Uno de los temas que más llama la atención acerca de las épocas prehispánicas, es el de los sacrificios humanos a los dioses que practicaban los mexicas, y que, hasta la fecha, no se han explicado del todo.
Para determinar quién sería sacrificado, se llevaron a cabo las llamadas guerras floridas, en donde los mexicas capturaban a prisioneros que eran ofrecidos a Huitzilopochtli. Tanto las guerras floridas, como los sacrificios asociados a ellas, fueron parte de una estrategia política imperial que arrojaba beneficios concretos a quienes las llevaban a cabo.
En un artículo publicado en el portal de Arqueología Mexicana, se explica que, según la descripción de fray Diego Durán, los prisioneros de las guerras floridas, también conocidas como guerras rituales (xichiyaóyotl) eran conducidos al Templo Mayor, y al llegar a la parte más alta de éste, eran tomados por los sacerdotes, quienes los colocaban sobre la piedra de sacrificios para extraerles el corazón, que ofrendaban a Huitzilopochtli.
Los cuerpos sin vida de los cautivos eran lanzados por las escaleras y sus captores los recogían y se los comían como parte del ritual. La idea de numerosos sacrificios humanos y ritos de guerra entre los mexicas ha estado presente en el imaginario popular. Sin embargo, las interpretaciones de las guerras floridas realizadas en nuestros días, según el artículo de Arqueología Mexicana, son exageradas, pues parten apenas de unas cuantas descripciones históricas, por lo que se pueden poner en duda.
Y es que los cautivos de las guerras floridas solamente participaban en algunos ritos mexicas, pues no participaron, por ejemplo, en la ceremonia más fastuosa y conocida: la nueva dedicación del Templo Mayor, en 1487, en la que se sacrificaron entre 10 mil y 80 mil 400 personas.
Los prisioneros de las guerras floridas representaron solo una pequeña parte entre los sacrificados por los mexicas, mas no así, un número excepcional.
¿Qué eran las guerras floridas?
El ritual de las guerras floridas, tal y como se le ha reconstruido generalmente, daba inicio en un tiempo y lugar acordado previamente por los contrincantes. Se llevaba a cabo en un espacio sagrado, que los contendientes desalojaban para tal efecto, llamada cuauhtlalli, que quiere decir territorio de águila, o yaotlallí, que quiere decir territorio enemigo. La señal para que comenzara la batalla era la quema de una gran pira de papel e incienso.
Aunque en estas guerras algunos guerreros resultaban heridos y otros morían, el propósito fundamental no era éste, sino el de tomas de prisioneros. Cuando ambos contingentes cumplían su cometido, regresaban a sus lugares de origen y sacrificaban a los cautivos. Las guerras floridas fueron batallas fuertemente reguladas, casi simuladas, cuya finalidad era conseguir víctimas para su sacrificio.
En favor de esta interpretación, se encuentra el hecho de que Moctezuma Xocoyotzin, quien gobernó de 1502 a 1520, y quien recibió a los españoles a su llegada a Tenochtitlan, no realizó la conquista de Tlaxcala, su oponente en guerras floridas, pues necesitaba de un lugar cercano para que los jóvenes pudieran ejercer sus habilidades marciales y tomar cautivos para su sacrificio. Esta explicación ha influido notoriamente en interpretaciones subsecuentes y, con frecuencia, se ha supuesto que la utilidad ritual de las guerras floridas era determinante para los mexicas, de manera que muchos de sus objetivos y comportamientos se analizaban bajo este punto de vista.
Esta interpretación sobre las guerras floridas ha servido también para dar cuenta de la relativa facilidad con la que unas cuantas centenas de españoles derrotaron a cientos de miles de mexicas, pues si estos solamente participaban en guerras rituales para obtener prisioneros, entonces estaban mal preparados para emprender verdaderas batallas y enfrentarse a otros ejércitos, por pequeños que fueran, en combates a muerte.