El muérdago es una planta que vive encima de otros árboles. Resulta interesante imaginar cómo es que pudo nacer ahí, pues los redondos frutos del muérdago con facilidad se caen de las ramas antes de que puedan germinar. También es extraño, en primer lugar, cómo consiguieron llegar tan arriba las semillas, pues son mucho más grandes que un grano de polvo o de polen y no pueden por ello viajar en los insectos.
Como el universo está conectado me apareció en internet, sin que yo lo buscara, un video que explicaba el ciclo del muérdago. Son las aves las que se comen las frutillas de esta planta y cuando la pulpa entra en contacto con los jugos gástricos, se convierte en un fuerte adhesivo que protege a las semillas de la digestión y posibilita la continuidad de la especie. Tiempo después, el ave ‘hace del baño’ y salen las semillas con suficiente pegamento para quedar unidas para siempre a la rama de algún árbol. Luego, las raíces brotan y se introducen en la corteza del huésped para tomar de ahí agua y minerales.
Hace mucho usé esta información para un cuento. Se trataba de un ginecólogo que había decidido vivir en un pequeño pueblo, donde en lugar de pensamiento científico había leyendas e historias mágicas. El problema surgía porque su hija a quien él adoraba a su modo, le decía que se había embarazado en la alberca. Él quería creer, no podía dudar de su hija y por eso forzaba a su cerebro a buscar explicaciones verosímiles. Quizá, al igual que las semillas del muérdago, las semillas humanas habían encontrado un vehículo para soportar el cloro de la alberca y de esa forma llegar a alguna rama uterina y germinar como una planta de carne, como un árbol que en lugar de raíces tuviera piernas y en lugar de hojas cabello.
El cuento tuvo poco éxito, creo que me falta aprender más de la naturaleza, hacer cuentos como flores carnívoras que atraigan con engaños o utilizar palabras que se mimeticen con el color del papel para que la persona la confunda con una simple hoja en blanco y, cuando ya sea muy tarde, se daría cuenta de haber leído una historia completa. También podría untar las letras con frutos de muérdago para que se peguen a los ojos, y que no haya manera de quitarlas de ahí por más que se tallen, no habría más que seguir leyendo, pues un clavo saca a otro clavo y una palabra empuja a la otra hasta llegar al punto final.
En eso pensaba cuando fui al supermercado, ahí siempre me ofrecen lavar el coche y siempre accedo, pues a diferencia de mí, ellos sí saben promoverse. Cuando salí de mis compras había tres personas alrededor de mi coche, las tres veían el cofre, eran un lavador delgado, una mujer robusta y un niño. La mujer sudaba y me dijo sonriendo: “me costó mucho trabajo quitarle la popó de pájaro”. En efecto, el cofre estaba limpio, pero antes había tenido unas semillas de muérdago incrustadas con fuerza sobrehumana en la pintura.
Además de la escritura, siempre me ha gustado la docencia. Me puse a explicarles el ciclo del muérdago mientras me veían con mucha atención. Quizá fue porque aún no pagaba la lavada o porque ya desarrollaron la habilidad de acompañar psicológicamente a personas estresadas que llegan con prisa y ansiedad al súper. Se rieron cuando rematé diciendo que el pájaro había confundido mi coche con una rama de árbol. El hombre delgado dijo que había necesitado de la ayuda de la mujer para quitar la mancha. El niño dijo: “imagínate que creciera un árbol en el coche del don”, y yo me sentí feliz de imaginar.