El 18 de septiembre, Ariday Rendón Zamora, de apenas 14 años, dio las buenas noches a su tía y su madre como cualquier otro día. Luego tomó en brazos a su hermanito de 9 meses y se fue a dormir con él en su cuarto. Nadie imaginó que esa sería la última vez que la verían con vida tras ser una víctima más de feminicidio. La niña jamás despertó, dejando una profunda tristeza entre sus seres queridos y su comunidad.
Nació el 6 de marzo de 2010 en Tecate, Baja California, una pequeña ciudad fronteriza de 108 mil habitantes en el noroeste de México. Hija de Édgar Rendón Cota e Ibeth Zamora Rentería, quienes la recibieron cuando apenas eran jóvenes de 17 años. Pese a las dificultades, Ibeth, una madre valiente y autónoma, dedicó su vida a sacar adelante a su hija, con el apoyo incondicional de su familia. En los últimos años, Édgar, el padre de Ariday, también se unió a su crianza, aportando su ayuda.
Desde muy pequeña, Ariday destacó en todo lo que se proponía. Disfrutaba de los deportes y del estudio, mostrando siempre una gran disciplina. Sus esfuerzos no pasaron desapercibidos, y con el tiempo obtuvo múltiples reconocimientos por sus logros tanto académicos como deportivos. No había límites para los sueños de esta joven promesa.
Una destacada boxeadora
Cursaba el tercer año de secundaria en la Escuela Francisco I. Madero, mientras combinaba sus estudios con su gran pasión: el boxeo. Entrenaba en el Club Popeye y Castillos, donde la apodaban “La Cobrita”, debido a su rapidez y destreza en el ring. Ariday soñaba con convertirse en criminóloga, pero en el deporte también vislumbraba un futuro prometedor.
El pasado 7 de septiembre disputó su última pelea de boxeo. Sus familiares estuvieron presentes para apoyarla, como en todas las ocasiones. “La Cobrita”, como la conocían en su club, era muy querida por sus compañeros y entrenadores, quienes veían en ella a una joven con un futuro brillante en el boxeo.
Un amor que fue arrebatado
Hace apenas unos meses, Ariday vivió por primera vez el amor adolescente. Comenzó una relación con Carlos, un joven de también 14 años, con quien compartió un breve, pero tierno romance. Él fue su primer y único amor, un vínculo inocente y especial en la vida de la menor.
La repentina pérdida de Ariday ha conmocionado a su familia, amigos y la comunidad de Tecate. Su vida, llena de sueños y promesas, se apagó demasiado pronto, pero su recuerdo y legado perdurarán en aquellos que la conocieron y amaron; mientras que su madre lucha insaciablemente para dar con el hombre que le quitó a su hija mientras ella cuidaba a su pequeño hermano.