Iker tenía 11 años cuando se percató de que su entorno familiar no era como el de otros niños de su edad, si bien su madre era ama de casa y su padre operador de un tráiler, su admiración estuvo enfocada en otras figuras como sus tíos, a quienes llegó a ver en camionetas artilladas, con chalecos tácticos y armas en reuniones.
Esa es sólo una de las tantas realidades que documentó la organización Reinserta, la cual presentó un informe en 2021 sobre niñas, niños y adolescentes que fueron reclutados por el crimen organizado en México, y matizó las condiciones bajo las que ello ocurrió, sus roles dentro de estas organizaciones y el entorno en el cual se desarrollaron dependiendo la zona o región del país.
De acuerdo con esta organización, en el año 2011 la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) documentó un aproximado de 35 mil niños, niñas y adolescentes que formaban parte de los grupos delictivos.
No obstante, esta organización señaló que tan solo siete años más tarde autoridades federales estimaron que la cifra de menores de 18 años que tenían algún rol dentro de estas organizaciones ascendió a los 460 mil.
En su informe publicado en 2021 Reinserta recogió 68 testimonios de adolescentes que son un llamado a la reflexión y a la necesidad de reconstruir el tejido social, frente a hechos como el reclutamiento.
“Mis tíos me daban lo que quería”
Un adolescente identificado como Iker y que al momento de prestar su testimonio para Reinserta dijo estar cumpliendo con una medida privativa de tres años, relató cómo fue su ingreso al crimen organizado, primero como halcón y luego como sicario del Cártel de Noreste, una organización criminal que, de acuerdo con documentos del Congreso de Estados Unidos, se desprendió de Los Zetas, una organización caracterizada por su “extrema violencia”.
El Cártel del Noreste fue calificada en el informe publicado en 2022 como “una versión renombrada del núcleo tradicional de Los Zetas”, este último, considerado como uno de los más sanguinarios de los últimos años.
Iker relató a Reinserta que nació en la frontera con Estados Unidos, en el municipio tamaulipeco de Nuevo Laredo, y aunque admitió que tuvo una niñez muy tranquila y de mucho juego, que cada 15 días tenía reuniones familiares en las que veía a sus tíos: “Me daban lo que quería, mi mamá también”.
Desde entonces reconoció que sus tíos se dedicaban al crimen organizado, y dijo que era común verlos en camionetas, artillados, con armas y en caravanas, además de que tuvo conocimiento de que participaron en enfrentamientos con otras organizaciones o con la misma policía.
Su acercamiento a la droga fue con su hermano, a quien vio consumir marihuana y cocaína; pero este primer acercamiento no implicó el consumo de estas drogas, sino que fue en compañía de amigos con quienes a los 11 años probó mariguana y un años después, la cocaína.
Después de haber sido expulsado de la escuela, de que se vio envuelto en el consumo contínuo de drogas, encontró un refugio en sus tíos a quienes, relató, admiró “por lo que andaban haciendo”.
“Me gustaba cuando los veía con armas y chalecos. Me acuerdo que en mi casa todos sabían de eso, pero como que en las reuniones familiares lo ocultaban pa’ que no supiéramos los niños, y cuando llegaban artillados o con armas yo los miraba y más me les pegaba, pero entonces me alejaban de ellos”, contó Iker.
El joven, entonces de unos 12 o 13 años de edad, dijo que encaró a sus tíos, a quienes les preguntó a qué se dedicaban: “Ando jalando en lo que te vas a meter tú también cuando seas más grande”, le respondió uno de ellos.
Ahí fue cuando Iker conoció lo que era el Cártel del Noreste, en dónde operaban, quiénes eran sus adversarios y se ganó la confianza de sus tíos, quienes comenzaron a compartirle algunos lujos, como el dinero, joyas, llevarlo en vehículos con armas y mujeres.
Iker se identificó como “fuerte y ágil”, definiciones por las que aseguró que podría ser un buen elemento para el cártel, además del ejemplo de sus tíos y su deseo de seguirles el paso.
Yo empecé como halcón
De acuerdo con el relato de Iker, fue a los 14 años que recibió el adiestramiento por parte del Cártel del Noreste para lo cual lo llevaron “al mero monte” en Coahuila, en donde un exmilitar le enseñó a él y a otros jóvenes, por un espacio de un mes, tácticas y el uso de armas como los R, los rifles AK-47 - conocido como cuerno de chivo - y las llamadas Barrett.
“Sirvió para que aprendiera cómo actuar ante situaciones de peligro, a saber sobrevivir allá en el monte, te enseñan a desarmar y armar fierros (armas)”, así como a hacer lagartijas con ellas, a disparar a distancia y entrar a casas.
Una vez concluido el adiestramiento, inició en el peldaño más bajo de la jerarquía, el halcón, en donde su función era reportar la presencia de fuerzas federales, así como vigilar la venta de droga.
Iker contó que personas del interior del cártel lo molestaban y decidió dejar el trabajo de halcón, pero entonces sumarse al grupo que se dedicó al tráfico de migrantes, labor que después también consistió en llevar droga. Fue en ese momento que fue detenido por primera vez, pero en Estados Unidos.
En su relato dijo que esta detención llevó a sus padres a amenazarlo con que lo llevarían con otro familiar, algo a lo que se negó y se dispuso a trabajar en una boutique, cuyo sueldo era de apenas 2 mil pesos a la semana, que pronto contrastaron con los 15 mil o 20 mil pesos que ganó cuando reingresó al cártel colocando mantas, secuestrando gente “chismosa” y “contras”.
Admitió que aunque en un inicio sus padres no aceptaron su forma de vida, pero el tiempo lo arregló todo. Su paso dentro del cártel lo condujeron a que, a los 16 años, cometiera el primer asesinato.
“No tengas piedad”
El primer asesinato que Iker cometió fue en contra de un integrante del mismo cártel, quien “estaba de rata en el grupo” con el dinero dedicado al pago de los halcones. Además de que fue su primer asesinato, esta misión se le encargó en compañía de su tío.
“Nos ordenaron ir a la casa y hacer un desmadre, ‘se traen a la mamá o algún familiar’, nos dijeron”. La orden de su tío fue ensañarse con esta persona, y aunque admitió que “sintió feo”, los ánimos de su familiar llegaron cuando le advirtió que cuando le tocara a alguien de su propia familia no iban a tener piedad con él.
Iker relató que incluso vomitó por la impresión de la golpiza que propinaron al familiar de su excompañero, pero consumió droga y formó parte de la agresión. Ahí, contó, cada uno le agarró una mano y se la cortó, y “al último le mochamos la cabeza”.
Antes de ser detenido a los 17 años, trabajó como secuestrador, pero aseguró que nunca en contra de gente inocente, sino de “contras o chismosos” y siempre bajo órdenes de comandantes, quienes antes de cada trabajo detallaban si el encargo debía ser sólo el asesinato o si era necesario torturarlo.
Después de su detención, comentó que incluso el cártel intentó sacarlo de la cárcel, para lo cual le enviaron dinero y abogados, pero su situación fue distinta a la de otros integrantes de la organización, incluyendo sus tíos, pues él era menor de edad.