El juicio que durante tres semanas se ha desarrollado en Nueva York contra Genaro García Luna fue comparado con una serie de Netflix por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien incluso inauguró una sección especial en sus conferencias mañaneras para darle seguimiento al proceso contra el ex secretario de Seguridad Pública durante el sexenio de Felipe Calderón.
“Imagínense, para qué uno va a ver las series estas de Netflix, si la realidad las rebasa”, señaló López Obrador el pasado 3 de febrero en su conferencia matutina, donde también calificó a los títulos de esta plataforma como “fresas” en comparación con lo que se dice en el juicio, que por momentos parece un proceso contra la clase política, policial, judicial y los medios de comunicación de México.
Ante la sorpresiva decisión de la Fiscalía de llamar a su último testigo en la semana que viene, los doce miembros del jurado deberán decidir antes de las seis semanas de juicio sobre la culpabilidad o la inocencia de García Luna.
Hasta ahora han escuchado, durante 3 semanas, 25 testimonios, en su mayoría de criminales y narcotraficantes en busca de una reducción de sus propias penas.
Los relatos resultan en algunos casos explosivos por los tintes de corrupción política, algunas otras veces causan estupor por los detalles de torturas y asesinatos entre narcotraficantes, pero también incluyen largas y monótonas descripciones de propiedades o discusiones legales que han causado un rasgo de tedio sobre los párpados de algunos miembros del jurado.
El jurado y su posible decisión sobre García Luna
La mayor parte de estos testimonios mantuvieron toda la atención de los miembros del tribunal, algunos apostados con libreta y bolígrafo. En contraste, otros testigos han ofrecido detalles excesivos, redundantes o técnicos que llevaron a algunos miembros del jurado a luchar por no cerrar los ojos debido al tedio.
Cada sesión del juicio arranca a las 9:30 de la mañana y concluye a las 16:30, con un descanso de una hora al mediodía para comer. La jornada también incluye dos breves recesos de 15 minutos, por la mañana y por la tarde, para permitirle al jurado despejarse y que muchos periodistas, sobre todo de México, aprovechan para redactar sus notas.
Isarel Ávila, un operador financiero del Cártel de Sinaloa, realizó un extenso inventario y descripción de mansiones de narcotraficantes, por ello tuvo que ser interrumpido por el juez Brian Cogan para tratar de agilizar la audiencia.
En ocasiones, fiscales y abogados han realizado listados interminables de capos y facciones de los cárteles sobre las que preguntaban a los testigos o se detenían en cuestiones legales desconocidas por el jurado.
La próxima semana, los 12 miembros del tribunal deberán retirarse a deliberar para decidir si Genaro García Luna es inocente como defiende la defensa o si, como ha intentado demostrar la Fiscalía, es culpable de narcotráfico “más allá de la duda razonable”.
Los testimonios más crudos de los narcotraficantes
Entre los testigos más relevantes estuvo Sergio Villarreal Barragán, alias “el Grande”, quien fue lugarteniente del capo Arturo Beltrán Leyva, alias “El Barbas”.
El grande aseguró que García Luna trabajaba para dar protección al Cártel de Sinaloa y se encargaba de capturar a los rivales de esa organización y después los presentaba como logros de Seguridad Pública.
El ex policía judicial contó, sin inmutarse, cómo en una ocasión su jefe le disparó con un cuerno de chivo en la cabeza a dos mujeres con las que estaban hablando en el salón de una residencia, solo porque se habían reído de la esposa de Arturo Beltrán.
“Me salpicó la sangré, tuve que mover un brazo” para evitar los disparos de la AK47, dijo ante las preguntas de la defensa, antes de tratar de restarle importancia a ese doble homicidio, asegurando que aquello “no era trabajo”: “Arturo Beltrán se estaba divirtiendo hablando con las mujeres”.
El Grande, quien además se definió como “bueno para pelear”, dijo sobre los asesinatos de miembros de otros grupos criminales que “no era nada personal, eran supervivencia”.
Otro de los testigos de mayor relevancia fue el ex fiscal del estado de Nayarit, Édgar Veytia, alias “el Diablo”, quien reconoció que trabajaba para el cártel de los Beltrán Leyva, organización antagónica al cártel de Sinaloa.
El Diablo habló de las consecuencias de la guerra entre narcofacciones en Tepic, y describió la aparición de barriles o tambos que los sicarios llenaban con las partes desmembradas de los enemigos abatidos, práctica que en el argot criminal denominaban como “pozole”.
Veytia reconoció que sus métodos de tortura preferidos eran las descargas eléctricas con Taser y el submarino, asfixia con agua sobre un paño que cubre la boca, pero que no le gustaba dar puñetazos y patadas.
Por su parte, el narcocontable Israel Ávila reconoció haber participado “probablemente” en más de diez torturas y haber sido torturado. En el interrogatorio mostró su convencimiento de que los cárteles no podrían operar sin la ayuda del Gobierno.