Uno de los hombres más poderosos del narcotráfico en los primeros años del nuevo Milenio, Arturo Beltrán Leyva, se dio el lujo de unir a los criminales “más buscados” del momento con figuras del entretenimiento y de la política nacional, tales como Genaro García Luna; cuentan que sus fiestas eran famosas por extravagantes, donde no faltaba la oportunidad para contratar a artistas de prestigio para que las amenizaran o, dada la oportunidad, sacar él mismo su acordeón para el deleite de sus invitados.
Era normal -cuenta Anabel Hernández en sus investigaciones periodísticas- que Ramón Ayala, La Banda El Recodo, Los Cadetes de Linares, La Banda Limón y Los Cachorros de Juan Villarreal, tocaran en las fiestas de “El Barbas”, como conocían al líder de los Beltrán Leyva y principal operador del Cártel de Sinaloa en Acapulco y Morelos.
En una de esas fiestas ocurrida en 2002 un operativo del Ejército Mexicano habría hecho salir corriendo a “El Barbas” y a sus escoltas de una lujosa residencia en la calle Buenavista del fraccionamiento Las Brisas, una de las zonas más exclusivas del Puerto de Acapulco.
En el libro “Las señoras del narco: amar en el infierno”, Celeste -amante de Arturo Beltrán Leyva- narra como el propio capo la mando a ella y a su hermano a recuperar el acordeón con incrustaciones de esmeraldas, diamantes y rubíes que sus hombres abandonaron en la mansión antes de ser atrapados por personal militar.
Según el testimonio de Celeste, una serie de disturbios iniciados por Édgar Valdez Villarreal, alias “La Barbie”, molestó a los vecinos, quienes se quejaron ante las autoridades provocando que un mando militar organizara un operativo por la presencia de hombres fuertemente armados en la zona.
El acordeón y el dominó de Arturo Beltrán Leyva
Celeste terminó siendo interrogada por “El Barbas” en persona; quería saber cómo era posible que los mandos que el pagaba para que le dieran protección habían organizado un operativo en un lugar que nadie más conocía y que la propia testigo de Anabel Hernández les había conseguido como un servicio de bienes raíces.
La mujer, que después tendría un hijo con Arturo Beltrán Leyva, confirmó que ella avisó a la seguridad de “El Barbas” que había un conflicto con los vecinos y que fueron ellos quienes pusieron en riesgo la libertad del hombre más poderoso de Acapulco en esa época.
Como compensación a su “lealtad” -no sin antes castigarla por el evento-, el capo le ordenó recuperar el acordeón marca Gabbanelli, cuyo precio promedio es de 5 mil 700 dólares, algo así como 100 mil pesos, al tipo de cambio actual, valor que se incrementaría sobremanera por las incrustaciones de piedras preciosas que Arturo, fiel a su excentricismo, habría mandado incrustarle.
Junto al acordeón -agrega Celeste- en la fiesta se había quedado un dominó de plata que la esposa de Arturo le habría regalado; el valor monetario no se sabe, pero lo que a “El Barbas” le interesaba era el emocional, pues Iliana Marcela Gómez era “muy celosa” y tenía bajo control al líder de los Beltrán Leyva.
Ambos objetos aparecieron y como regalo a Celeste, “El Barbas” le entregó el acordeón; se lo llevó a su casa y lo guardó -no sabía utilizarlo- hasta que una tarde descubrió a la mamá de su esposo intentando quitarle las piedras preciosas; ella (Celeste) no pudo más y se lo regresó a Arturo, quien meses más tarde se lo dio a Fidel, uno de los músicos más recurrentes en sus fiestas.
Del dominó de plata no se supo qué pasó, pero con los años trascendió que Arturo Beltrán Leyva tenía una “obsesión enfermiza” con Marcela, madre de dos de sus hijas y quien sabía de todas sus infidelidades; además, sería la familia política de ésta quien buscaría a Celeste para que entregara las pertenencias y obsequios que el capo le hizo cuando mantuvieron una relación hasta que “El Barbas” fue abatido el 16 de diciembre de 2009 en Cuernavaca, Morelos y ella huyó a Estados Unidos para no ser asesinada.