La Federación Internacional de Natación (FINA) informó el pasado domingo 19 de junio de 2022 que no permitirá que nadadoras trans compitan en carreras de élite, es decir, competencias profesionales o clasificatorias que las hagan acceder a lugares en el podio ni a rankings de posicionamiento nacional ni internacional. La decisión de la FINA se dio a raíz de una serie de controversias surgidas sobre todo —pero no exclusivamente— por la presencia de la nadadora estadounidense Lia Thomas.
Nacida en Texas, Thomas ha sido objeto de múltiples críticas al pasar del equipo de natación masculino al femenino después de su transición. Pero la declaración que encendió las alarmas, sobre todo entre las alas más conservadoras, se dio a finales de mayo de 2022, cuando Lia expresó que estaría buscando convertirse en competidora olímpica y representante de los Estados Unidos. Como aspirante a medallista en París 2024, al menos por el momento, este sueño se encuentra truncado por la votación histórica ocurrida en Budapest.
Las disposiciones de la FINA, aprobadas por el 71% de sus integrantes, son claras: las atletas transgénero podrían participar solo si completan su transición antes de los 12 años de edad. Esta decisión parecería estar “protegiendo” a las mujeres cisgénero ante una supuesta ventaja desleal, al mismo tiempo que aparenta dejar abierta una pequeña posibilidad a que atletas trans, al menos en el futuro —dejando fuera a Lia Thomas o a cualquier otra nadadora trans mayor de 12 años— pudiera acceder a competencias femeninas.
Pero, ¿por qué poner como límite los 12 años y qué repercusiones traería una decisión como esta? Esta nueva disposiciónn buscaría incluir solo a atletas trans muy jóvenes, es decir, antes que atravesaran por los cambios físicos que conlleva la pubertad y que les darían ventaja por encima de mujeres cis. Estas ventajas, seegún la FINA, podrían ser fuerza física, mayor densidad ósea y mayor estatura.
Una decisión impráctica y discriminatoria
Aplaudida por los sectores más reaccionaros, la determinación de la FINA tiene varios errores, siendo el más grave de ellos que parecería estar alentando a que las atletas completaran su transición a una edad más temprana. Pero esto no es así: en realidad lo que buscan es cerrar la puerta de manera definitiva a la participación de atletas trans en esta disciplina. Al ser cuestionado si esto sería sería una manera de apoyar una transición temprana, James Pierce, vocero de presidencia de la FINA, fue contundente en su postura de que la decisión de este organismo no apoya a las transiciones de atletas a temprana edad.
“Lo que estamos diciendo, basándonos en las opiniones de los científicos, es que la nadadora obtendrá una ventaja injusta si ha transicionado después del inicio de la pubertad (...) De hecho, en la mayoría de los países nadie puede transicionar a una edad tan temprana, y gracias a Dios nadie se vería empujado a hacerlo. Básicamente, lo que decimos es que la mayoría de deportistas que transicionan tras la pubertad gozarían de múltiples ventajas”, dijo en una entrevista a la agencia AP.
En términos sencillos: la FINA está cerrando la puerta a atletas que hayan transicionado después de la pubertad, pero se opone también a que atletas jóvenes completen sus transiciones de manera temprana. Con esta decisión, lo que lo que hace la FINA es excluir a las atletas trans en la categoría femenina, aunque busque simular que las atletas jóvenes tendrán una oportunidad en esta categoría.
¿Las atletas trans realmente tienen ventaja sobre las atletas cis?
Respecto a esa controversia impera la desinformación, y es necesario echar luz acerca de algunos parámetros que son tomados en cuenta por los organismos deportivos internacionales. Lo que los opositores a la presencia de atletas trans en el deporte aducen, es que ellas tendrían ciertas ventajas físicas, cuando no es necesariamente así.
Una atleta que se encuentra en proceso de transición o que ya ha transicionado, recibe de forma continua un tratamiento a base de hormonas. Los tratamientos de sustitución hormonal no solo reducen la fuerza y el rendimiento físico: también reducen masa muscular e incuso la densidad ósea. Por el lado de las hormonas, que podrían hacerlas sujetas a casos de dopaje, Incluso hay un límite de nanomoles de testosterona en la sangre para que se se permita competir a las mujeres trans, mismos que están claramente reglamentados por los organismos deportivos. En ese sentido, las atletas trans participan en igualdad de condiciones respecto a las atletas cis.
Aun con todo lo anterior, algunos continúan defendiendo la postura de que las atletas trans cuentan con ventajas, entre ellas la estatura, la talla o la constitución física. Esto es mucho más complejo de lo que parece y basta poner un ejemplo por todos conocido y que forma parte de la disciplina que hoy está en el ojo del huracán. Hablemos del mayor medallista olímpico de la historia, Michael Phelps.
Él tenía una ventaja corporal y la prensa y la opinión publica, lejos de criticarlo por ello, lo alababa por su “constitución física diferente”. El diario mexicano El Economista, retomando información de Science ABC, escribió lo siguiente” “Phelps tendría que comprar zapatos talla 12.5 en México, lo que le permite usar sus pies como aletas, junto con unos tobillos ultraflexibles. Mide 194 cm de alto, y sus brazos tienen una envergadura de 206 cm, unos 12 cm más largos que su altura; esto es ideal en las brazadas lo que le permite tener un impulso extra junto con sus largas manos. Sus piernas son cortas con respecto a su cuerpo algo que le ayuda con el coeficiente hidrodinámico disminuyendo la resistencia al agua. Su torso es largo en comparación con el tamaño lo que le permite tener un alcance más largo que sus competidores”.
Por otra parte, la revista Scientific American cuestionó que estas evidentes “ventajas físicas” fueran la razón de su supremacía. Según la publicación, Phelps finalmente sería un gran atleta más allá de su constitución privilegiada. La controversia estaba servida acerca de si un cuerpo distinto realmente daba una ventaja. Esto podría aplicarse también a Lea y al resto de las atletas trans: el tener ciertas características físicas no necesariamente les daría un desempeño superior.
Este ejemplo tiene valor porque en su momento a Phelps no se le expulsó de las competencias por sus ventajas físicas. De hecho se le alabó. Por supuesto nadie cuestiona que Michael Phelps haya sido un gran nadador, pero es innegable que en el deporte siempre existirán ventajas físicas por parte de algunos competidores. Y esto no es razón para expulsarlos excluirlos de competencias. Criterio que debería aplicar también para las atletas trans.
Un reglamento que es selectivo solo con las competidoras trans
El que la FINA haya decidido excluir a las atletas trans nos confronta con que tan inoperantes son las reglas deportivas que existen hoy. Establecer ciertos criterios que solo para una comunidad específica son en realidad reglas discriminatorias. No solo en la natación, sino en todos los deportes hay mujeres cis —es decir, que nacieron como mujeres— “con ventaja”, pues tienen cuerpos con mayor musculatura, estatura, densidad ósea, fuerza, etc. Esto muchas veces está relacionado con su origen étnico. A ellas nadie las expulsa de las competencias. Tienen ventajas físicas innegables y tampoco son cuestionadas, mucho menos excluidas.
Para muestra un botón. En 2019, una foto que le dio la vuelta al mundo se volvió viral porque mostraba a competidoras estadounidenses —con mucha mayor estatura y complexión superior— frente a sus símiles de la escuadra salvadoreña en el campeonato americano sub-16. La imagen quedó como un meme, pero nadie pidió que se vetara a las mujeres estadounidenses por ser más altas, más fuertes o musculosas.
El aplicar nuevos criterios de selección solo para mujeres trans sí: es mera transfobia.
Si se aplicaran criterios de clasificación para el desarrollo de competencias totalmente “justas”, la FINA (y el resto de asociaciones deportivas) tendría que hacer ligas por etnias, por edades, por peso, por sexo, por país de origen, por desarrollo económico y un sinfín de variables.
No es “justo” actualmente que una atleta privilegiada de un país del primer mundo compita contra una mujer pobre de un país en desarrollo. Más allá de lo físico, se tendrían que aplicar criterios incluso socioeconómicos o sociodemográficos, teniendo como resultado una cantidad absurda de categorías. Sería totalmente impráctico e inoperante a nivel logístico. “¿Y por qué no hacer una categoría trans, entonces?”. Hacer esa pregunta es hablar totalmente desde el privilegio cis. El número de atletas trans es ínfimo, no representan ni el 1% de atletas en el mundo deportivo. Y de esas poquísimas atletas, muy pocas alcanzan rendimientos para calificar dentro de ligas profesionales. Crear una “liga trans” sería condenarlas a categorías desérticas.
Por otra parte, la historia nos ha enseñado que lejos de apartar en categorías por nuestras diferencias, el desafío continuo consiste en la integración. De ignorar estas luchas globales y pedir la segregación de atletas trans, estaríamos dando la espada al progreso social y ofreciendo razón a quienes durante el siglo pasado pedían baños, escuelas y transporte público exclusivo para personas de color. No hay argumento, ni del lado científico, ni del lado social, que sustente que se excluya a personas trans, un sector ya de por sí de los más discriminados y que tienen una de las esperanzas de vida más cortas —35 años, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Aquí es donde cabe la pregunta pertinente: ¿de qué lado de la historia queremos estar? ¿Del lado que excluye o del lado que integra?
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