El Popocatépetl, conocido coloquialmente como ‘Don Goyo’, representa uno de los volcanes más imponentes y activos de México, cuya posible erupción suscita preocupación constante entre las autoridades y la población de las zonas aledañas.
Situado en la intersección de los estados de Puebla, Morelos y el Estado de México, este estratovolcán se alza majestuoso con una altura de 5,500 metros sobre el nivel del mar (m s. n. m.) y es crucial en la configuración geográfica y cultural de la región.
De acuerdo con el Plan Operativo Popocatépetl del estado de Puebla, el peor escenario imaginable conlleva una “erupción grande a muy grande”, descripción que implica la emisión de columnas eruptivas que superen los 10 kilómetros de altura, acompañadas de explosiones que proyecten fragmentos incandescentes más allá de los 12 kilómetros de distancia.
Las autoridades advierten que, aunque esas condiciones son “muy poco probables” —habiendo ocurrido solo dos veces en los últimos 40,000 años—, no se debe menospreciar el poder destructivo del volcán. Una erupción de tal magnitud implicaría la devastación de bosques y la vegetación cercana, cortes en las redes de transporte y comunicación, contaminación de fuentes de agua, y largos períodos de recuperación para las zonas afectadas. “
Estos indicadores permitirían a las autoridades activar la alerta roja fase 2 y ordenar la evacuación preventiva de las poblaciones más vulnerables”, destacan desde Protección Civil.
En un intento por dar previsión ante una posible catástrofe, se han intensificado las monitorizaciones relacionadas con la sismicidad, deformación del terreno y emisión de gases del volcán.
Sin embargo, especialistas enfatizan que “en la actualidad no es posible predecir con suficiente antelación cuándo va a ocurrir el fenómeno”. Esto plantea un desafío significativo para las medidas de evacuación y preparación en caso de emergencia.
La distribución de la lava y las cenizas, cruciales para determinar las zonas en riesgo, depende de múltiples factores, incluyendo la dirección de los vientos predominantes durante la erupción. Las emisiones que ocurren entre noviembre y abril posiblemente afectarían principalmente al valle de Puebla, mientras que de junio a septiembre, el sur del Estado de México y Morelos estarían bajo mayor riesgo.
El impacto sobre la población no sería menor, considerando las experiencias previas como la explosión de diciembre de 2000, cuando el volcán expulsó piedras de gran tamaño, obligando a evacuar a miles de residentes de Puebla.
Los riesgos incluyen la posibilidad de derrumbes, incendios forestales y afecciones respiratorias debido a la inhalación de cenizas y gases tóxicos. No obstante, las medidas de preparación y la vigilancia constante por parte de los organismos competentes como el Cenapred y Protección Civil son clave para mitigar los daños y proteger a las comunidades vulnerables.
Además de la amenaza de las emisiones volcánicas y los flujos de lava, otro factor a considerar es el potencial deshielo de los glaciares que adornan el volcán, estimados en más de 17 millones de metros cúbicos de hielo. Un derretimiento súbito podría generar flujos devastadores de agua y lodo, afectando gravemente a poblaciones situadas en las laderas y valles circundantes.
El Popocatépetl, con su impresionante silueta, nos recuerda la fuerza imprevisible de la naturaleza y la importancia de estar preparados para cualquier eventualidad. Aunque su belleza es indiscutible, la realidad de su poder destructivo subyace bajo la superficie, esperando el momento de manifestarse.