Las niñas, niños y adolescentes son sometidos a distintos tipós y niveles de trabajo en México, desde la mendicidad, la servidumbre, los matrimonios forzados, pero también a tareas relacionadas con actividades del crimen organizado, en donde se podrían incluir acciones propias del narcotráfico y hasta el tráfico de órganos.
Así lo señaló la investigadora del Instituto de Investgaciones Jurídicas de la UNAM, Elisa Ortega Velázquez, quien, en el marco del Día Internacional contra el Trabajo Infantil, lamentó que algunas prácticas hacia los menores estén normalizadas, como lo es la mendicidad ajena y matrimonio infantil.
“Es importante cotar que sí hay que ser respetuosos de los usos y las constumbres de los pueblos originarios, siempre y cuando no se vulneren los derechos humanos de las personas, especialmente de niños y niñas”, indicó la académica.
En el caso particular del crimen organizado, hay diversos factores que orillan a los menores a formar parte de organizaciones.
De acuerdo con el Informe de la organización Reinserta sobre Niñas, Niños y Adolescentes Reclutados por la Delincuencia Organizada, en las regiones centro y sur del país lanarcocultura no tiene una influencia tan incisiva sobre la juventud, hay casos como los de Leonel.
En su informe, Reinserta documentó una serie de testimonios de jóvenes que fueron reclutados por la delincuencia organizada, entre los que se encuentra el de Leonel, un joven con una familia que él mismo consideró “normal”, con una madre dedicada a ser ama de casa y un padre que trabajó como taxista.
Sin embargo, él tuvo una afición especial por las armas, tuvo como objetivo ser soldado y un gusto particular por el olor a pólvora, y aunque también ayudó a su madre a vender comida en la calle, “la economía estaba mal”.
En su relato para Reinserta, Leonel dijo que su primer contacto con hombres armados fue cuando trabajó como empleado de limpieza en una cantina, a donde estas personas acudían a tomar.
“No les preguntaba en qué trabajaban, aunque ya me imaginaba que eran narcos”, indicó en su relato, en el que también admitió que fue por conducto de sus amigos que comenzó a tomar, esto cuando cursó el tercero de secundaria.
“A los 14 mi vida cambió”
El joven reconoció que dentro de la misma cantina, se le ofreció comenzar a servir en la barra y fue de esta forma que conoció a los sujetos armados que recurrían el establecimiento, hasta que tiempo después supo que trabajaban para el Cártel de los Beltrán Leyva.
Supo que la organización reclutaba jóvenes a sus filas. Fue entonces que inició su trabajo como halcón, sin embargo, la muerte de una persona, hecho por lo cual fue inculpado, lo obligó ascender dentro del cártel para salvaguardar su vida.
“Yo acepté, me enviaban a varios lados a hacer diferentes tareas, siempre estaba pendiente y a la orden”, dijo. A los 15 años, salió de su casa para evitar poner en riesgo a su familia, comenzó su entrenamiento dentro de la organización, hasta que comenzó a matar.
“Tengo un tatuaje de todos los muertitos que me cargué, son cincuenta... o cincuenta y nueve, las que fueron en grupo no cuentan”, indicó.
Leonel afirmó que la primera ocasión que mató a una persona no fue con un arma de fuego, sino con un cuchillo, el cual aprendió a usar por sus compañeros. Explicó que al secuestrar a una persona, el primer paso era obtener información, lo cual consiguieron a través de la tortura, cortando dedos o las uñas.
Reconoció que aunque no tenía coraje en contra de las personas a las que secuestraban, pues no las conocía, poco a poco hizo a un lado su sentir hasta pensar: “No los voy a estar acariciando, ni que fueran perros”.
De igual forma, reconoció que vivir dentro de una organización criminal no era fácil.
El testimonio de Leonel es uno d elos miles que han afectado por décadas a la población infantil y juvenil del país y que forma parte de el complejo contexto narco que parece estar enraizado como un cáncer difícil de extirpar.