Corría el año de 1902 cuando un brote de peste bubónica azotó dos estados de la República Mexicana: Baja California y Sonora, al norte del país. La enfermedad pudo haberse extendido a otros rincones de la nación y convertirse en una desastrosa epidemia; sin embargo, el presidente de aquel entonces, Porfirio Díaz, inició un plan de acción que permitió frenar a la bacteria y evitar una catástrofe.
La peste bubónica es una zoonosis causada por la bacteria Yersinia pestis, transmitida principalmente a través de la picadura de pulgas infectadas que habitan en roedores, como las ratas. Se caracteriza por la aparición súbita de fiebre, debilidad y bubones, que son inflamaciones dolorosas de los ganglios linfáticos, especialmente en la ingle, axila y cuello. En la historia, causó varias pandemias devastadoras, siendo la más famosa la Peste Negra en el siglo XIV que resultó en millones de muertes en Europa.
Esta terrible enfermedad llegó e México a bordo de embarcaciones que procedían de Estados Unidos, específicamente de San Francisco. Por aquel entonces, en Mazatlán se estaban recuperando de un fuerte ataque de la fiebre amarilla, por lo que la población estaba alerta ante cualquier síntoma de enfermedad, esto permitió que se encendieran las alarmas cuando comenzaron los primeros casos.
Las autoridades no perdieron demasiado tiempo y comenzaron a investigar. Fueron varias las enfermedades hipotéticas, pero al final descubrieron que se trataba de la peste bubónica, en parte por las ratas que aparecían muertas por la zona, pero principalmente tras la autopsia de una persona fallecida. De inmediato, Porfirio Díaz inició un protocolo de acción, aconsejado por especialistas en el tema de salud.
El plan de Porfirio Díaz para evitar una pandemia
En primer lugar se ordenó que tanto personas enfermas como la gente que hubiera estado en contacto con ellos se resguardaran del exterior. Esto fue aplicable para todos, no importando si fueran hombres, mujeres, ricos o pobres.
Hubo un fuerte operativo de desinfecciones de habitaciones, camas, ropa y de más posesiones de las personas enfermas. Si las casas no se podían desinfectar con precisión y exactitud, entonces se quemaban hasta los cimientos.
Por supuesto, al ser las ratas los animales que tenían las pulgas con la bacteria, se inició un exterminio masivo de estos mamíferos. La limpieza fue fundamental durante los meses de acción, especialmente en las calles. Del mismo modo, autoridades sanitarias iban de casa en casa para inspeccionar en búsqueda de personas enfermas.
Los cadáveres de muertos por la peste se enterraban en lugares especiales y los doctores tenían la obligación de declarar a las autoridades si sabían de algún caso, tanto confirmado como sospechoso.
En cuanto a la interconección entre zonas, los municipios donde no había presencia de la enfermedad no podían recibir embarcaciones que vinieran de las zonas afectadas. Cabe mencionar que los barcos tenían que tener pasaportes sanitarios, y había estaciones salubres en los caminos.
Todas estas medidas, que por cierto eran obligatorias para todo el mundo, ayudaron que la infección fuera erradicara en tan sólo tres meses. Esta campaña no tuvo precedentes, pues fue la primera vez que un estado otorgó al gobierno federal la autoridad para actuar.
De igual forma hubo todo tipo de especialistas involucrados, entre científicos, inmunólogos, microbiólogos y muchos otros expertos, un hecho que no se había visto antes y en campos que apenas eran emergentes. Este hecho cambió para siempre la forma en la que México se ha enfrentado a las enfermedades a lo largo de los años.