Antes de la llegada de los españoles, las culturas que habitaron lo que hoy se conoce como México solían realizar figurillas, esculturas y construcciones que veneraran a sus dioses.
Se ha confirmado en muchas de ellas pintaban pigmentos que extraían de diferentes formas, inclusive el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha hecho varios estudios sobre la policromía en pirámides y diferentes piezas que han sido halladas en buenas condiciones, sobre todo hechas por los mexicas.
Algunos de los colores que más se utilizaron antes de la conquista fueron: ocre, azul, rojo, negro y blanco, según se ha podido ver en la mayoría de estudios que se han hecho a diferentes piezas que aún conservan un poco de color, como la cabeza de serpiente mexica encontrada en el Templo Mayor.
Gracias a la inteligencia artificial (IA) y la información que hoy se tiene sobre cómo eran utilizados algunos pigmentos, Infobae México pudo recrear cómo pudieron verse las obras que hacían las culturas prehispánicas con el color con el que fueron pintadas.
En el primer ejemplo, la IA muestra una serie de figurillas que, de acuerdo a su forma, pudieron ser pintadas con los colores más utilizados. Cabe resaltar que esta inteligencia no copió el simbolismo de las figuras, sino que sólo recreó el color en piezas que no existen.
Según Leonardo López Luján, los mexicas utilizaban los cinco pigmentos —al menos para el Templo Mayor— debido a que eran inorgánicos y, por tanto, debían de ser más resistentes a la exposición de la luz. Aunado a esto, pudo haber tenido algún sentido simbólico.
En los códices era posible encontrar otra paleta completamente distinta por los mismos motivos: representaban cosas diferentes a las esculturas y se podían conservar bien si estaban cubiertos por algo.
El color rojo y azul para los mexicas
López Luján llegó a la conclusión de que el color rojo fue uno de los más importantes ya que se pudo encontrar en varias construcciones realizadas durante la época de los mexicas. Este color era extraído del mineral hematita, que llamaban tlalchichilli. Fray Bernardino de Sahagún lo describía como una tierra “colorada” que era utilizada como pigmento y para la producción de diferentes piezas como platos y jarras.
También existía el tláhuitl, que era similar al bermellón. La diferencia con el tlalchilli es que éste era un polvo de color amarillo que tenía que ser expuesta al fuego para que cambiara al color rojizo.
El azul es otro de los colores más importantes, se le llamaba azul maya y era una suma de diferentes componentes que se mezclaban y se calentaban.
Este color tuvo la característica de que, por el proceso por el que pasaban los materiales, tenía una mayor resistencia y estabilidad. A partir del azul, también habrían podido extraer algo similar al verde y al turquesa.
El ocre y blanco en la prehistoria
Así como el rojo, el ocre se obtenía a partir de un mineral, la goetita. Los mexicas lo llamaban tecozáhuitl, el cual Francisco Hernández describía como una tierra amarilla y que además de ser usada como pigmento para murales y esculturas, los hombres que iban a la guerra se pintaban el cuerpo entero con este pigmento, supuestamente para causar miedo al enemigo.
También existía el tecuixtli, que era usado para pintar bóvedas y techos.
Por otra parte, el color blanco era conocido con tres nombres, según Bernardino de Sahagún, tízatl, tetizatl y chimaltizatl, aparenetemente provenía del mineral calcita.
Cada uno de los pigmentos blancos era utilizado para pintar diferentes cosas y, ya que en Tenochtitlán no se encontraba el mineral con el que se obtenía, era tributo de las provincias de Atotonilco y Tepeacac, según recogió López Luján.
Para el color negro se utilizaban los diferentes tipos de carbón. Para convertirlo en pigmento, usualmente era diluído con agua, de esta forma se convertía en una tinta, más fácil de usar para pintar.