Octavio Paz, quien falleció un 19 de abril de 1998 en la Ciudad de México, tenía una opinión muy particular de María Félix, emblemática actriz del cine mexicano. Para el poeta y Premio Nobel de literatura, La Doña desafiaba con valentía no sólo a los demás y la sociedad, sino también a sí misma.
“María Félix nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma”, contó Octavio Paz. El poeta manifestaba que la actriz había aparecido frente a los ojos de todos igual que “un relámpago que desgarra las sombras”.
No es raro que el Nobel considerara a María Félix como una mujer osada que había tenido la valentía de alejarse de los cánones machistas que la sociedad mexicana tenía como piedra angular para darle forma a la figura de la mujer.
“Fue y es un desafío ante muchas de las convenciones y prejuicios tradiciones”, cuenta Octavio Paz en Razón y Elogio de María Félix, “No es extraño que haya provocado irritaciones, despechos, calumnias. La envidia es una forma invertida de la admiración. Es una mujer muy mujer que ha tenido la osadía de no ajustarse a la idea que se han hecho los machos de la mujer”.
El escritor entendía a María Félix desde muchos ámbitos, y comprendía que, para hablar de su “encanto”, habría que referirse a su belleza. Para él La Doña no era bonita, como decía aquella famosa canción, sino bella.
“María es generosa, altiva y valiente. Hermosura combatiente, hermosura libre que hace pensar en las heroínas del poema de Tasso, como Armida la maga que, armada sólo de sus trenzas y de una falda, penetró en el campamento de sus enemigos y los sedujo”, decía aquél prólogo de María Félix: una raya en el agua, escrito por Octavio Paz.
La María Félix con la que conversaba y de quien era amiga no era, para él, la misma de sus películas. María era una, y la estrella era otra. Pero aquella María que, en análisis del escritor, estaba construida por ella misma, no era irreal como pudiera pensarse, sino que, simplemente, pertenecía a otro plano, a otra realidad.
Félix entendía lo que Paz pensaba de ella, y en una entrevista, citando las palabras del Nobel de Literatura, dijo que él tenía razón, que ella había nacido dos veces, que había mucho de cierto en eso. “Me fui haciendo, la vida dura, la vida del espectáculo es muy dura es muy difícil, yo la he llevado con bastante aplomo, y no tengo ningún remordimiento, la he pasado muy bien”, contó.
La Doña también tenía un punto de vista sobre el escritor. Se sentía orgullosa de él, de su trabajo, de su literatura y de sus poemas, de su nombre, de lo que era para el país y lo que el país era para él. Admiraba la forma en la que se referían al escritor en tierras extranjeras, y lo que significaba para México. “Yo pienso que cuando un país produce un poeta así, un pensador así, tiene que ser extraordinario”, contaba.
No pensaba lo mismo de Carlos Fuentes, ese no estaba en su galería, ese para ella era un “mujerujo”, es decir, un hombre con corazón de mujer, cualidad que en los varones, según María Félix, no era de admirarse, a diferencia de las mujeres con alma de hombre.
Para Octavio Paz, María Félix era una clase de mito diferente, uno que era moderno, de nuestros días, y que no estaba ligado a lo imaginario o a lo fantástico, sino a lo real, porque, a final de cuentas, La Doña era la proyección de una “mujer real”.