Homicidio, delitos contra la salud, halconeo, portación de arma de fuego, secuestro y tráfico de personas son los delitos por los que adolescentes del norte del país captados por el narcotráfico son detenidos y procesados en el norte del país, tal es el caso de Julián, quien se sumó al Cártel del Noroeste para vengar la muerte de su padre, exintegrante de Los Zetas.
El contexto del norte del país cuenta con ciertas peculiaridades. De acuerdo con el informe de la organización Reinserta “Niñas, Niños y Adolescentes reclutados por la delincuencia organizada”, es la ubicación geográfica una parte importante de la región y que desemboca en actividades relacionadas con el tráfico de migrantes y el comercio.
Reinserta realizó entrevistas en centros de internamiento en el norte del país con el objetivo de analizar el reclutamiento por parte de organizaciones criminales sobre menores de edad. En total, entrevistó a 44 adolescentes del norte del país, de los cuales 30 tenían relación con grupos delictivos.
En el caso de Julián así fue. Su historia, según lo narró a la organización, comenzó al ver a su padre portando armas y constantemente moviendo su residencia entre estados para evitar poner en riesgo a su familia.
“Le preguntaba si era oficial, y decía que no, se andaba escondiendo y casi no salíamos, hasta que me contó que era comandante de la delincuencia organizada”, recordó en su narración.
El menor recordó que su vida era de lujos, pues tenían vehículos, le daban 5 mil pesos para gastar a la semana y vivía en una quinta en Monterrey, Nuevo León. Supo que su padre pertenecía a Los Zetas, uno de los cárteles más sanguinarios y estaba consciente de que en cualquier momento su padre podría ser asesinado.
Y así fue, su padre fue hallado sin vida. Según se le dijo, fue localizado sin cabeza, descuartizado, un hecho que lo marcó y que lo llevó a un consumo cada vez más constante de drogas y ese coraje de haber perdido a su padre de esa forma, dijo, lo llevó a sumarse a las filas del Cártel del Noroeste a los 16 años de edad.
Su primer trabajo fue en el tráfico de migrantes, por lo cual recibía una remuneración de 100 dólares por persona a la que ayudó a cruzar hacia Estados Unidos. Reconoció que también fungió de halcón para el cártel, sin embargo, su tarea se vio frenada tras ser detenido.
Pese a ello, reconoció el apoyo que la organización le brindó. Por ejemplo, dijo que en cuanto un integrante de este grupo criminal era detenido se investigaba la residencia de la familia para proporcionarle un abogado y brindarle apoyo.
No obstante, recordó que ni su madre ni él quisieron recibir el apoyo que se les ofreció. Optó por dejar “las cosas como están”, cumplir su pena de un año por posesión de narcóticos para salir y rehacer su vida como trabajador en una fábrica y concluir sus estudios.
“Ya no voy a seguir de delincuente. Es que está gacho, los chavos no entienden, necesitan vivirlo pa’ que lo entiendan. Con videos no entienden, con pláticas tampoco y mucho menos si le pasa a un amigo, necesitan vivirlo”, dijo a la organización en el informe que se hizo público en 2021.
A cinco meses de terminar su condena de un año, Julián dijo que dentro de las organizaciones criminales hay ciertas reglas que deben seguir, como lo es la prohibición de golpear a mujeres o secuestrar a las personas de manera arbitraria, también se les niega el consumo de drogas y, sólo algunos, tienen tatuajes a la Santa Muerte.