El Presidente Peña Nieto tuvo su Ayotzinapa, Calderón su ABC, Fox su Atenco. La tragedia humana no se apega al guion y sus consecuencias políticas son a menudo imprevisibles y permean en el tiempo trascendiendo las coyunturas y las estrategias. Al Presidente López Obrador le toca hoy enfrentar la tragedia de los migrantes, nos referimos por supuesto a las 39 muertes y otros tantos lesionados en los deleznables hechos de Ciudad Juárez, pero nos referimos también a esa tragedia que mueve a millones de seres humanos a dejar atrás familia, posesiones, vínculos y todo aquello que entrañan la patria y la tierra.
El destierro nunca es voluntario y sea como el atrozmente impuesto por el régimen dictatorial de Nicaragua a sus opositores, práctica propia de los sátrapas de todas las épocas, o sea como el impuesto a los millones de mexicanos, latinoamericanos, sirios, africanos, en fin pueblos e individuos orillados a causa de Estados incapaces de satisfacer las necesidades más esenciales del ser humano; paz, seguridad, alimentación, trabajo, oportunidades y esperanza.
La verdadera tragedia es el poco valor que damos a la vida humana. Los migrantes no votan. Los migrantes no cuentan. Las condiciones desventajosas en las cuales el Estado mexicano se ve obligado a cumplir compromisos asumidos por la fuerza para evitar el cumplimiento de las amenazas de quien pareciera un modelo para otros Presidentes, Donald Trump, pero que siguen vigentes y con cargo financiero, político y social casi totalmente para México no muestran más que la punta de un iceberg de dimensiones inimaginables en el cual convergen, como siempre, corrupción, impunidad y complicidad del Estado en todos sus niveles.
La política migratoria no es más es un reflejo de las políticas de seguridad en este país: un tema abordado desde una perspectiva policiaca, represiva y carente de toda perspectiva humanitaria y geopolítica que termina hundida en la espiral de la trata de personas, la extorsión y el crimen organizado. Y este hecho que entinta de sangre las manos de las autoridades migratorias ha puesto en riesgo lo que parecía un plan perfectamente diseñado para concretar la reestructura del INE más allá de esa cortina de humo llamada “Plan B”, orquestado desde la siembra de personalidades afines a la presidencia en las listas de aspirantes a Consejeros y que terminó en una pírrica victoria que logra hacer llegar a una figura no solamente absolutamente afín a MORENA sino parte ya de una de las nuevas noblezas de la 4T, sin embargo al costo de un desgaste que hará difícil que el Presidente pueda seguir llevando adelante reformas profundas aún con su holgada mayoría en la Cámara de Diputados.
Demasiados frentes, pocos Generales.
La reacción oficial a la muerte de los migrantes puso de relieve además las profundas diferencias existentes en el gabinete presidencial y que las patadas por debajo de la mesa están y seguirán a la orden del día en los momentos en los que más unidad requiere el Presidente en torno a su proyecto.
Dos Secretarios se confrontaron al punto que el propio titular de la Presidencia debió llamar al orden y la Jefa de Gobierno aprovechó para tomar el tren de la causa migrante mientras que el Presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado no dejó pasar la oportunidad de atraer el tema.
Los riesgos a la gobernabilidad vienen pues, del interior de la 4T. Por un lado la mayoría de Gobernadores provenientes de MORENA actúan abiertamente en apoyo de sus favoritos pero en detrimento de la unidad de su movimiento y este fenómeno se replica ya en la administración pública federal y por supuesto en los Congresos federal y locales de modo que la actividad de gobierno queda no sólo ralentizada sino en un segundo plano de importancia en la prioridades oficiales; varios funcionarios, legisladores y cuadros buscarán puestos de elección popular o acomodo en las campañas de los aspirantes y como parte de estos acomodos veremos también ajustes de cuentas en la forma de expedientes administrativos y judiciales que al mismo tiempo siempre vienen bien como bandera de lucha contra la corrupción mientras que los gobernadores de oposición se preocupan más de defenderse del embate federal o bien de mantener una relación tan cordial como sea posible con el Presidente.
Gobernar o controlar la sucesión presidencial con la mira puesta en la continuidad del proyecto parecen ser la disyuntiva que enfrentan en Palacio Nacional. Han arrancado ya los dos últimos referentes que tendremos para tener un escenario que de suyo parece desde ahora bastante claro cara al 2024 en donde se ve muy difícil que exista una figura y mucho menos un movimiento o partido que materialice a esa “mayoría silenciosa” en la cual sigue confiando la oposición para sacar a MORENA de Palacio Nacional. Las campañas para las gubernaturas de Coahuila y Estado de México y sus resultados tienen no sólo un valor numérico en relación con los votantes que se decidan por una u otra opción o el número de gubernaturas que tendrá cada partido o coalición al terminar este año, sino por el alto valor simbólico que una derrota o una victoria tienen el ánimo del elector, quien no suele apoyar opciones que presenten pocas posibilidades de victoria o beneficio para él y que se suma al descrédito en el cual se encuentran hoy los partidos y las figuras de oposición y veremos también si MORENA refleja ya el desgaste propio de fin de sexenio o si la popularidad presidencial alcanza todavía para impulsar la candidatura a la presidencia y otras candidaturas sin contratiempos.
Bien haremos en voltear al mundo, en donde el Presidente Macron, el Primer Ministro Sunak, el Presidente Petro o los Presidentes Lula y Boric quienes con todo y sus mayorías, su apoyo y popularidad, se ven obligados a hacer política, a tender puentes y dialogar no sólo para su supervivencia y las de sus partidos o movimientos, sino sobre todo para la viabilidad y continuidad de sus proyectos de nación. Han aprendido que la política no es artículo de fe sino obra humana, obra del mismo barro del que fuimos hechos.
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