No fue el primer caso señalado como asesino serial pero sí llamó la atención de los psiquiatras de su época debido a su forma de cometer sus crímenes. Se trata de José Ortíz Muñoz, alias El Sapo y quien alguna vez estuvo encerrado en Lecumberri.
“Si bien, antes de este caso hubo varios famosos asesinos seriales como El Chalequero, Gregorio Cárdenas Hernández e Higinio Sobera de la Flor, que despertaron el interés tanto de juristas como de psiquiatras, El Sapo presentaba matices distintos, pero igualmente interesantes para la psiquiatría”.
Fue un hombre que nació en Durango y se hizo soldado, pero en las historias que cuentan su vida siempre se desataca su capacidad sanguinaria para matar. El sobrenombre con el que se le conoce nació debido a la configuración de su rostro y por su forma de caminar encorvada.
Además fue encarcelado muy temprano en su vida pues a los nueve años apuñaló con un compás a uno de sus compañeros de escuela en el año 1917, la razón del ataque es que su víctima era “el consentido” de la clase. Y fue hasta que tenía 14 años que Ortíz Muñoz quedó libre de un lugar donde solo estaban recluidos adultos. Pero no fue el único momento en que asesinó. “Yo no sentí ni pesar ni arrepentimiento”, declaró posteriormente en una entrevista.
La actividad de El Sapo llamó la atención de un psiquiatra el cual decidió profundizar en el hombre que desde pequeño fue capaz de matar. Gracias al trabajo de dicho profesional de la medicina a José Ortíz Muñoz se le diagnosticó con “el síndrome del pistolero”.
El psiquiatra Edmundo Buentello estudió el caso de José Ortiz Muñoz y dijo que las acciones de El Sapo se podían explicar por la violencia en su entorno, se menciona el problema del “pistolerismo”, es decir las personas que son contratadas para matar, según se puede leer en el documento Crimen y Justicia en la historia de México de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
Fue en 1941 que en medios de comunicación aparecieron notas que daban cuenta de las acciones de El Sapo. En la publicación de El Universal del 31 de octubre titulada Tremendos crímenes del soldado “El Sapo” se puede leer:
“Al ser detenido “El Sapo” confesó de plano que había dado muerte a puñaladas al señor Ignacio Jarero Ortiz, porque este era pandillista y al hacerlo, solamente obedeció la consigna que le había dado su Jefe, el teniente coronel Miguel Aranda Calderón [...] quien lo tenía escogido a él, entre todos los contingentes de tropa, como su “pistolero de confianza. Después de haber atravesado con una daga el cuello de Jarero, llevó el cadáver ante Aranda y le dijo: “A la orden mi jefe... ¿Es este el que me enseñó o me equivoqué?”. El teniente coronel lo felicitó por su obediencia y le regaló la pistola del muerto.
De igual manera, ya cuando estaba encerrado en Lecumberri en septiembre de 1950, asesinó a un reo cubano identificado como Isidro Martínez García, pero tras cometer el crimen El Sapo exclamó: “con este son ciento cuarenta y tres los que he matado... ¡Qué importa uno más! Hacía más de cuatro años que no me echaba a nadie al pico”.
Para el año 1952 en los medios se documentó una riña con navajas al interior del penal, se trató de El Sapo en contra de un hombre apodado El Caballo. La razón de la confrontación fue que empezaron a discutir quién era “más ducho en los puñetazos”.
La vez que “El Sapo” se casó
Además de los hechos violentos en los que estuvo involucrado mientras estaba encerrado, El Sapo se casó con una mujer de 18 años, María de Jesús Torres Martínez, según lo documentó el medio Times en agosto de 1953. Dicha persona pidió permiso para visitarlo debido a la fama que tenía José Ortíz Muñoz con las damas. Luego de que la mujer salió libre visitó al Sapo en los días designados para ello.
Pero para 1960 fue trasladado a Islas Marías, sitio en el que murió a machetazos, uno de sus compañeros dijo que recibió un ataque por cada víctima mortal con la que estaba relacionado.
Un profesional de la psiquiatría se interesó por el caso de “El Sapo”
Cabe destacar que El Sapo confesó 135 asesinatos y que, según los registros nunca presentó signos que hiciera pensar que fue víctima de una enfermedad mental, “no había en él síntomas psicóticos, pensamientos paranoides ni comportamientos extraños según la lógica de la época”, detalla el investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Andrés Ríos Molina, en su texto Reflexiones psiquiátricas sobre los crímenes de El Sapo.
En dicho documento también detalló que nunca se pretendió argumentar la locura para que El Sapo pudiera mitigar sus responsabilidades con la ley y los jueces encargados no solicitaron algún peritaje en el que se buscara una enfermedad mental.
Mientras que el análisis de Buentello describió al inicio de su trabajo al Sapo como un hombre que “tiene un aspecto repulsivo por su expresión facial” y también describió sus características, lo consideraba una persona inteligente, capaza de reconocer giros en el pensamiento, un hombre que sonreía y cínico.
El Sapo también contaba con una buena memoria, lo que le hacía recordar cada uno de los asesinatos que cometió. “Ríe con frecuencia, arrugando la cara en múltiples pliegues frontales y de las mejillas, con lo que da a su expresión fisonómica aún más parecido con el aspecto de batracio”. Ortíz Muñoz también gustaba de leer novelas policíacas.
“Hay un aspecto que rescata Buentello para proseguir con su análisis: el énfasis que hace el mismo criminal en que él era un “pistolero”. Esta recurrente afirmación lleva al médico a explicar lo que él considera se podría denominar El síndrome del pistolero”, se puede leer en el documento del investigador Ríos Molina.