El Palacio de los Deportes de la Ciudad de México fue el escenario en el que Fall Out Boy se reencontró con el público mexicano, en medio de un aire de mucha emoción, pero también de un cierto temor por haberlos abandonado durante tanto tiempo. Y es que este show luchó durante meses por lograr las ventas esperadas, razón de que muchos creyeran que quizás los mexicanos habrían olvidado a su banda predilecta de la adolescencia en pos de otras propuestas musicales surgidas a través de los años.
Durante las horas previas al concierto, incluso los asientos del Palacio se mostraron vacíos en las partes superiores. No obstante, poco a poco, incluso minutos antes de que la banda saliera al escenario, los lugares se ocuparon con personitas emocionadas. Una señal de que los asistentes tuvieron que luchar por escapar del trabajo y sobrellevar las lluvias, para lograr su asistencia a un concierto programado entre semana.
Lo anterior es entendible. La mayoría de los asistentes al concierto de Fall Out Boy ya era personas mayores de treinta años o más. Diversas responsabilidades, ocupaciones e incluso cansancio fueron obstáculos, todos ellos superados por esa necesidad de revivir aquellos años de la primera década de este siglo, en donde la cultura emo y la música eran uno solo.
Era inevitable que se viviera un aire nostálgico en todo el interior del Palacio de los Deportes, e incluso en el exterior, en donde gran parte de la masa de fanáticos se presentaron vestidos de negro con playeras que no fueron compradas ni este día, ni este año, ni tan siquiera durante esta década.
Por eso cuando Patrick Stump apareció en las pantallas del concierto sobre una camilla, con bata de hospital, su cabello largo desaliñado, una gorra vieja sobrepuesta y una guapa enfermera a su lado, de pronto casi 19 mil personas viajaron al pasado.
Un reencuentro muy esperado
Fall Out Boy salió al escenario en medio de una pirotecnia intensa y ruidosa de la vieja escuela que fue disparada en los momentos más climáticos de sus emocionantes canciones de rock, grunge y alternativo, que definieron el estilo de bailar, vestir y enfiestar de toda una generación que ahora está atrapada en el mundo laboral.
Casi como en señal de protesta por la vida adulta, con los puños levantados al cielo y las gafas semi-puestas, los fans de la banda entonaron con fuerza todas y cada una de las canciones del setlist. Fall Out Boy estructuró su show como un repaso por todas sus épocas, así que inició su intenso concierto con segmento muy breve de “Disloyal Order”, para luego pasar de lleno a “Chicago Is So Two Years Ago”, de su inolvidable álbum debut.
“Wow, Ciudad de México han sido 10 años”, dijo Stump sorprendido, sin aire, pero sin muchas ganas de hablar por el momento, pero sí de cantar. Su presentación siguió con más icónicas canciones que casi en orden fueron repasando cada uno de sus lanzamientos discográficos.
Con cada segmento, un breve video en la pantalla mostró imágenes archivo referentes a cada época, y el escenario se transformó -dentro de lo posible- en las carátulas de sus producciones discográficos o en la iconografía de sus videos más emblemáticos.
Entre tanta pirotecnia, un show de luces, así como una intensidad recíproca entre el público y sus ídolos, finalmente llegó el momento en el que la banda tomó el micrófono para interactuar con sus fans y explica una gélida ausencia que duró una década.
“Me parece ridículo e impresionante que no hayamos venido en diez años. Así que lo vamos a compensar. Aquí vamos”, dijo Pete Wentz, trepado en uno de los altavoces del escenario, y mostrando ese cabello largo brillante que le ha dado un giro completo su icónico look emo con el que todos crecieron en los dosmiles.
Su compensación valió la pena. Fueron poco más de 100 minutos de concierto en donde resonaron con mucha rabia éxitos como “Thriller”, “Thnks fr the mmrs”, “The Phoenix”, “This Ain’t a Scene It’s An Outrage”, “Uma Thurman”, “The Kind Aren’t Alright”, “Love From the Other Side”, “Centuries” y “Saturday”, con la cual, por supuesto, cerraron su velada.
Fall Out Boy prometió que tras terminar su gira, regresarían a México, con el argumento de que extrañaban la entrega total y la intensidad de los mexicanos frente al escenario. El reencuentro se concretó con mucho éxito, y tanto artista como fans estuvieron a la altura.
Al final quedó demostrado que Fall Out Boy y toda la escuela que lo circunda, es decir, esa época emo que definió a toda una generación, definitivamente no fue una moda, sino un estilo de vida. Algo que muchos llevan en ese corazón que se oculta bajo una playera negra con estampado, que a su vez se oculta bajo una camisa de rayas godín.