“No se había visto un acercamiento así con la gente”: recordaron a padres jesuitas a un año de su ejecución en Chihuahua

A un año de su muerte, los sacerdotes, que eran apodados como Gallo y Morita, fueron recordados con cariño por la comunidad de Cerocahui

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(REUTERS/Jose Luis Gonzalez)
(REUTERS/Jose Luis Gonzalez)

El 20 de junio de 2022, los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales, de 79 años, y Joaquín César Mora Salazar, de 80, intentaron auxiliar y brindar protección al guía de turistas Pedro Palma, quien entró a una iglesia huyendo de personas armadas, por lo cual los tres fueron asesinados.

Horas antes, un equipo de béisbol infantil patrocinado por el líder criminal José Noriel Portillo Gil, alias “El Chueco”, quedó abajo en el marcador y provocó una riña en la que el delincuente terminó quemando la casa del ampáyer (árbitro de béisbol) y secuestrándolo junto a su hermano.

Esa misma noche, “El Chueco” y sus colaboradores bebían alcohol y consumían drogas en la plaza mientras escuchaban música a todo volumen. Fue entonces cuando apareció Pedro Palma para pedirles que le bajaran el volumen. Él estaba a cargo de un grupo de turistas extranjeros que en ese momento descansaban en un hotel cercano.

La petición no habría sido del agrado del “Chueco”. Se dice que en represalia por el reclamo se llevó a Palma al monte para ejecutarlo, pero en el trayecto el guía consiguió escapar y se refugió en la iglesia, donde más tarde, por defenderlo, fueron ejecutados junto a él los curas al pie del altar del templio de Cerocahui.

Nueve meses después, autoridades de la fiscalía confirmaron que en la comunidad de Choix, en el estado de Sinaloa, se localizó sin vida el cuerpo de Portillo Gil. Una mujer de nombre Diana Carolina Portillo identificó el cuerpo y confirmó que era su hermano

A un año de su muerte, los sacerdotes, que eran apodados como Gallo y Morita, fueron recordados con cariño por los pobladores de la región. Su contactos con funcionarios de gobierno y la propia Iglesia les permitían brindar ayuda a las comunidades más desfavorecidas de la sierra Tarahumara.

(Cuartoscuro)
(Cuartoscuro)

Si se les solicitaba, ellos podían conseguir empleos, ayudas, despensas y hasta traslados en ambulancia aérea en caso de alguna emergencia. En Cerocahui los pobladores se quedaron con el recuerdo de su amabiilidad y cercanía con la comunidad.

Ambos sacerdotes conocían bien la zona y se dedicaban a recorrer cada rincón para brindarle ayuda, sobre todo, a adultos mayores, comunidades indígenas y enfermos. Se habían ganado la confianza y el reconocimiento de la comunidad, incluso de los narcotraficantes. Por eso nadie entendió por qué “El Chueco” los asesinó a quemarropa al interior de la iglesia. Muchos atribuyeron su estado, supuestamente alterado por las drogas, como el factor principal.

Hacía muchas décadas que no se veía un acercamiento tan directo y natural con la gente, sobre todo con las comunidades indígenas y sus constantes visitas a los poblados más alejados”, dijo un poblador de Cerocahui al Sol de México.

“Si alguien estaba enfermo, no había mucho dinero para dar, pero ofrecían sus oraciones, la fe y buscaban la forma de que vinieran médicos y obtener medicinas; si alguien no tenía qué comer buscaban cómo juntarle alguna despensa, incluso los bautismos y funerales, estos sacerdotes los hacían gratis aceptando cualquier propina”, agregó.

Por su parte, el provincial en México de la Compañía de Jesús, Luis Gerardo Moro Madrid, dijo qua “la aparición sin vida de El Chueco (José Noriel Portillo) no puede considerarse un triunfo de la justicia ni solución al problema estructural de la violencia si se vive en la sierra Tarahumara”.

“La ausencia de un proceso legal conforme a derecho en relación con este homicidio implica un fracaso del Estado mexicano frente a sus deberes básicos, y confirma que en la región las autoridades no detentan el control territorial. La violencia sigue en la Tarahumara”, concluyó.

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