La nostalgia invade a quienes crecieron en la era dorada del juguete mexicano, una época donde la creatividad y la producción nacional alcanzaron su máximo esplendor con la empresa Lilí Ledy. Esta compañía no solo marcó la infancia de muchos, sino que también demostró la capacidad de México para generar entretenimiento de calidad y de talla internacional.
Fundada en los años 50 por José Ciklik Persky y Simón Sneider, Lilí Ledy inició en un pequeño taller en la Ciudad de México y logró expandirse notablemente hasta establecer una fábrica en Tlanepantla, Estado de México, donde sus operaciones continuaron hasta su cierre en 1985.
El nombre de la empresa se inspira en la película “Lilí” de 1953 y su línea de juguetes seguía la distinción de géneros de la época, con productos específicos para niñas (‘Lilí’) y para niños (‘Ledy’).
Personajes reconocidos al alcance de la niñez mexicana
La calidad e innovación fueron los estandartes de Lilí Ledy, compañía que se convirtió en la única a nivel nacional en producir una línea de juguetes de Star Wars durante la década de los setenta, bajo una licencia obtenida de Estados Unidos. Además, sus alianzas estratégicas con empresas como Mattel, les permitieron lanzar al mercado mexicano figuras como la muñeca Bárbara, versión nacional de Barbie.
El legado de Lilí Ledy también incluye la adaptación de los reconocidos G.I. Joe de Hasbro, en versiones locales denominadas Hombres de Acción y Aventureros de Acción. Estas figuras lograron, según testimonios, superar en calidad a sus equivalentes extranjeros, consolidando así la reputación de la marca.
Entre sus representaciones más destacadas se encuentran el Horno Mágico, que cocía pastelillos con solo el calor de un foco, y las muñecas de mini-discos que, con un mecanismo de sonido incorporado, podían emitir voces. Para los niños, elaboraron automóviles con sistemas de chicote y engranes, así como las famosas autopistas eléctricas y mecánicas, entre ellas la Selectrónica Carrera Panamericana y La Autopista 500 Millas.
Lilí Ledy es hoy en día un icono de la industria juguetera mexicana, un recuerdo de una época donde la calidad y la originalidad en la producción nacional de juguetes no solo era posible, sino que además sentó precedentes para lo que hoy son piezas de colección y de un valor histórico que trasciende generaciones.
El fin de una era
La industria juguetera mexicana sufrió un revés significativo en la década de los ochenta con el cese de operaciones de Lilí Ledy, la empresa que había liderado el mercado de juguetes en el país y que se vio afectada tras su cambio de propietario.
A pesar de su reputación y del papel fundamental que desempeñó en el sector, Lilí Ledy dejó de producir juguetes en 1985 con la adquisición de la compañía en 1975 por parte de Grupo General Mills marcó el principio del fin para esta emblemática firma juguetera.
Según reportes de medios de la época, la situación se tensó debido a disputas sindicales intensificadas por el conocimiento de que Lilí Ledy había pasado a ser controlada por intereses foráneos. La información de la época indica que el conflicto radicó en el endurecimiento de las exigencias laborales por parte de los trabajadores, quienes buscaban mejoras significativas en sus prestaciones al enterarse de la adquisición extranjera.
La situación se tornó insostenible para los nuevos propietarios, que se enfrentaron a demandas que no pudieron o no quisieron satisfacer. Este enfrentamiento llegó a un punto crítico que resultó en la decisión de cerrar las puertas de la fábrica, acabando con más de tres décadas de producción nacional de juguetes y dejando un legado de calidad e innovación en la memoria colectiva.
El cierre de Lilí Ledy no solo significó la pérdida de empleos y la desaparición de una marca querida por muchas generaciones de mexicanos, sino que también representó un golpe para la capacidad productiva local en un sector dominado cada vez más por las importaciones y las grandes multinacionales.