Quién fue la esposa de Francisco I. Madero que llegó a la cárcel por amor

Fue una revolucionaria activa que hizo de todo por acabar con el régimen de Porfirio Díaz

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Madero y su esposa fueron
Madero y su esposa fueron necesarios para terminar con el porfiriato. Crédito: Wikimedia Commons/INAH

México ha sido cuna de varias figuras históricas cuya labor e ideales han sido fundamentales en la consolidación de la democracia en el país. Una de ellas es, sin duda, Sara Pérez Romero, quien fue esposa de Francisco I. Madero, presidente del país y figura clave en el fin del régimen de Porfirio Díaz.

Mucho de lo que logró Madero a lo largo de su carrera como político tuvo que ver con la solidez de su matrimonio y el apoyo que tenía de su esposa. Sara Pérez Romero nació en Querétaro, en un poblado llamado San Juan del Río, en el año de 1870. El estudio no fue ajeno en la vida de Sara, quien viajó a la Ciudad de México y luego a Estados Unidos para cursar formarse en un prestigioso colegio.

Fue precisamente en el país del norte cuando conoció a dos hermanas de Francisco I. Madero y se hizo muy amiga de ellas. Esta conexión fue lo que la llevó a conocer a quien se convirtió tiempo después en su esposo. Luego de varios años de relación, la pareja se casó en el Centro Histórico y después se mudaron a Coahuila, donde de hecho, se sembró la semilla de lo que después se convertiría lo que conocemos como la Revolución Mexicana.

Cuando Madero cayó en la cárcel y también su esposa Sara

La pareja se mudó a
La pareja se mudó a Coahuila, donde de hecho, se sembró la semilla de lo que después se convertiría lo que conocemos como la Revolución Mexicana. Crédito: Wikimedia Commons/Library of Congress

Francisco I. Madero fue encarcelado como resultado directo de su oposición al prolongado mandato de Porfirio Díaz, presidente de México por más de tres décadas. La detención de Madero ocurrió en el contexto de la elección presidencial de 1910, en la cual Madero se presentó como candidato representando una plataforma de cambio y democracia.

Madero, quien había iniciado una fuerte campaña contra la reelección indefinida de Díaz y por la instauración de una democracia real en el país, fue arrestado por las autoridades porfiristas en Monterrey bajo cargos fabricados para sacarlo de la contienda electoral y frenar sus actividades opositoras.

Durante el tiempo que Madero estuvo en prisión, Sara no se dio por vencida, y a pesar de no haber sido acusada de nada ni tener cargo alguno en su contra, entró a la cárcel con el único objetivo de no dejar solo a quien era el amor de su vida.

La participación de Sara en la vida política y en la lucha en contra de la dictadura de Porfirio Díaz no se limitó al apoyo moral de Mader, pues fue revolucionaria activa. Participó en mítines, en protestas, junto fuerzas atacantes y en cualquier actividad que se necesitara para luchar por la democracia.

El encarcelamiento, lejos de debilitar su movimiento, galvanizó el apoyo popular hacia su causa y contribuyó significativamente al estallido de la Revolución Mexicana, un conflicto que cambiaría el curso de la historia de México y culminaría con la renuncia de Porfirio Díaz en 1911, permitiendo a Madero asumir la presidencia.

Tras el asesinato de Madero: Sara vistió de negro hasta el final

Sara P. Romero nunca superó
Sara P. Romero nunca superó la muerte de su esposo. Crédito: Wikimedia Commons/Library of Congress

A pesar de que Francisco I. Madero venció el batalla en contra del porfiriato, un nuevo enemigo se abrió paso: Victoriano Huerta, quien conspiró activamente para desconocer el gobierno de Madero y, de paso, asesinarlo.

El asesinato ocurrió en el contexto de la Decena Trágica, un golpe de Estado contra Madero que tuvo lugar en febrero de 1913. Huerta, quien era el comandante del Ejército, conspiró con otros sectores descontentos con el gobierno de Madero, incluyendo opositores políticos y representantes de intereses extranjeros.

Madero fue detenido el 18 de febrero de 1913, y Victoriano Huerta se autoproclamó presidente provisional tras forzar la renuncia de Madero. Por supuesto, Sara estuvo en peligro mortal, y tuvo que recurrir al autoexilio para mantenerse con vida.

La viuda de Madero vivió en Cuba y Estados Unidos por muchos años, hasta que le fue seguro regresar. Murió en 1952 y, se cuenta, nunca dejó de vestir de negro.

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