Durante la Revolución Mexicana diversos personajes salieron a la luz por su liderazgo y convicción de encauzar las demandas populares en medio de la inestabilidad política y social. No obstante, uno de los que más destacó por su capacidad de organización y convocatoria fue Doroteo Arango, mejor conocido Francisco Villa, quien lideró el ejército conocido como la División del Norte.
Durante el curso-taller titulado El villismo y su legado, organizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, se retomó la figura del general revolucionario a través del testimonio legado por quienes lo acompañaron en la lucha. En ese sentido, uno de los rasgos que destacaron quienes lo siguieron fue su personalidad y liderazgo nato.
De acuerdo con el testimonio de Édgar Sáenz López, profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en el corpus de entrevistas conocido como el Archivo de la Palabra, fueron incluidos diversos testimonios de veteranos villistas donde dieron prueba de su experiencia bajo las órdenes militares del Centauro del Norte.
En las entrevistas rescatadas, las personas que llegaron a hacer campaña con la División del Norte, destacaron que el originario de San Juan del Río, Durango, fue uno de los pocos personajes que enarboló la legitimidad del maderismo. No obstante, también hablaron de que su personalidad fue clave para mantener la cohesión y garantizar la lealtad de sus hombres.
Uno de los principales rasgos favorables en la personalidad de Francisco Villa fue la capacidad de empatizar con sus soldados. Y es que la mayoría de sus integrantes sentían una profunda identificación con él gracias a sus orígenes populares y a que, incluso, llegó a ser considerado un proscrito de la ley durante el porfiriato.
“Tenía un jalón el hombre que dondequiera, al pueblo que llegara, inmediatamente se presentaban voluntarios”, comentó el historiador al leer una cita textual del teniente coronel Victorio de Anda Ramírez.
De igual forma, sus hombres reconocieron el valor que demostraba a la hora de lanzarse al campo de batalla para encaminar sus campañas. Al respecto, el testimonio del soldado Eduardo Ángeles indicó que:
“Aunque fuera uno cobarde se volvía uno valiente, teniendo a la cabeza al general Villa. Yo me acuerdo que en los momentos difíciles, por ejemplo, en Zacatecas, que fue una cruenta lucha […] Me incorporé a un grupo de la fusión de dos estados mayores: del general Villa y del general Ángeles. Lo veía yo tan imponente, cabalgando al galope, que pues creo que era imposible no seguirle”.
Además del arrojo mostrado en la guerrilla, los soldados de Villa supieron reconocer en la personalidad del líder a un hombre fuerte y respetuoso hacia el valor de la lealtad. En ese sentido, era intolerante a cualquier acto que demostrara mal agradecimiento o traición por parte de los hombres que integraron su ejército. Incluso, el castigo en varios casos llegó a ser el fusilamiento.
En algún momento, cuando llegó a perder batallas, Villa permitió que quienes no tuvieran total convencimiento de continuar en la lucha abandonaran las filas de su ejército. No obstante, a pesar de que él decidió deponer las armas en 1920 y retirarse a la Hacienda del Canutillo, sus seguidores lo consideraron una salida digna por el papel que desempeñó desde su participación en el ejército maderista.
A lo largo de la historia, debido a los rasgos de su personalidad, así como los acontecimientos que llegó a protagonizar al mando de la División del Norte, diversos testimonios han creado el mito en torno a la figura del revolucionario. A pesar de que existen quienes lo han catalogado como un villano, Pancho Villa es, en la actualidad, uno de los rostros más destacados de la Revolución Mexicana.