José Antonio Hipólito Espino Mora, mejor conocido en el mundo del espectáculo como Clavillazo, una de las figuras cumbres de la Época de Oro del Cine Mexicano, falleció tras una vida marcada por la comicidad, los negocios y un deterioro progresivo en su salud.
Su partida el noviembre de 1993 a los 83 años fue el resultado final de complicaciones cardíacas severas, incluyendo tres previos episodios de infarto y una embolia que en 1987 mermó significativamente sus capacidades motrices.
Este ícono del humor, nacido el 13 de agosto de 1910 en Teziutlán, Puebla, llevó su talento desde las carpas teatrales hasta la gran pantalla, dejando un legado de carcajadas y frases inolvidables como “¡Nomás!, ¡Pura Vida! ¡Nunca me hagan esto! y ¡Mendigo!”.
Clavillazo fue originario de Puebla
Clavillazo, quien en su juventud tuvo que posponer su sueño artístico para trabajar en la carnicería familiar y contribuir al sustento de sus padres y diez hermanos, no tardó en darse a conocer en el ambiente artístico del país, entonces rico en “carpas”, teatros ambulantes considerados como la cuna de la comicidad en México.
Fue en este entorno donde comenzó a vender perfumes, tanto a asistentes como a actores, cruzándose con figuras de la talla de Palillo, Resortes, Cantinflas y Medel, lo que finalmente lo llevó a participar en producciones teatrales de menor renombre y considerar a Fernando Soler como su maestro.
El inesperado retiro del mundo del la actuación de Clavillazo tras el fin del Cine de Oro
A pesar del declive de la Época de Oro del cine mexicano, Clavillazo consiguió mantenerse relevante en el séptimo arte durante la década de 1960, aunque para los años 70 optó por retirarse gradualmente para concentrarse en sus inversiones inmobiliarias.
Su participación cinematográfica se limitó a tres filmes en los años 80, y “Bohemios de afición” (1984) marcó su retiro definitivo de la actuación. Fue un empresario exitoso apartado de los reflectores, administrando su fortuna hasta el fin de sus días.
Su vida personal, aunque privada, es conocida por su matrimonio con Ana María Barreiro, con quien no procreó hijos.
Los últimos años de su vida estuvieron plagados de desafíos de salud, culminando en su prematura muerte que dejó un vacío en el corazón de los amantes de la comedia mexicana. Un lamentable episodio poco antes de su fallecimiento puso en relieve el olvido y la desconsideración que a menudo enfrentan las estrellas del pasado: durante la feria de agosto de 1993 en Teziutlán, se le invitó bajo la premisa de un homenaje que nunca sucedió. Al llegar, descubrió que el evento era en realidad para Cantinflas.
“Me hubiera quedado con el recuerdo tan bonito de antes, me dolió mucho lo que me hicieron”, expresó Clavillazo, según relató un entrevistado al diario El Sol de Puebla. El desplante concluyó con la entrega de un reloj de plástico, un gesto que pocos vieron como un reconocimiento a su trayectoria.
La historia de Clavillazo es un recordatorio de la volatilidad de la fama y la importancia de honrar a quienes han contribuido significativamente a la cultura y el entretenimiento. A través de sus personajes cómicos, este actor inmortalizó un estilo de humor que sigue resonando con el público mexicano, a pesar de los duros golpes que la vida le propinó fuera del escenario.
Clavillazo no solo se recordará por su habilidad para provocar risas, sino también por su resiliencia ante las adversidades, dejando tras de sí un legado inigualable en la historia del cine mexicano.