Los gobiernos de coalición son propios de los sistemas parlamentarios. Lo que favorece que se den con más frecuencia, es que la relación entre los poderes legislativo y ejecutivo es una muy cercana. El ejecutivo gobierna con la confianza del legislativo, y, en realidad, puede decirse que aquél surge de este. Dada la franca separación entre poderes, en el caso de los sistemas presidencialistas, también son posibles, pero su formación es, en general, poco habitual.
En sistemas parlamentarios como el español, por ejemplo, cuando no hay ninguna fuerza que obtenga la mayoría del voto popular, se dice que no tiene la capacidad para formar gobierno: es decir, no cuenta con el apoyo necesario para conformar un poder ejecutivo sólido con la capacidad, entre otras cosas, de establecer la agenda legislativa. Por tanto, es necesario que quien tiene el mayor apoyo, sume a otras fuerzas para poder gobernar, lo que implica, a su vez, poner al frente de ciertos ministerios, a gente de las fuerzas coalescentes.
En la más reciente elección general española de julio del año pasado, el Partido Popular obtuvo la mayor cantidad de escaños, pero sin llegar al número necesario para encabezar al gobierno; en segundo lugar, quedó el Partido Socialista. Y después de que el PP fracasara en su intento por formar una coalición, el socialista Pedro Sánchez fue capaz de extender su mandato otros cuatro años, después de conseguir el apoyo de fuerzas que parecen en extremo discordantes entre sí.
Los gobiernos de coalición requieren, sin duda, de habilidad política; pero para que realmente sean viables durante el periodo para el cual se constituyen, es necesario que haya moderación de las partes que las conforman, de tal suerte que pueda surgir una visión común en torno a la cual pueda perfilarse una agenda compartida.
El caso de Sánchez es muy ilustrativo para entender cómo no debe formarse una coalición, porque si bien este cuenta con una habilidad política incuestionable, no parece haber en él ni en quienes sumó a su proyecto, una visión moderada –una visión de estado compartida.
Más bien, parece que la coalición que logró formar, fue el resultado de una ambición por mantenerse en el poder a costa de lo que fuera, y esto, en la práctica, hará muy complicado el que pueda genuina y eficazmente, gobernar durante los próximos años.
Al incluir a partidos minoritarios y regionalistas que pretenden la desaparición del estado español –es el caso del Junts catalán o Eh Bildu vasco–, lo único que hizo fue darle la posibilidad de marcar la agenda a pequeños sectores que, si no ven sus intereses favorecidos, indudablemente retiraran su apoyo.
En pocas palabras, el costo que estuvo dispuesto a pagar Sánchez fue elevadísimo: consiguió formar gobierno, no entorno a una visión moderada compartida, sino al otorgamiento de prerrogativas a facciones que, de tener la posibilidad, no dudarían en dinamitar el actual orden constitucional español. Todo esto, lo único que hace, es crear un ambiente de inestabilidad política, en lugar de propiciar la efectividad gubernamental.
En claro contraste al cortoplacismo de Pedro Sánchez, se encuentra la altitud de miras de quien fuera quizás el más importante artífice de la transición democrática, y, por ende, de la constitución española de 1978, Adolfo Suárez. Su habilidad política, pero, sobre todo, su moderación, fueron la clave que permitiría el diálogo entre facciones que, incluso, habían combatido con las armas durante la guerra civil española.
Lejos de procurar un consenso mediante el prebendarismo, consiguió que partes con visiones muy distintas, se pusieran de acuerdo sobre las directrices fundamentales que habrían de regir al estado español. Aún con todos sus posibles defectos, el gobierno de Suárez y la constitución española, permitieron que este país pudiera transitar hacia la democracia plena y hacia períodos de amplio bienestar general.
Traemos a cuento el tema de los gobiernos de coalición, dada la actual coyuntura política en nuestro país. Decíamos al inicio que, en sistemas presidencialistas –como lo es el mexicano– las coaliciones gubernamentales son menos habituales. Pero dado que la candidata que pretende sustituir a la opción oficialista, preside un frente amplio de partidos históricamente contrapuestos, vale la pena comenzar a hacerse algunas preguntas sobre cómo funcionaría el eventual gobierno encabezado por Xóchitl Gálvez.
Si bien aún está pendiente la legislación secundaria que regule el cómo, exactamente, tendría que producirse el convenio mediante el cual se establezcan los términos de su formación y posible disolución, a partir de una reforma de 2014, nuestra constitución contempla la figura de los gobiernos de coalición. Esta figura permitiría que una alianza política pudiera traducirse, a grandes rasgos, en una distribución del gabinete sujeta a una pre-acordada agenda legislativa.
Para que un eventual gobierno de Gálvez no se convirtiera en un gobierno prebendarista como el de Sánchez, se necesitaría –aún sin haber reglamentación secundaria– que se presentara durante las campañas, algún esbozo de pre-convenio que permitiera conocer la agenda común que pretende impulsar el Frente.
Quitando el testimonio del experimentado parlamentario, que ahora busca regresar al Senado, Manlio Fabio Beltrones, hasta este momento, no se escuchan muchas voces que planteen la importancia de conocer cómo es que la alianza electoral buscaría consolidarse como un proyecto gubernamental viable.
Es importante que en las próximas semanas se presente más claramente, cómo es que Xóchitl Gálvez pretendería gobernar de la mano de distintas fuerzas, en caso de lograr remontar la importante ventaja que aún mantiene Claudia Sheinbaum. De no hacerlo, la ciudadanía difícilmente podrá comprar la idea de una visión alternativa y compartida de estado, y concluirá que la alianza no es más que un instrumento para satisfacer los intereses partidistas de quienes la conforman.
Semblanza: Abraham Martínez es Doctor en Derecho por la UNAM. Es también Maestro en Teoría Política y Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Toronto. Actualmente es Profesor-Investigador de la Escuela de Gobierno y Economía de la Universidad Panamericana. Además de las clases que imparte, sus líneas de investigación giran en torno al pensamiento político moderno, concretamente aquello que tiene que ver con el liberalismo y algunas de sus principales problemáticas contemporáneas.
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