Elecciones en EE.UU. I Esto es lo que hay

No es aventurado afirmar que México será un tema de campaña recurrente, y lamentablemente no será en los mejores términos

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Dr. Juan Carlos Baker, académico de la Universidad Panamericana. ex-subsecretario de Comercio Exterior  del gobierno federal, ex negociador del TMEC
Dr. Juan Carlos Baker, académico de la Universidad Panamericana. ex-subsecretario de Comercio Exterior del gobierno federal, ex negociador del TMEC

A inicios de 2024 se habló con insistencia de cómo este año sería eminentemente electoral, dado que se realizarían elecciones en una gran cantidad de países, incluyendo México y EE.UU.

Aunque ciertamente estos procesos han arrojado resultados que tendrán influencia en ámbitos diversos (por ejemplo, la victoria pírrica del primer ministro Narendra Modi en la India, o el avance de la extrema derecha en las elecciones parlamentarias europeas), para efectos de lo que sucede en nuestro país, no hay duda de que el centro de gravedad se sitúa en lo que pasará en EE.UU. en noviembre próximo.

La elección es inusual en muchos aspectos: primero, ambos candidatos tienen ya un antecedente en la Casa Blanca, por lo cual se pueden juzgar sus acciones como presidentes a partir de los resultados que obtuvieron, minimizando las posibilidades de que los electores otorguen su voto basándose estrictamente en la esperanza. Segundo, los dos candidatos son personas de edad avanzada: Joe Biden tiene 81 años, mientras que Donald Trump tiene apenas tres años menos (78 años), haciendo que la elección de 2024 sea la que enfrente a los candidatos de mayor edad.

No es aventurado afirmar que México será un tema de campaña recurrente, y lamentablemente no será en los mejores términos. La razón para esto es que México se ha convertido, para bien o para mal, en un tema de agenda doméstica en EE.UU. Permítanme explicar, con dos ejemplos, por qué pienso esto.

A pesar de que la marcha de la economía estadounidense es relativamente buena, el electorado piensa que las cosas van mal y que los gastos son cada vez más incosteables. Esto genera ansiedad en los votantes, que en elecciones pasadas se ha explotado con fines electorales; recordemos cómo Donald Trump culpaba al TLCAN de haber decimado a los trabajadores estadounidenses.

Al mismo tiempo, se presenta al fenómeno migratorio como una amenaza inminente, que debe ser contenida a toda costa, incluso antes de que los migrantes lleguen a la frontera y para eso se necesita a México. No es difícil imaginar un discurso en la campaña que ofrezca “obligar” a nuestro país a “detener” la migración a EE.UU.

Frecuentemente escucho que México “le va mejor” con los demócratas, o que los republicanos son más nacionalistas y que por lo mismo “no nos convienen”.

Considero que estas expresiones no retratan de manera adecuada cómo se ve a México en EE.UU. No importa el color del presidente en turno, todos ellos tienen que encontrar una manera de trabajar con México, y todos ellos tratan de que nuestro país se acomode tanto como sea posible a sus intereses estratégicos.

Por eso mismo, e independientemente de las condiciones con las que se llegue a noviembre, el nuevo gobierno de la Presidenta Claudia Sheinbaum deberá estar preparado para cualquier eventualidad, pero ojalá lo haga considerando una realidad que, a mi parecer, es incuestionable: es necesario hacer un análisis profundo para tomar decisiones estratégicas que mejoren nuestra relación con EE.UU.

Este análisis profundo implica que nos hagamos preguntas delicadas, como qué debemos pedir a EE.UU. a cambio de apoyarlos en los temas migratorios, o qué estamos dispuestos a hacer para insertarnos en la política industrial de EE.UU. y beneficiarnos de sus subsidios. También debemos considerar cuál será la postura nacional sobre la rivalidad entre China y EE.UU., o bien cómo debemos entender en México los temas relacionados con la seguridad nacional.

Las respuestas a estos cuestionamientos nos deben llevar a las decisiones estratégicas mencionadas anteriormente: si decidimos que el objetivo de México es participar en la política industrial de EE.UU., entonces eso nos debe llevar a cierta distribución del presupuesto nacional, a privilegiar las políticas públicas en ciertas industrias, o a promover el desarrollo de ciertos recursos humanos por encima de otros.

No nos confundamos: lo fácil sería no tomar decisiones, y tratar de navegar en la ambigüedad, pero las condiciones actuales – tanto del mundo como de Washington – impiden que nos demos ese lujo. Si no tomamos nuestro camino, corremos el riesgo de que la realidad nos imponga un rumbo, y con EE.UU., ese es un riesgo que no queremos tomar.

*El autor es profesor investigador de la Universidad Panamericana; previamente, colaboró por veinte años en el gobierno federal en temas de negociaciones comerciales internacionales. @JCBakerMX

**Las expresiones emitidas en esta columna son responsabilidad de quien las emite y no necesariamente coinciden con la línea editorial de Infobae, respetando la libertad de expresión de expertos académicos.

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