Inicios de 1990, México se encontraba ante la expectativa de una década naciente, la última del milenio, bajo el entonces eterno régimen del PRI y en plena negociación del Tratado de libre comercio el público fue testigo del que es considerado hasta hoy el concierto más emblemático en la historia del país, cuyas aristas son de dimensión histórica y social.
Con el impulso de Carlos Monsiváis, Juan Gabriel logró lo que ninguna figura del panorama discográfico de difusión masiva: presentarse en el Palacio de Bellas Artes, máximo recinto cultural y escenario de ensueño no al alcance de cualquier artista, aun los consagrados.
No fue sin la oposición de sus detractores: intelectuales, periodistas, políticos, quienes no consideraban al artista fallecido en 2016 digno de presentarse en tan exclusivo espacio, que Alberto Aguilera pudo hacer historia a sus 39 años acompañado por la Orquesta Sinfónica Nacional de México, un coro monumental y un mariachi.
Y es que en cuanto se dio a conocer la consideración de Víctor Flores, entonces titular de CONACULTA, para que el compositor nacido en Parácuaro se presentara en el palacio encargado por Porfirio Díaz al arquitecto italiano Adamo Boari, cierto sector opinaba que Juanga, al ser el poeta musical de amor y desamor para el pueblo y las masas, no debería actuar en un espacio destinado sólo a la “alta cultura”.
Con el apoyo del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, y principalmente de la primera dama Cecilia Occelli, Juan Gabriel brindó hace 33 años un apoteósico concierto (el primero de cuatro consecutivos) en la sala principal del país, y rompió con ello un doble muro: el de la apertura a otras expresiones del arte y el de la “incomodidad” por ver a un hombre de ademanes considerados femeninos en un México machista, “un triunfo para la diversidad”, según dijo Monsiváis.
Infobae México entró en contacto con Blanca Rodríguez, cantante que compartió en el escenario con el divo como parte de su coro aquel 9 de mayo de 1990 en Bellas Artes, quien tiene los mejores recuerdos del momento que ya es un clásico en el imaginario mexicano.
Al ser alumna en la Escuela Superior de Música del maestro Enrique Patrón de Rueda, director invitado de la orquesta de cámara, Blanca fue seleccionada junto a 9 voces femeninas -sopranos, contralos y mezzosopranos; y 10 masculinas -tenores, barítonos y bajos- para acompañar a Juan Gabriel.
“Nos dieron las partituras del repertorio que iba a cantar tres meses antes, posteriormente preparamos un ensamble con sus músicos y la orquesta”, comentó la cantante, quien notó que los instrumentistas “le leían la mente” al talentoso artista.
“Me impresionó muchísimo que llegó, se plantó en medio del escenario y de repente volteó y dijo ‘el violín de la izquierda se escucha desafinado, por favor afínenlo’ y eso nos impactó muchísimo a todos, el hecho de que tuviera tan buen oído como músico, hablaba de que era preparado y un artista completo”.
En la preparación del espectáculo donde sonaron fuerte casi junto a los murales de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, ya clásicos contemporáneos como Amor eterno, Querida, La muerte del palomo y Ya lo pasado, pasado, el artista lució en su esplendor.
“Más que exigente yo lo veía muy contento, muy pleno en el escenario, capaz de poder dominar completamente todo, de poder hacer empatía con todos los músicos y el coro, yo no vi una exigencia porque estaba trabajando con gente muy profesional”.
Los músicos que encantaron esa noche a 1396 personas se alejaron de la ópera, la danza y los recitales de música clásica para ofrecer un repertorio vernáculo de rancheras, baladas, boleros y tradicional mexicana, éxitos de Juanga que sonaban desde 20 años atrás en las radios de un público masivo que le entregaba su admiración y cariño.
“Los músicos que estaban siempre con Juan Gabriel estaban ya muy compaginados con él, sabían qué le gustaba y no, prácticamente le leían el pensamiento”, recuerda la ex corista, quien desde entonces no volvió a encontrarse con Juan Gabriel, pero recuerda con emoción la noche donde se congregaron importantes personajes del ámbito público en un ambiente festivo que combinó una ejecución magistral, emotivos momentos y las lentejuelas que el divo hizo brillar en el palacio art nouveau del centro de la Ciudad de México.
“Estaba rodeado de políticos, luminarias y hacía alusión al presidente que estaba en uno de los palcos, y estaba Daniela Romo en otro de los palcos, el público en general cantaba las canciones como si las hubiese ensayado con él, se oían impresionantemente afinados”.
La euforia por la música de Juan Gabriel cautivó por casi tres horas a los presentes y también a los músicos de cámara, quienes se olvidaron de la formalidad al ritmo del Noa-Noa.
“El que los violinistas de la Sinfónica se pararan y bailaran la música de Juan Gabriel fue muy impactante, porque todos eran ejecutantes de música culta como se llamaba y hacer algo de música popular fue realmente una experiencia extraordinaria”
“Un público tan encantado con Juan Gabriel, nosotros como coro cantábamos, bailábamos, aplaudíamos, realmente gozamos muchísimo esta experiencia”, recuerda Blanca Rodríguez, quien guarda los mejores recuerdos de la noche en que Bellas Artes le dio cabida al máximo divo del y para el pueblo.