Desde la antigüedad, diferentes culturas a lo largo y ancho del mundo fueron cautivadas tanto por el errante andar de los astros a través de la bóveda celeste, como por las transformaciones que el cielo experimenta en las diferentes épocas del año; pues no siempre se ven las mismas estrellas en las mismas fechas. Ser conscientes de estos cambios les permitió a nuestros antepasados conocer que el cielo funciona como un gran mecanismo cíclico en el que las constelaciones visibles cambian conforme a las estaciones, la luna tiene fases periódicas, y los planetas desfilan sobre el mismo plano. Sin embargo, fue el movimiento aparente del Sol sobre el horizonte lo que hizo conmensurable darles orden a los calendarios de 365 días, y dividirlos en cuatro estaciones.
¿Como se mueve el Sol en el horizonte?
Popularmente se conoce que el Sol sale por el este y se oculta por el oeste, sin embargo, esto sólo sucede durante los amaneceres y los atardeceres equinocciales. Si nos dedicáramos a observar el amanecer durante un año nos daríamos cuenta de que, día tras día, cambia un poco la posición por la que el Sol levanta con respecto al día anterior. Por ejemplo, si realizáramos este ejercicio desde la cima de la Pirámide de la Luna podríamos observar cómo durante el equinoccio de primavera (marzo) el Sol sale sobre la cima del Cerro Tepayo, a partir de ese día el astro solar comenzaría a levantar cada vez más hacia el norte hasta llegar a su extremo durante el solsticio de verano (junio) cuando levanta sobre el Volcán Xihuingo, emprendería su camino de regreso hacia el punto medio de su trayectoria en el equinoccio de otoño (septiembre), y finalmente avanzaría hacia el sur hasta alcanzar su otro extremo durante el solsticio de invierno (diciembre) cuando emerge cerca del Cerro Xochihuacan; punto desde el que iniciaría de nuevo su eterno ciclo en dirección hacia el equinoccio de primavera.
El Sol y los equinoccios
El movimiento aparente que tiene el Sol sobre el horizonte es similar al de un péndulo que va y viene, a los puntos medios de su trayectoria se les conoce como equinoccios (del latín aequinoctium, noche igual), y a los puntos extremos como solsticios (del latín solstitium, Sol detenido o quieto). Durante los equinoccios el Sol se alinea con el ecuador, una línea imaginaria que divide al mundo en dos polos aparentemente iguales, en razón de ello es que se presume que el día y la noche tienen la misma duración, pues el Sol alumbra por igual las dos partes de la Tierra. Además, gracias a este fenómeno astronómico es posible calcular que el astro solar tarda 365 días aproximadamente en volver a salir u ocultarse por el mismo punto del horizonte, mecánica que precisa la duración del calendario gregoriano; entre el amanecer de un equinoccio de primavera y otro hay 365 días de diferencia.
Los equinoccios en el mundo prehispánico
Estos fenómenos astronómicos fueron conocidos y aprovechados por las culturas del México prehispánico, ejemplo de ello son los monumentos antiguos que fueron alineados hacia los puntos del paisaje por donde el Sol emergía o se ocultaba durante los equinoccios, como: el Templo de las Siete Muñecas en Dzibilchaltún, los edificios de la Plaza de la Estela de los Dos Glifos en Xochicalco, el Castillo en Chichen Itzá, el muro que divide a la cueva c-106 en el Cerro de la Estrella, los petrograbados de Temamatla, entre otros. Además de producir efectos de luz y sombra durante los equinoccios, el alinear los monumentos con respecto a estos fenómenos astronómicos permitía ajustar los calendarios y evitar el desfase del tiempo.
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