Dos años después de la masacre de más de 300 estudiantes a manos del Ejército y su grupo paramilitar Batallón Olimpia en la Plaza de la Tres Culturas, un joven de 28 años intentó asesinar al ex presidente Gustavo Diaz Ordaz a modo de venganza.
Era el 5 de febrero de 1970 cuando Carlos Francisco Castañeda de la Fuente, un aspirante a sacerdote, leyó en un periódico que el presidente Díaz Ordaz se iba presentar ese día en el Monumento a la Revolución, en la plaza de la República, para encabezar las celebraciones por el aniversario 53 de la promulgación de la Constitución de 1917.
En una pequeña maleta de plástico metió una pistola Luger Parabellum que había adquirido por 900 pesos y salió de su departamento ubicado en la calle Joaquín Velázquez de León, en la colonia San Rafael, con la convicción de asesinar al presidente. En el trayecto, al parecer, dejó una carta en un buzón de correo que se encontraba en la calle Juan Diaz Covarrubias para la revista Por qué.
Castañeda de la Fuente llegó a la plaza al filo de las 10:45 horas, pero vio muy difícil disparar al mandatario por la cantidad de personas que lo rodeaban.
Consideró que tendría mayores probabilidades de dar en el blanco si realizaba el disparo con la comitiva del presidente en movimiento, oculto desde algún punto estratégico que coincidiera con el trayecto.
Después del acto en el Monumento a la Revolución, el entonces presidente Díaz Ordaz iba dirigirse al ex Colegio Militar en la Calzada México-Tacuba, en la colonia Popotla, para celebrar los 50 años de la fundación del colegio a través del ex presidente Venustiano Carranza.
Sin embargo, el entonces secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán, decidió ese día que era buena idea adelantarse al Colegio Militar para esperar ahí al mandatario Díaz Ordaz.
En el cruce de Avenida Insurgentes y Gómez Farías, después de que Carlos Castañeda fijara su atención en un carro de la caravana presidencial, convencido de que en él viajaba Díaz Ordaz, sobre todo por los “vivas” al “Sr. Presidente” que la gente coreaba cuando pasaban cerca de aquel vehículo, desenfundó su arma sin titubear y jaló el gatillo.
Según la propia versión de Castañeda, segundos antes de que accionara su arma ya se había percatado que en el auto viajaba el mando militar Marcelino García Barragán, pero se mantuvo firme en sus decisión porque en ese momento pensó que el Ejército era también “el causante de tantos católicos muertos en 1968″.
Pero falló. El tiro pegó en el chasis del automóvil en el que viajaba García Barragán, quien al percatarse del disparo le ordenó al conductor que pisara el acelerador.
De inmediato Castañeda fue detenido por elementos del Servicio Secreto y Guardias Presidenciales, y horas después fue entregado al titular de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), Luis de la Barreda Moreno, quien, a su vez, los puso en manos del controvertido comandante de la policía federal de seguridad, Miguel Nazar Haro.
“Con un cordón de cáñamo me amarró los testículos, y le dio un tirón muy fuerte, me dijo que rezara el Credo, así, hincado (...) Como no demostre miedo no me hicieron nada más (...) DIjeron: ‘no le tiembla la voz, está muy bien aleccionado”, relató Castañeda.
Estuvo cuatro meses detenido y totalmente incomunicado. Estuvo en las instalaciones de la DFS, en el Campo Militar Número Uno y en la estación migratoria de Iztapalapa.
Los siguientes 23 años los pasó en el hospital psiquiatrico Samuel Ramírez Moreno, ubicado en el kilómetro 5.5 de la autopista México-Puebla. En un juicio sumario lo declararon enfermo mental.
Castañeda recuperó su libertad en 1993, durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari. No tenía nombre ni identidad. No existía en los registros oficiales del país. Sus últimos años los pasó en la calle como indigente. No más de uno lo tiraba de loco por la historia que una y otra vez contaba sobre su vida.
“Alguna vez intenté matar al presidente”.