Los pioneros arqueólogos John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood se convirtieron en los primeros en estudiar científicamente las ruinas mayas de Copán, en Honduras, y las ruinas de Palenque en Chiapas, desempeñando una labor crucial para la comprensión de esta antiquísima cultura.
En el año 1839, Stephens, embajador de Estados Unidos en la República Federal de Centroamérica, junto con el arquitecto y dibujante británico Catherwood, iniciaron una serie de expediciones que marcarían un antes y un después en la arqueología mesoamericana.
El viaje arqueológico empezó cuando Stephens adquirió las ruinas de Copán por cincuenta dólares, una cantidad risible, e inédita considerando el valor histórico y cultural del sitio.
Este hecho insólito fue posible gracias a las habilidades diplomáticas de Stephens, quien contaba con una larga trayectoria en el ámbito político y cuyas condiciones de salud inicialmente lo habían llevado a recorrer diversas partes del mundo. La dupla de exploradores se topó con desafíos geográficos y sanitarios, tales como terrenos embarrados, clima húmedo y plagas de insectos, pero su determinación por documentar las estructuras antiguas fue inquebrantable.
Desde finales del siglo XVIII se habían realizado exploraciones en yacimientos arqueológicos como Palenque, pero fue la colaboración de Stephens y Catherwood lo que transformó el registro y comprensión de estas ciudades perdidas. La minuciosa documentación de Catherwood incluyó detalles arquitectónicos y relieves mayas gracias a su dominio de la cámara lúcida, una herramienta que permitía trasladar con gran exactitud las vistas al papel. Este trabajo fue precursor de futuras investigaciones y su legado permanece vigente en la arqueología moderna.
Además de Copán, Stephens y Catherwood también se aventuraron en el estudio del sitio de Quiriguá y contemplaron las enigmáticas estructuras de Palenque. A pesar de los intentos de Stephens por comprar también Palenque, sus planes de llevar los monumentos a Nueva York se vieron frustrados por las leyes mexicanas, que restringían la propiedad de tierras a extranjeros no casados con ciudadanas mexicanas.
El proyecto, que habría implicado un traslado masivo de los vestigios, tenía el fin último de crear un museo dedicado a la cultura maya. El había puesto sobre la mesa la cantidad de 1500 dólares, oferta que ni siquiera fue considerada, además de que los extranjeros no podían comprar ninguna fracción de tierra mientras no estuviera casado con una mexicana o por consiguiente.
La persistencia por comprender y preservar estas joyas de civilizaciones pasadas fue un desafío a las autoridades y a las limitaciones propias de la época. La valentía y visión de estos exploradores no solo amplió los horizontes de la ciencia, sino que inspiró a futuras generaciones de arqueólogos y antropólogos. La escritura maya, que en aquel entonces era un enigma, ha sido un foco de estudio hasta décadas recientes, confirmando las antiguas intuiciones de Stephens sobre la riqueza narrativa de los jeroglíficos encontrados.
Presumió haber llegado a la tumba de Pakal el grande, uno de los gobernantes en ascender más jóvenes al trono a los 12 años y llegar hasta los 80, impulsando el crecimiento arquitectónico de Palenque.