Guadalajara, la capital del estado de Jalisco en México, es una ciudad rica en historia y tradición. Entre sus múltiples relatos urbanos y leyendas, destaca la enigmática historia de Ignacio Torres Altamirano, una figura que ha intrigado a los lugareños durante generaciones. La leyenda de Nachito es una narración de misterio, amor y tragedia que ha perdurado en el tejido cultural de la ciudad.
La historia de Nachito se remonta al siglo XIX, en una época en que Guadalajara era una ciudad tranquila y sus calles estaban iluminadas por faroles de gas. De acuerdo a la historia contada de generación en generación, Ignacio era un niño como cualquier otro, pero desde muy temprana edad manifestó dos fobias: la claustrofobia, miedo a los espacios muy cerrados, y la nictofobia, miedo a la oscuridad.
De acuerdo a la leyenda, en la época de aquellos acontecimientos, la ciudad natal de Nachito aún no disfrutaba del servicio eléctrico. Las narraciones cuentan que en la habitación del niño reinaba la penumbra, iluminada solo por la suave luz de las velas que arrojaban destellos en cada rincón.
Lamentablemente, en una noche tormentosa, las potentes corrientes de aire de la ciudad se abalanzaron sobre la morada de Nachito, extinguiendo la frágil llama que guiaba su sueño. En medio de esa fatídica oscuridad, la madre de Nachito se percató de la situación al adentrarse en la habitación del niño, sólo para hallar la desgarradora escena de su hijo sin vida en la cuna. Nachito había sucumbido a un infarto fulminante, consecuencia del terror que le provocó la oscuridad que reinó en su habitación.
La trágica muerte de Ignacio, ya de por sí desgarradora, se tornó aún más inquietante cuando, al ser sepultado en el Panteón de Belén en Guadalajara, al día siguiente, el sepulturero se encontró con el ataúd de Nachito reposando sobre la loza de la lápida. Había sido desenterrado.
El sepulturero, sin poder encontrar explicación a este terrorífico misterio, decidió reanudar su labor, volviendo a enterrar el ataúd en su sitio apropiado. Sin embargo, la inquietante acción se repitió durante diez noches consecutivas. La historia ya había alcanzado a todos los rincones del pueblo, y tanto lugareños como forasteros acudían al Panteón de Belén para presenciar el enigma del ataúd de Nachito que desafiaba su tumba.
Fue entonces cuando los padres de Nachito tomaron la decisión de poner fin a los tormentos de su pequeño. Estaban convencidos de que su hijo no podía descansar debido a la oscuridad que lo envolvía en su sepultura. Construyeron, por ende, un sepulcro al aire libre, que se alzaba sobre la lápida, y dentro de él depositaron un féretro de concreto con ranuras por las cuales se filtraba la luz de la luna en las noches.
Además, erigieron pilares en los cuatro costados del sepulcro, que sostenían antorchas encendidas cada noche. Con estas medidas, los disturbios nocturnos de Nachito llegaron a su fin. Finalmente, el pequeño podía descansar en paz, bajo la vigilante luz de la luna y el cálido resplandor de las antorchas.
La figura de Nachito se ha convertido en un emblema de misterio y terror de la ciudad de Guadalajara. Su historia es contada y recontada en las escuelas y en reuniones familiares, y su leyenda perdura como una parte esencial de la cultura local. Sobre todo cuando se acercan festividades como Halloween o Día de Muertos.
La leyenda de Nachito en Guadalajara se ha convertido en un tesoro cultural, una narración que combina elementos paranormales pero se apega a la empatía debido a la corta edad del personaje, transmitiendo una parte única de la rica historia de esta ciudad mexicana. A pesar de que su existencia real se encuentra en disputa, su influencia en la cultura y la imaginación colectiva de Guadalajara es innegable, lo que demuestra que las leyendas pueden ser tan poderosas como la historia misma.