¿A quién se le ocurrió este universo?

Un texto lúdico que navega entre preguntas enormes ¿Cómo las palabras determinan la creación del universo? ¿cómo influye la corporeidad en nuestro gusto por el arte? Evadiendo en lo posible las respuestas, en este artículo lo importante resulta ser no perder aún nuestra capacidad de asombro. Columna Bibliomancia, de la Ibero León

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Mauricio Miranda es Director de la Biblioteca Ibero León.
Mauricio Miranda es Director de la Biblioteca Ibero León.

Sin la conciencia no habría sonido, ni lluvia, ni cielo por el que pudieran cruzar las aves. Por eso, si un árbol se cae en el bosque y nadie lo escucha, es como si no hubiera sonado. Durante miles de millones de años el universo operó así, sin que nadie reflexionara sobre él, sin que nadie supiera que estaba ahí, como si fuera nada.

La idea de que afuera existe el mundo apareció en alguna mente, viajó por los nervios y comenzó a moldearse entre las cuerdas vocales y la lengua hasta desprenderse de los labios hecha palabra. Ahí comenzaron por fin el espacio y el tiempo. No la creación inicial, sino la creación artística, que consiste en compartir ideas, en que los pensamientos se vuelvan símbolos para así llegar a los otros.

La creación artística que consiste en compartir ideas.
La creación artística que consiste en compartir ideas.

Las ideas se vuelven más resistentes cuando están en el papel o en la pantalla en forma de letras, porque así no se desvanecen en el aire, ni se disuelven en la boca como un grano de sal. Las ideas hechas texto quedan protegidas, pero luego es necesario proteger también a las palabras. Una opción es cubrirlas, por ejemplo, con hojas de maíz. Así duran más y no pierden tan fácil el calor que llevan dentro. En las mañanas frías se puede ver que las palabras desprenden vapor, como si la boca al decirlas fuera una olla de tamales.

Hay palabras dulces, con ciruelas pasas y trozos de piña, pero su color parece falso, artificial, muy diferente a los enunciados rojos, los de carne, que salen directamente de las entrañas. Sin embargo, resulta imposible poner de nuestra carne en cada frase que decimos. Aunque añadiéramos muy poca, unos 20 o 30 gramos en cada palabra, quedaríamos pronto sólo en los huesos*. Es mejor buscar otras opciones.

Existen palabras dulces.
Existen palabras dulces.

La carne de cerdo es una excelente alternativa, porque tiene una consistencia muy parecida a la humana, incluso a nivel molecular. Es por eso que algunos doctores ven viable trasplantarles a los humanos, que esperan recibir una donación, corazones de cerdo. Es algo legal y relativamente barato. Hacerlo al revés, de un humano al cerdo, se considera un delito, aunque sea para curar a un cerdo agonizante de una enfermedad terminal.

Pero, pensemos que fuera posible. No es un ilegal imaginar. ¿Cuánto duraría un cerdo con el corazón de alguien como yo, por ejemplo, preocupándose de que los cuidadores no olviden llevarle la comida o de si no contraerá una enfermedad tomando agua del bebedero compartido?

Los lienzos se antojan a pesar de que no tienen aroma.
Los lienzos se antojan a pesar de que no tienen aroma.

Pero si además de eso tuviera que escribir artículos sobre cultura, si tuviera que ir por ejemplo al museo para inspirarse ¿cómo se sentirá?, ¿le darían ganas de correr? ¿O quizá se le quedaría viendo a las diferentes obras, valorando cuál es mejor?, ¿preferiría lo cultural o el lodo fresco? Quizá optaría por acostarse y descansar, cerrar los ojos en espera de pinturas más realistas; seguro le gustaría ver cuadros de elotes, frutas y agua, de esos lienzos que hasta se antojan, aunque sólo sean bidimensionales y no tengan aroma. Para el cerdo eso sí sería arte, de ese que parece que te sigue con los ojos cuando caminas frente al cuadro. Eso es lo que a él le gustaría ver, no le importa que le digan que es un cerdocentrista y que es incapaz de apreciar lo contemporáneo, a los cerdos las palabras les dan lo mismo. Para los cerdos no existe este universo.

*Norman Mailer decía que cada uno de sus libros lo fue matando, se fue llevando un poco de su vida. De este autor recomendamos “Los desnudos y los muertos”.

Mauricio Miranda es director de la Biblioteca Ibero León.

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