Por qué la humanidad siempre necesitó un chivo expiatorio para calmarse

La última vez que la sociedad buscó, de manera masiva, un responsable por lo que estaba pasando fue ante la pandemia de Covid-19. Pero no es nuevo: los griegos y los romanos ya tenían su mecanismo para echar culpas.

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El chivo expiatorio, una (mala)
El chivo expiatorio, una (mala) costumbre milenaria de la humanidad que llega hasta nuestros días. Shutterstock

La naturaleza humana tiende a reproducir ciertos comportamientos. Algunos se repiten a lo largo de la historia y nacen cuando no se encuentra explicación ante un acontecimiento. Con motivo de la pandemia de Covid-19, las teorías conspiratorias han intentado calmar en algunas mentes el miedo que produce lo desconocido.

Durante 2020, desde ciertos sectores de la población se culpó a la República Popular China de haber creado y extendido el virus –voluntaria o accidentalmente–. También a los Estados Unidos y a las compañías farmacéuticas. La acusación no resolvía el problema, pero tener a alguien a quien cargar con la responsabilidad saciaba, en cierto modo, la incertidumbre de muchos ciudadanos.

En realidad, la historia está llena de estas escapatorias mentales. Encontrar un chivo expiatorio, a veces con resultados sangrientos, da tranquilidad. Al menos temporalmente.

Veneno que viene desde la Antigua Roma

Un ejemplo lo encontramos en Roma, en unos sucesos que sucedieron en el 331 a.C. y que han llegado hasta nosotros relatados por distintas fuentes antiguas, fundamentalmente Livio y Valerio Máximo. En ese año varios hombres notables de la ciudad murieron. Todos ellos presentaban los mismos síntomas.

En un primer momento, se creyó que la causa de las muertes se debía a una epidemia. Sin embargo, una esclava denunció ante las autoridades que la culpa era de unas mujeres que habían preparado unos venenos. Tras encontrar a algunas matronas elaborando medicamentos, unas veinte mujeres fueron apresadas.

Mujeres juzgadas en la Antigua
Mujeres juzgadas en la Antigua Romana. (Wikicommons)

Conducidas ante las autoridades, dos de ellas afirmaron que los brebajes eran saludables. La esclava les pidió entonces que los bebiesen y así probasen que ella estaba mintiendo. Las matronas hablaron entre ellas y decidieron beberlos, muriendo a continuación. A partir de ahí, fueron juzgadas unas 170 mujeres más, consideradas cómplices, llegando Orosio a hablar en sus escritos de 370 mujeres implicadas.

El relato de Livio ofrece algunas dudas. Por ejemplo, la participación de la esclava. A lo largo de la obra histórica de Tito Livio, en varios casos los denunciantes son esclavos. ¿Puede ser verdad? Puede. Pero también pueden ser casos de concentración histórica, es decir, soluciones que se dan, siempre las mismas, para casos que se repiten en la historia.

Así sucede en el intento de restauración de la monarquía en el que estaban implicados los hijos del cónsul Bruto o en el episodio de la represión de las Bacanales. Los esclavos van a aparecer en muchos relatos delatando a sus amos y obteniendo, con ello, importantes beneficios. Son el precedente de los testigos protegidos o los más recientes whistleblowers. Otra cosa es que su participación fuera real.

Detrás de la teoría conspirativa

Pero el relato principal es fiable en los datos básicos y de él podemos extraer varias conclusiones:

En primer lugar, las propias fuentes dudaron que fueran envenenamientos. El número de casos era suficiente para pensar en una epidemia y los fallecidos presentaban todos los mismos síntomas. Las epidemias eran muy frecuentes en Roma y el mismo Livio llega a narrar un número considerable. Las condiciones atmosféricas en determinadas estaciones del año, así como cuestiones relacionadas con la salubridad, hacen pensar a los científicos que el paludismo llegó a ser una cuestión endémica en Roma.

Las grandes epidemias siempre provocan
Las grandes epidemias siempre provocan la búsqueda de un responsable. Foto: Wikimedia Commons.

En segundo lugar, las mujeres tenían conocimientos de medicina natural, fueran correctos o no, por lo que no sería extraño que, ante una epidemia, buscaran soluciones de este tipo. Después de todo, se dedicaban a la elaboración de venenos/medicamentos (en latín ambas palabras son “neutras”; veneno, por sí sola, no es una palabra con un sentido negativo).

De hecho, algunos cultos femeninos habrían favorecido una actividad en torno al uso y fabricación de soluciones destinadas a la curación de enfermedades. Así, Macrobio relata en un conocido texto la existencia de una farmacopea en el entorno del templo a la Bona Dea, diosa a cuyo culto estaban llamadas las matronas.

En tercer lugar, el hecho de que las mujeres murieran al tomar sus brebajes llevó a la detención de muchas más. La muerte de las veinte primeras se entendió como una prueba de culpabilidad. Pero no tenemos fuentes que confirmen esta prueba. Pudo, efectivamente, deberse a que los preparados fueran verdadero veneno. Pero también a que lo que se elaboraba como remedio realmente fuera nocivo para la salud, aunque no hubiera conocimiento de ello ni, mucho menos, intención de causar la muerte.

Algunos autores entienden que el hacer beber a las detenidas sus medicamentos fue una ordalía, una especie de juicio de Dios que existía en otros pueblos primitivos y que se mantuvo durante la Edad Media en la civilización occidental.

Justicia humana y divina

Es cierto que se procesó penalmente a las nuevas detenidas. De hecho, fue el primer procedimiento “por envenenamiento” que tuvo lugar en Roma (después hubo más y también contra mujeres), aunque no sabemos cómo se llevó a cabo.

Cientos de personas se reúnen
Cientos de personas se reúnen en un mitin para expresar su oposición al odio contra los asiáticos en 2021, en plena pandemia de Covid-19. EFE/Michael Reynolds

De ahí que se haya deducido que el relato de Livio estaba describiendo una ordalía: el envenenamiento se consideró un hecho tan extraordinario que, además de la represión penal, fueron necesarias medidas de naturaleza religiosa para purgar lo que se consideró un prodigio. Es decir, un acontecimiento asombroso que podía significar un aviso de los dioses por algo que podría ocurrir, o una señal de su enfado con los hombres por algo que habría ocurrido. Se nombró entonces a un dictador para que llevase a cabo el acto de expiación. Las muertes se consideraron un acto de locura más que de maldad. Por eso se buscó una solución que sirviera para devolver la cordura y mantuviera intacta la paz con los dioses.

Sin embargo, no sabemos qué pasó en realidad. Probablemente fue una epidemia más de tantas que asolaron Roma. En la fecha en la que se sitúan los hechos no es imaginable una acción organizada de 170 mujeres (que fueron las finalmente condenadas, según Livio), ni hay ningún dato acerca de lo que se habría pretendido conseguir con las muertes, en el caso de que estuviéramos hablando de una acción dolosa. No se vuelve a ver otro “macroproceso” por envenenamiento hasta bastante tiempo después.

Pero encontrar alguien a quien culpabilizar debió tener un efecto placebo en la sociedad romana del momento. En Atenas tenían sus propios chivos expiatorios, los pharmakoi, utilizados como víctimas de sacrificios para purificar la ciudad y preservarla de cualquier mal. La palabra la encontramos prácticamente igual en español en el término fármaco, que presenta la dualidad entre la enfermedad y el remedio.

Este caso coincide con la forma que tenía el pueblo romano de “calmar” lo que consideraban una ofensa a los dioses en el siglo IV a.C. Las mujeres del relato, como chivos expiatorios, fueron las culpables y, a su vez, con su condena, la solución. La explicación de que habían perdido la razón devolvió la tranquilidad a la ciudad.

The Conversation

Publicado originalmente por The Conversation.

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