Desafíos políticos del Desarrollo y la abismal diferencia entre países ricos y pobres con sus ciudadanos

En lo que va del siglo XXI el ingreso promedio por habitante de los 20 países más ricos fue aproximadamente 67 mil USD por año, una cifra 45 veces mayor que la de los 20 países más pobres

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Esteban Colla-De-Robertis es profesor investigador de la Universidad Panamericana
Esteban Colla-De-Robertis es profesor investigador de la Universidad Panamericana

(Las opiniones vertidas son opiniones exclusivas del autor)

Una preocupación central en Economía es la enorme variabilidad que existe en la prosperidad de las naciones. En lo que va del siglo XXI el ingreso promedio por habitante de los 20 países más ricos fue aproximadamente 67 mil USD por año, una cifra 45 veces mayor que la de los 20 países más pobres (de solo mil 450 USD).

Una barrera al desarrollo es la falta de acceso a mercados. Por ejemplo, muchas personas en situación de pobreza no tienen acceso a crédito (que podría servir para inversiones productivas, capacitación o educación) porque no cuentan con patrimonio que pueda otorgarse como garantía. En estos casos el estado debería implementar políticas públicas destinadas a corregir fallas de mercados y promover la inclusión social.

Sin embargo, en países pobres o en vías de desarrollo, los estados son débiles o incapaces de cumplir con funciones básicas como promover el funcionamiento de los mercados y el acceso a los mismos, y asegurar la paz y el orden. El círculo vicioso se cierra porque los estados débiles tampoco son capaces de recaudar: la recaudación promedio (como porcentaje del PIB) de los 20 países más ricos es el 20%, casi el doble que aquella de los 20 países más pobres (11%).

De este modo, mejorar el funcionamiento del Estado es clave para promover el desarrollo. Claramente las naciones pobres no han tenido éxito en la implementación de reformas institucionales destinadas a mejorar la eficacia del estado. No deja de ser una paradoja, dado el amplio consenso sobre su necesidad.

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Un determinante posible de este fracaso puede ser el conflicto. Grupos de interés conformes con un “status-quo” que les favorece pero que es perjudicial para otros sectores, pueden oponer resistencia a cambios de fondo. La implementación de reformas institucionales puede ser un proceso tortuoso, al requierir sacrificios por parte de poderes fácticos muy diversos y con objetivos potencialmente muy disímiles. Con suerte podría tomar décadas para que reformas de fondo se arraiguen y tengan un impacto significativo en la prosperidad de los habitantes de un país no desarrollado.

No hay soluciones mágicas si las reformas que un país necesita implementar no son políticamente viables. Sólo la búsqueda paciente de acuerdos duraderos entre los distintos sectores de una sociedad, e incluso entre distintas generaciones, puede marcar la diferencia entre el fracaso y el éxito. En este contexto cobra particular importancia la promoción de una cultura de diálogo que busque acuerdos en lugar de profundizar diferencias.

Esteban Colla-De-Robertis ecolla@u.edu.mx

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