, algo que no termina de emerger. Además, el pizzicato de las cuerdas encajaba muy bien con el tema de la asfixia, que es un concepto central en la historia”, explicó.
Filmar en Cananea fue un reto para todo el equipo, pero aquello permitió que la producción se mimetizara con el entorno. Desde le principio el territorio dictó que la paleta de colores sería rojiza, misma tonalidad que también fue de gran aporte para la dimensión espiritual de la historia.
En México, la espiritualidad está muy presente en la vida cotidiana. Un ejemplo es cuando aparece una mariposa y alguien dice: “Se vino a despedir.” Una escena narra una experiencia similar, lo que era importante para el cineasta, quien cree que en algo más allá de los visible y que trasciende nuestra existencia en este plano. Dicha creencia también surge de su historia personal: su padre y su abuelo murieron en circunstancias similares, ambos en accidentes, “lo que me llevó a reflexionar sobre los patrones que se repiten en una familia”.
“Creo que crecer como persona implica echar raíces en el pasado y proyectarse hacia el futuro. La fe, en este sentido, también me resulta fascinante. Lugares como la Basílica de Guadalupe o la devoción al Niño Fidencio en Monterrey muestran el poder de la fe colectiva”, comentó Portales.
Correr el riesgo de la infancia destaca como una propuesta poderosa en la cinematografía mexicana actual. Una que explora los vínculos familiares, el duelo y los encuentros transformadores. Su cortometraje no sólo refleja la mirada personal del director, sino que también rinde homenaje a las historias y tradiciones del norte de México.